Beatriz Premazzi – El virus del lenguaje amenaza

En Suiza tenemos la suerte de no estar confinados, pero toda actividad ha cesado salvo la mínima imprescindible. Hay un corte, sin duda, en la continuidad de la cura, puesto que el virus y las medidas tomadas por el gobierno cambian objetiva y subjetivamente la cotidianeidad de las personas. En este breve artículo clínico, hablaré sobre la infección que vehicula el lenguaje, la angustia que esto provoca y la manera de tratarla a partir de mi práctica más reciente.

Al principio había elegido el significante “amenaza”, tomado del discurso actual, para el título de este artículo, puesto que es un significante que puede deslizarse fácilmente de manera metonímica. Tras una primera lectura, decidí incorporar la expresión “virus del lenguaje”, ya que el virus que tratamos no es el de la biología, sino el del lenguaje. La amenaza aparece así sobredeterminada y más inquietante aún que la provocada por el virus real. El único virus que es posible tratar por el psicoanálisis es el de la fuga del sentido, el objeto perdido del lenguaje, como lo denomina Jacques-Alain Miller1.

Reconociendo que la amenaza es real (el virus existe sin lugar a dudas), el movimiento del analista se orienta, primero, a integrar la amenaza en el discurso subjetivo de la persona. ¿Qué significa esto? Suponemos que el sujeto tiene algo que decir sobre la amenaza que sufre, desplegando, como siempre, sus propios significantes en relación a sus síntomas. Mi hipótesis es que, al apropiársela, esta amenaza se vuelve menos agobiante porque se aleja más del sentido común aterrador, del sentido binario que se resume en tener el coronavirus o no tenerlo, morir asfixiado o no, etc. Al igual que en nuestra práctica cotidiana, el analista puede servirse de su voz y de su mirada, incluso por Skype o por teléfono. A la mayoría de mis pacientes les da mucho miedo venir a la consulta, otros están confinados en otro país y no pueden cruzar la frontera. Un paciente me habla de su hipocondría, como él mismo la llama, para explicarme de qué forma la angustia le agarrota el cuerpo. No hay nada que añadir a sus palabras, simplemente acogerlas amablemente y acompañarlo con una presencia tranquila. Tal vez agregar, simplemente, que no es un buen momento para dejar de fumar para no desatar el superyó, siempre al acecho. Otra paciente decide no venir porque quiere “protegerse” y “protegerme”. Yo acepto su argumento y dejo que ocupe ese lugar de protección sin cuestionarlo; lugar que le otorga una pequeña misión en el mundo.

Existen tantos ejemplos como sujetos. Pero quisiera centrarme en un fenómeno relacionado con la lengua.

 

Metonimia de la amenaza

Antes hablaba de metonimia para describir la forma en que la amenaza se expande e infecta todo. En primer lugar, la amenaza es el coronavirus, para encarnarse luego en el portador del virus y en los objetos que llegan del exterior. Pero no se detiene allí, el país de residencia, en este caso Suiza, no protege lo suficiente y la lengua del Otro (el francés) no ofrece ninguna garantía porque puede ser engañosa.

Para mi gran sorpresa, la amenaza del virus, a través de un efecto de propagación, afecta también al país donde se vive, país que no adoptaría las medidas necesarias para proteger a su población o, según otra versión, dejaría de lado a los ciudadanos extranjeros (los que denominamos expatriados) para atender primero a sus nacionales. El país de origen aparece así como más protector contra lo que podríamos llamar “sentido común”. Esta invasión de sentido fue tratada desplegando los significantes propios alrededor de “amenaza”, como he explicado más arriba, pero sobre todo apoyándome en la enunciación de la lengua materna compartida como vínculo con un otro familiar.

Sabemos, gracias a numerosos trabajos clínicos en nuestro campo, que la lengua materna puede también ser persecutoria, en cuyo caso la posibilidad de la cura está condicionada por el uso de una lengua extranjera. Por el contrario, los pacientes que menciono (lamentablemente, aquí no puedo dar más detalles) encuentran una protección imaginaria en ese lugar del Otro de la lengua que los recibió al nacer y que marcó su devenir sujetos. Más que lo que el analista pueda decir, es la enunciación en esa lengua compartida la que puede funcionar como punto de capitón a la fuga de sentido.

La posición de “pasante” de una lengua a la otra para evitar que el virus lo infecte todo sería el camino elegido. Además, resulta muy interesante constatar que el aprendizaje de una lengua es posible si se consiente dejarse infectar, dado que jamás se volverá a encontrar la misma relación con la propia lengua. Hay siempre una pérdida que se ha de soportar. Esta cuestión requeriría un análisis más exhaustivo.

La problemática evocada aquí puede ser fantasmática o no, es decir, corresponder a un fantasma que protege al sujeto o puede que esta pantalla no exista. En los dos casos, no sirve de nada tratar de convencer al sujeto de las buenas intenciones de Suiza, sino de construir un borde alrededor de la fuga de sentido, de la infección, para detenerla a la espera de que la situación de pandemia se calme. Diciéndolo de otro modo, convertir a ese extranjero inquietante, que no da garantías, en algo menos consistente mediante la utilización de la lengua común. Esta postura de acogida es siempre la nuestra pero en esta ocasión, utilizamos el apoyo de la lengua común y familiar.

A menudo, construimos un Otro que no ofrece garantías porque lo que dice es difícil de captar; dificultad que no reside sólo en el desconocimiento de la lengua. Por ejemplo, alguien me dijo que le había asustado el hecho de que las autoridades suizas anunciaran que el país tenía reservas para alimentar a su población durante cuatro meses. En ese caso, me convertí en una especie de traductora diciendo simplemente que se debía tomar al pie de la letra, que no anunciaba una posible escasez de alimentos.

El discurso sobre la necesidad de transparencia provoca esta desconfianza porque no se puede decir todo, y lo no dicho vuelve como la cosa “escondida”, potencialmente amenazante. Entre el enunciado y la enunciación, el equívoco y el malentendido… el flujo ininterrumpido de información angustia más que tranquiliza. Es la ocasión de poner en práctica nuestro savoirfaire para inventar dispositivos que traten la infección del lenguaje.

 

Beatriz Premazzi es psicoanalista, argentina, reside en Ginebra.

Miembro de la NLS y de la AMP. Miembro fundadora de la ASREEP.

 

Notas Bibliográficas:

 J-A. Miller, “El objeto perdido del lenguaje”, Silet (1994-1995). Texto publicado en francés en The Lacanian Review 08, Nightmare.

 

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