Ana Lydia Santiago – “Las armas del analista frente al discurso racista”

La segunda mitad del siglo XX fue escenario de grandes cambios en el espíritu del capitalismo, que tuvieron como consecuencia el avance y la globalización de los mercados. Desde entonces, la creciente unificación de preferencias de los consumidores y de sus patrones de consumo pasa a alimentar la intolerancia en relación a lo diferente y hace aparecer lo imposible de soportar, cuando las diferencias se precipitan en un espacio único. En razón de esa coyuntura, ocurren fenómenos que concretan lo que Jacques Lacan, en 1973, en una entrevista con Jacques-Alain Miller, tratada en Televisión, había profetizado como la futura proliferación del racismo.

No es necesario mucho esfuerzo para observar la actual escalada del racismo. Es lo que pude constatar en el espacio escolar, donde lo insoportable de la diferencia se revela en el cuerpo, en imágenes generadas no solo por el color de la piel sino también por objetos de indumentaria y de consumo, que señalan, para el Otro, modos de goce y estilos de vida no conformes a estándares impuestos.

Unos de los secretos de la práctica analítica consiste en tomar al sujeto como vacío de sentido, falta en ser, sin identificaciones previas y, por lo tanto, sin ninguna representación de su condición social, cultural o étnica. Interesa, ante todo, revelar la incidencia, en él, de determinaciones de la palabra, del lenguaje. Es por eso que el campo abierto por Freud tiene como punto de partida la llamada regla fundamental, que se funda en la invitación al sujeto a tomar la palabra lo más libremente posible   ̶ posición inédita, subversiva, en el ámbito del orden médico–  lo que atrajo la atención de muchos, incluso de artistas. Este campo es explorado de diversas maneras, sobre todo a partir de una propuesta de Jacques-Alain Miller al psicoanalista de mantener conexión con los síntomas que afligen a la civilización. Me refiero a la oferta de la práctica de la Conversación, en la que se adopta el método de la ‘asociación libre colectivizada’, orientada hacia al malestar que ocurre en espacios institucionales.

En esa perspectiva –y en el ámbito de una investigación/intervención desarrollada por el Núcleo Interdisciplinario de Investigación en Psicoanálisis y Educación (Nipse)1  en una escuela de la red municipal de Belo Horizonte/MG, que presentaba, en la ocasión, el menor Índice de Desarrollo Escolar Básico (IDEB) y el más bajo resultado en la Prueba Brasil, evaluaciones censitarias promovidas por el Instituto Nacional de Estudios e Investigaciones Educativas (INEP)–, fue Julia, una niña de 9 años de edad, que explicitó el nudo del racismo y su interferencia en el acceso a la alfabetización. Para la escuela, Julia representaba el síntoma de la institución: fracaso escolar en los primeros años de escolaridad. Al tomar la palabra, ella afirma: “Sólo los blancos aprenden” y “Leer y escribir no es para negros”. Cuenta que, en su aula, sólo Isabela, una de sus compañeras, y la profesora sabían leer. Reproduzco, por oportuno, parte de la conversación desarrollada a lo largo de esa entrevista en el marco de dicha investigación:

             Le pregunto:

               ̶   ¿No tienes otro compañerito que sabe leer?

             Ella piensa y responde con sorpresa:

               ̶   Ah! Tengo! Marcos, Cauã y Márcio.

               ̶   ¿Puedes hablarme un poco más sobre Isabela?  

               ̶   Ella tiene una mochila de rueditas rosa… También tengo mochila, pero la mía es más bonita que la suya.  Isabela tiene unas zapatillas rosas… Pero creo que las mías son más hermosas que las suyas.

            A continuación, ella enumera otros objetos que ambas poseen, siempre valorando los suyos en detrimento de los de la compañera.

            Entonces le digo:

              ̶   No estoy entendiendo. Tú crees que Isabela sabe más. Pero, al compararte con ella, eres tú quien sabe de las cosas y todo lo que eliges es mejor para ti.

            Entonces, ¿cuál es el problema?

            Después de un minuto de reflexión, Julia responde:

             ̶  Es que mi madre no sabe leer.

 

Prosigo la conversación, con el fin de ceñir, de manera precisa, algunas creencias a las que el sujeto se aferra, porque están a su alcance, para intentar inscribir lo que se le escapa. Julia se transforma visiblemente durante la entrevista: al principio, ella habla bajito, con la cabeza baja; después, va mostrando gusto por la palabra; y, al final, pide volver y hablar más.

En lo que concierne a la alfabetización, Julia tuvo su destino cambiado a partir del encuentro con un analista. Para Oprah Winfrey, ganadora del Globo de Oro 2018, el encuentro que cambió su vida también ocurrió cuando ella era una niña de la misma edad de Julia. Sentada en el suelo de la casa de su madre –que, incluso, tenía la misma condición de la madre de Julia–, ella estaba viendo la televisión, cuando Anne Bancroft anunció el ganador del Oscar al Mejor Actor en la 36a edición de esta premiación por la Academia de Artes y Ciencia Cinematográfica de Estados Unidos, en 1964: “El ganador es Sidney Poitier!” Estas palabras de la presentadora se asociaron, de inmediato, a la imagen del hombre más elegante que Oprah hubiera visto. Según ella testifica, “su corbata era blanca y su piel, negra”2. A propósito, afirma que, en aquel instante, vio “por la primera vez, un hombre negro ser presentado como celebridad” y eso tradujo en imágenes sonoras lo que ella misma quería para su destino. Durante su discurso, cuando entregó el Globo de Oro a Sidney, en 1982, ella declara que, en ese momento, sólo pensaba que otras niñas podrían estar asistiendo a la primera mujer negra en entregar ese premio y, así, se inspirarían.

Vuelvo a Julia, para aclarar que, al tomar la palabra, la niña permitió el desciframiento de una serie de fenómenos que estaban sucediendo durante el trabajo pedagógico volcado a la alfabetización, que, en la época, en la escuela en cuestión, fue asumido por una pareja de investigadores de Nipse, una negra y otra blanca. Esa composición dio oportunidad para que los niños expresaran la marca nociva del racismo en la escolarización.

Hacer del color de la piel una acuarela, mezclar blanco y negro o diluir la tinta del discurso racista por medio de la palabra constituyó el proceso de transformación operado por Julia y otros niños de la misma instituición, para hacer posible el uso del código alfabeto del Otro en una pintura propia.

Los gestores de la misma escuela ‘movían montañas’ para cambiar la situación de fracaso comprobada, sin lograr resultados mínimamente satisfactorios. En cuanto a ellos, la ‘asociación libre colectivizada’ permitió la explicitación de que, en verdad, responsabilizaban a la pobreza familiar por el fracaso escolar de los alumnos. Y criticaban a los padres, pues veían, en la relación de estos con la escuela, apenas un interés meramente asistencial. En consecuencia, implementaban cambios en el espacio escolar sólo en base a lo que creían apropiado a la realidad social de las respectivas familias.

Cuando la práctica educativa sitúa el alumno y su familia en posición inferior en relación al saber y a la educación, se produce un discurso que segrega. En el fondo, lo que está en juego es la dificultad para acoger la diferencia y lo diverso expresados en un modo de goce otro. “Dejar ese Otro entregado a su modo de goce, he aquí lo que sólo sería posible no imponiendo lo nuestro, no tomándolo por subdesarrollado”, afirma Lacan, en Televisión, indicando que la lógica contemporánea del racismo consiste en rechazar en el Otro un modo diferente de goce. El declive de la civilización patriarcal deja al sujeto desbocado, sin saber qué Otro posibilita la orientación de goce. Como se sabe, el racismo es el hábito, cada vez más creciente, de rechazo del goce del Otro.

En la escuela de Julia, el método de la Conversación se mostró un arma potente, con vistas a desenredarse de los hechos de goce en los que el cuerpo se constituye como lugar privilegiado de la contraposición al discurso racista presente en muchas prácticas de instituciones escolares. Además, posibilitó a la gran parte de los educadores involucrados establecer un nuevo lazo con los padres de alumnos, lazo pautado en la apuesta en que la educación puede ser un instrumento valioso para la vida civilizada, en detrimento de los llamamientos oscuros de la época actual.

El analista tiene, por lo tanto, sus armas y no las sujeta a las tendencias segregacionistas de las sociedades contemporáneas. Ante la práctica racista, la “asociación libre colectivizada” se afirma, pues, como un discurso que, al acoger la trayectoria singular de una vida, resiste a las ideologías, utopías, ideales y prácticas que gravitan en torno a la uniformización de los modos de goce.

 

Ana Lydia Santiago es psicoanalista, reside en Minas Gerais.

Miembro de la Escuela Brasileña de Psicoanálisis y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Docente del Programa de Pos Grado en Educación: conocimiento e inclusión social, de la Facultad de Educación de la Universidad Federal de Minas Gerais (FaE/UFMG).

 

Traducción: Ana Paula Britto

 

* Este texto fue presentado en el Foro Racismo, organizado por la Red Movida Zadig Doces & Bárbaros, cuyo tema propuesto fue: “Por qué existen sólo razas de discurso: desafíos para la democracia. Realizado en Belo Horizonte, el 9/3/2018, Hotel Mercure.

 

Notas bibliográficas:

1  El Nipse se inscribe en la línea de investigación “Psicología, Psicoanálisis y Educación”, del Pos Grado de la FaE/UFMG y desarrolla investigación/intervención de orientación psicoanalítica en escuelas de la red pública municipal (Belo Horizonte y ciudades del interior), estadual (Estado de Minas Gerais), así como en escuelas privadas, siempre sobre demanda de las instituciones, frente a un problema escolar o disciplinario para el cual no se encontró solución.

2 Discurso de Oprah Winfrey, Disponible en youtube.com.

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