Durante la dictadura, en guerra sucia la resistencia se hizo visible con alcance global por la acción y la voz de las Madres de Plaza de Mayo, que en su dimensión ética incidieron para poner de pie a una nueva generación, mientras que la del 70` era masacrada en todos sus aspectos.
Con el advenimiento de la Democracia en el 83` sube a la escena política una generación que por un momento pareció derivar expectativas y darle brillo al estado y por ende al sistema democrático recién reinstaurado.
Con el término “generación” digo que se trata de un modelo de procreación y un uso de los cuerpos definitivamente tomados por el campo de la ciencia y la técnica, donde lo político es el argumento nominal de un funcionamiento que se pretende algorítmico, con un contorno biopolítico que por un lado subjetiviza y por otro mata.
En Argentina una generación fue liquidada. A la fecha con diversos nombres en varios idiomas, y hasta con letras de varios alfabetos se intenta captar un fenómeno generacional irreversiblemente inmerso ya en el mundo de la tecnociencia. Pero conviene retener que con la dictadura se terminó también Darwinismo social, por cuanto una ruptura entre procreación, y generación se instala en la vida social y en la política nacional, dando lugar a una deslocalización simbólica del modelo democrático, que en pleno funcionamiento es a todas luces decadente.
Así una nueva ontología generacional sostiene la política en el estado y el gobierno, permaneciendo ciego o indiferente al franco advenimiento de lo que el francés Jean-Claude Milner llama “política para las cosas”. Creer en el dólar, las inversiones, y aun las libertades, son algunas de las certezas que hacen a la “república de las cosas”.
La política para las cosas nombra exactamente la desaparición de la “política para las personas”, y es el reverso inmediato del actual capitalismo globalizado ordenado a partir de la “religión del dinero”.
El más profundo sostén simbólico de la política para las cosas es el derecho, y en lo imaginario el poder mediático, que hacen que, como en el caso de los “okupas” de Guernica, se llegue a quitarles humanidad a esas personas. No es nuevo esto en la historia Argentina, en 1860 se degollaba, en 1970 se desaparecía, y hoy se “deja morir pero también se hace vivir”. Tal es el encuadre del paradigma de gobierno que supo encontrar Foucault en sus cursos de los 70`.
Estos movimientos sobre la base de la violencia política son el límite mismo de todas las categorías de la política, por cuanto la política es hablar, discutir de política, allí donde esto significa no dar muerte al adversario. Pero estas marcas generacionales representan un estado de “discordia interna” (Stasis la llama Agamben) que siempre tuvo su entorno político bajo la forma de “la generación de…”. En el siglo XIX fueron la de 1810, 1837, 1870, 1880. Ya en el XX la de 1910, 1930, 1955, 1970.
Lo que hoy queda claro es que la generación que arranco con la democracia en 1983, por izquierda, centro, y derecha, ha fracasado en la política. Veamos sino a los jóvenes alfonsinistas, y peronistas. Algunos de ellos muy dialécticos y pícaros, se oponen unos a otros mientras se pasean anunciando catástrofes. Otros devinieron empresarios y como tales actúan desde las sombras. Y muchos se encarnan en sus puestos gremiales, o en sus cargos legislativos por décadas. Están también los que merecen un reconocimiento por sus principios, pero la persistencia de ideales militantes que obtura los expone al fracaso una vez más, allí donde cada fracaso es también el empuje al neoliberalismo. La lista es larga, entre los que hay que contabilizar a los radicales en su alianza PRO, y los retirados multimillonarios, que como el capitalista de Marx “ríen”.
Qué quedó de todo esto; entre otras cosas un pueblo que es llevado casi a la categoría de bestia, y una diferencia económica que ningún imaginario puede suturar, por eso la protesta. Fracasó la generación de la democracia Cristina incluida.
Solo a partir de este reconocimiento podrá formarse un nuevo “Leviatan”, que lleve a debatir las razones de tal fracaso, y que dignifique a la persona antes que a las cosas.
Ángel Orbea es psicoanalista de la Orientación Lacaniana, radicado en Tandil.
Coordinador del Centro de Día de la DdSM del SISP Tandil. Integrante del Nudo “La libertad del deseo”, Zadig Argentina.