Lo que no puede durar más…
Que me sea permitido, por este guiño a Althusser, poner el acento en la conmoción radical que estamos viviendo en las democracias occidentales. En Francia, ésta se ha materializado, particularmente, por el fracaso de los partidos de gobierno en las últimas elecciones presidenciales. Sin duda, no hemos apreciado en su justa medida la onda de choque que dicho acontecimiento ha constituido.
Después del consenso de la postguerra, Europa ha asegurado mucho tiempo la paz entre Estados que regularmente estaban en guerra, una cierta estabilidad democrática luego de las experiencias nazis y fascistas, la construcción de una fuerza política de peso en Europa, y también en los asuntos del mundo –incluso cuando uno puede preguntarse si, del otro lado del canal de la Mancha, se concibe del mismo modo Europa: el reciente Brexit demuestra que nada es menos seguro.
Todas las instituciones en las cuales se basaban hasta ahora nuestras sociedades están puestas en tela de juicio. Y las instituciones europeas, en particular, se han visto quebrantadas: el sufragio universal pierde su fuerza legitimadora, y lo mismo ocurre con los partidos políticos y los sindicatos. La confianza en los elegidos no cesa de disminuir. No se trata solamente de una crisis que atañe al Estado, atañe también a la justicia, la medicina, al periodismo, la familia; en suma, atañe a todo lo que constituía nuestra rutina del significado.
En unos cuantos años, el paisaje político europeo se ha conmocionado. Algunos Estados han desaparecido, otros se han constituido, la URSS se ha disuelto y hoy día la Unión Europea pierde a uno de sus miembros. Y estos cambios están lejos de terminar. Algunas democracias que eran consideradas estables, habiendo vivido la alternancia política, están gravemente amenazadas. Hungría es un ejemplo de ello.
Mientras que democracia rimaba, hasta hace poco, con los valores tradicionales heredados del liberalismo político (separación de los poderes, independencia de la justicia, libertad de expresión), se ha visto emerger, en el debate político europeo, el concepto de ´democracia iliberal´. Viktor Orban ha hecho de este concepto la doctrina y la punta de lanza de lo que ha llamado la ´contra-revolución en Europa´, en septiembre del 2016 con Jaroslaw Kaczynski, en el foro de Krynica en Polonia. Este ideólogo peligroso ha extraído dicho concepto de la ciencia política. Fareed Zakaria había publicado, hace unos veinte años, The Rise of liberal Democracy1, con la tesis siguiente: después de 1980, luego de la caída del bloque soviético, hubo proliferación de regímenes llamados democráticos, pero no se trataba de democracias liberales, con Estado de derecho, separación de los poderes, etc. Reivindicaban legitimidad solamente por las urnas en detrimento de una legitimidad de derecho. Así, Orban se apropió de este término para proponer que hay otras concepciones de la democracia aparte de la liberal: defiende un Estado iliberal, fundado en la soberanía del pueblo, que debe primar, según él, por sobre las restricciones constitucionales y los poderes supranacionales, susceptibles de contrariar la voluntad del pueblo. Una vez elegido por el pueblo, Orban puede restringir las libertades cívicas, atentar contra la libertad de la prensa y cuestionar la separación de los poderes.
La perspectiva es clara: no se trata de una etapa hacia la democracia liberal, la democracia iliberal es un fin en sí mismo. Y aún hay más: reivindicando esta otra concepción de la democracia, supuestamente fundada en la soberanía del pueblo, se afirma claramente la voluntad de cambiar la Unión Europea y, por qué no, por la vía de una alianza o internacional populista (¿un grupo en el parlamento europeo?).
Lo que se juega en las próximas elecciones es decisivo. La Unión Europea puede atacar frontalmente apoyándose en los principios del Estado de derecho, pero también en los valores tales como el pluralismo, la tolerancia, la no-discriminación, y decretar como inadmisible el argumento de Polonia que quiere, contrariamente al plan de relocalización, una sociedad ´étnicamente homogénea´2.
El ejemplo de la democracia en Europa del Este nos muestra que no se trata solamente para Orban y sus fans de contentarse con una ´revolución de rectificación´, según la expresión de Habermas –ponerse al nivel de las instituciones democráticas de Europa, sino que la ambición claramente declarada es la extensión de la ´Europa del renacer´: la del pueblo por fin amo de su destino. En suma, cambiar Europa para repatriar los poderes a los gobiernos nacionales.
La regresión de la democracia en Europa central no es un fenómeno aislado, pensemos en Italia, Austria, en Francia también (recordemos el contexto en el que Emmanuel Macron fue elegido). El liberalismo político debe ser defendido, es decir, no limitar Europa al mercado y al derecho, si se quiere realmente contrariar la tendencia a levantar al pueblo contra la democracia, retomando el título del ensayo de Yascha Mounk, The People vs. Democracy3. El autor ha mostrado claramente, a través de encuestas con las jóvenes generaciones, el aumento de una esperanza en favor del régimen de un hombre fuerte, no democrático, que podría hacer mejor las cosas.
Conocemos sin duda la Europa del mercado, la de la gestión burocrática igualmente, la del saber experto, pero, si gobernar no es gestionar. ¿Qué sabemos del proyecto político de Europa? ¿Cómo sostener, contra los populismos de derecha y de izquierda, la necesidad democrática de una Europa política?
Una experiencia viva: el acto de palabra en política
¿Qué caminos se abren ante nosotros para una Europa a la altura de sus principios fundadores? ¿Reafirmar sin cesar la Europa del derecho y del pluralismo democrático? Sin duda, ¿pero además?
Francia ha inventado la democracia representativa, siendo la representación la condición de la democracia (transforma comunidades de individuos en igualdad ciudadana). ¿Pero ello significa, por lo tanto, que la democracia deba limitarse a la representación, o dicho de otro modo, que se reduzca al hecho que los representantes tomen la palabra en lugar de los ciudadanos, que el Ser político (los representantes, la Nación) tiendan a absorber a los ciudadanos como seres físicos? Desde este punto de vista, la democracia se revela como estando siempre en ´estado de falta´4, según la feliz expresión de Dominique Rousseau. Y la representación en su principio de fusión genera siempre sus revueltas e insurrecciones populares en busca de democracia.
Así, ¿el populismo no sería ´el lado obscuro de la necesidad de democratizar aún más´ nuestra república (nuestra Europa), tal como lo propone Blandine Kriegel5 en su crítica del exceso de Estado administrativo en detrimento de la vida democrática? La protesta, la explosión de cólera de las masas que invaden las plazas públicas, ¿son acaso un molesto incidente de recorrido o más bien un síntoma que habla de la esencia misma de la democracia, siendo la reivindicación democrática parte del proceso democrático moderno?
Hay que leer, a este respecto, a Cicerón en La república, quién distingue y opone a las masas multitudo y al pueblo populus, el cual «(…) no se constituye sino a condición de que su cohesión sea mantenida por un acuerdo en relación al derecho»6. En suma, el pueblo se constituye en y por la estructuración política. Así, la democracia es un proceso continuo en el que los ciudadanos se constituyen como tales asociándose, de lejos o de cerca, a la vida política. Y es preciso subrayar aquí que, a pesar del desafío hacia lo político, uno está ligado a la idea democrática, comprometido en las escuelas, las municipalidades, las circunscripciones, las empresas, los colectivos informales, las redes sociales. Los foros de nuestras Escuelas de psicoanálisis y más recientemente los foros Zadig son la prueba viva de este lazo con el espíritu democrático
Es preciso subrayar, sobre todo, que la democracia, para su realización, no debe ser una «(…) abstracción matemática sino una experiencia viva del pueblo»7. En suma, la democracia es un asunto de acto de palabra, compromete cuerpos hablantes. La vida democrática se realiza a través de la conversación continua. Puede ser invención o reinvención permanente. En Radicalizar la democracia, D. Rousseau, quien milita a favor de la ´democracia continua´ para una refundación de las instituciones europeas, acentúa la dimensión del ciudadano como parlêtre. Observa especialmente que la revolución de 1789 consagró la separación del cuerpo del Rey y el de la Nación, pero que una vez este paso realizado, la representación, en su principio, debe mantener una brecha entre el cuerpo de los representantes y el de los representados. La vida democrática depende de la articulación de estos dos espacios institucionales. Dicha brecha se afirma ya desde las primeras palabras de la Declaración de 1789: «La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano reconoce la existencia del cuerpo de los ciudadanos, su imposible absorción por y en el cuerpo de los representantes y la necesidad para el primero de beneficiar de autonomía». El cuerpo de los ciudadanos existe independientemente del cuerpo de los representantes, y se define por un conjunto de derechos, entre los cuales figura la libre comunicación del pensamiento y la opinión, calificada como el «(…) derecho más precioso del hombre»8. ¿Qué lugares y lazos permitirán dicha brecha? No basta con asegurar una condición de ser – ser ciudadano –, se debe alcanzar una manera de existencia –existir en tanto ciudadano–, si «(…) existir, no es ser, sino depender del Otro»9.
Efecto de discurso, efecto de rechazo
Los recursos del discurso, tal como Lacan ha forjado su estructura, constituyen una brújula sin igual para el psicoanálisis y los psicoanalistas. En 1967, al mismo tiempo que señala «(…) el cuestionamiento de todas las estructuras sociales por el progreso de la ciencia»10. Lacan construye su categoría de discurso en tanto lazo social. El discurso estructura, organiza, instituye este afán europeo de hacer convivir pueblos con historias diferentes.
Pero tiene otro efecto, el cual es revelado hoy en día con agudeza por las turbulencias de la actualidad. Como nunca antes, la estructura del discurso se manifiesta con lo que conlleva como efecto esencial: este efecto es efecto de rechazo, nos dice Lacan. Lo llama objeto a: «este objeto a designa precisamente lo que, de los efectos de discurso, se presenta como el más opaco, desconocido desde hace mucho, y sin embargo esencial. Se trata del efecto de discurso que es efecto de rechazo»11.
Más allá del amor o del odio hacia Europa, ¿cómo acoger, interpretar, darle un lugar al efecto de rechazo inherente al discurso que preside la vida de Europa? En tanto lugar de desecho en el discurso analítico, ¿los psicoanalistas sabrán arreglárselas mejor con este efecto de rechazo?
Christianne Alberti es psicoanalista, reside en Toulouse, Francia.
AME de l’École de la Cause Freudienne y de la Association Mondiale de Psychanalyse.
* Texto extraido del Blog Zadig España https://zadigespana.wordpress.com/2019/04/03/la-europa-del-discurso/
Traducción de Alejandro Olivos
Notas:
1 Cf. Zakaria F., The Rise of Illiberal Democracy Foreign affairs, nº 76, novembre/décembre 1997.
2 Cf. l’article 2 du Traité sur l’Union européenne.
3 Mounk Y., The People vs. Democracy. Why Our Freedom Is in Danger and How to Save It, Harvard university press, 2018, trad. Le Peuple contre la démocratie, éd. de l’Observatoire, 2018.
4 Rousseau D., Radicaliser la démocratie. Propositions pour une refondation, Seuil, 2015.
5 Cf. Kriegel B., ¨L’état de droit à l’épreuve de la mondialisation¨, Mental, nº 37, p. 119-141.
6 Cicéron, La République, Paris, Gallimard, 1994, p. 45.
7 Pour reprendre le mot de Trotsky tel que rapporté par John Dewey, Trotsky n’est pas coupable. Contre-interrogatoire (1937), Syllepse, 2018, p. 438.
8 Rousseau D., Radicaliser la démocratie, op. cit., p. 49.
9 Lacan J., Le Séminaire, livre XIX, … ou pire, Seuil, 2011, p. 105.
10 Lacan J., Discours de clôture des journées d’études sur les psychoses 21-22 octobre 1967, Recherches, décembre 1968.
11 Lacan J., Le Séminaire, livre XVII, L’envers de la psychanalyse, Seuil, 1991, p. 47.