Aparece de repente, aparece de repente lo que parece haber estado ahí desde siempre. Oído en murmullos, a media voz, “en boca pequeña”, en palabras avergonzadas. Quizás venga de un resto no asimilado, de un insulto indigesto, de una afrenta, de un ultraje insoportable, de una cicatriz ancestral o de una mancha muy cercana, de un goce íntimo y oscuro que vuelve en la piel del Otro. A veces, exactamente en la piel. El huevo de la serpiente del fascismo está siempre ahí, donde siempre ha estado, en la memoria que no se apaga, en la memoria no tratada, y resurge en tiempos propicios, súbita y rudamente. Y entonces muchos se preguntan, desde el fundo del asombro, cómo no se dieron cuenta antes. Los restos de memoria dejan sus huellas, cuando no son, en el sentido más amplio, celebrados, ajustan sus cuentas. Pero este fascismo, crudo e intensificado, que ganó las calles, tantas mentes y corazones brasileños, que estalló por el mundo, que parece volver siempre al mismo lugar, no dura para siempre.
Es cierto que los recientes acontecimientos que han sacudido la fulgurante ascensión de aventuras autoritarias dispersas en todo el mundo nos han traído un suspiro de alivio1. Nuevamente no estaremos en el mejor de los mundos, pero la noche que no admitía la aurora parece disipar algunas de sus sombras. Las elecciones estadounidenses, la celebración popular, sobre todo, de la población negra estadounidense, y quizás de otras minorías, asienten, con mejores vientos, a un planeta que vive los sofocantes momentos de una pandemia, cosidos al ascenso de líderes populistas de extrema derecha en varios rincones del mundo.
El fascismo no dura para siempre, así fue también en el siglo XX. Inventado en sus formas más definitivas en el siglo pasado, sus orígenes están arraigados en la historia de varios pueblos, en las masas y en los sujetos. Sin embargo, no nos engañemos: la extraña paradoja es que él sea, como señala Umberto Eco, también eterno, germinal, “ur”2. ¿Qué quiere decir que no desaparece, es coetáneo de lo humano, tal como el crimen3, tejido en los bordes de la ley, o estaría en el corazón de la ley misma que engendra? Es eterno, pero no dura para siempre. Viene en olas, como una extraña epidemia, cuyo virus es intrínseco al humano, es este punto de lo extraño, de lo incivilizable en la civilización, de la violencia y del goce mortífero que habita en lo más humano. Obliga a un trabajo incesante. Si los totalitarismos e incluso las tiranías más modestas responden actualmente a las imperfecciones de la democracia, ¿no será la democracia donde el vacío de la política, la imposibilidad de anular las diferencias humanas, se expone mejor4? La política es consecuencia de que hay, en principio, desacuerdo. Si la política es la continuación de la guerra, como dijo Clausewitz, es casi natural que la retórica de uno vuelva a la del otro. La guerra como modo de discurso5 por lo tanto, de goce, es el pilar de la civilización limítrofe fascista, siempre a un paso de la barbarie, alimentada por el odio. ¿Es una barbarie? ¿Que surgió curiosamente de inspiración romana? Quizás sea más que nunca la demostración de que en las huestes romanas, de estos representantes de la civilización, se albergaba el sueño de la civilización pura que solo encuentra la barbarie. Lo que nos acerca al tema, en cada uno, del racismo de cada uno.
Vivimos este regreso en Brasil. Acompaña al mundo, ahora, con las nuevas vestimentas del fascismo, que estalla en varios países, toma el poder por las urnas en Polonia y Hungría. Sabemos que estos no son los mismos acontecimientos, que el neoliberalismo ha dado nuevos colores no nacionalistas a este resurgimiento autoritario, que, sin embargo, tiene similitudes, comparte fundamentos con el fascismo de otrora. Ahora, sin embargo, el neofascismo no se caracteriza por el elogio del Estado, de la patria, de la «sangre y de la tierra», como en la Italia de Mussolini y en la Alemania de Hitler, sino que hereda su violencia de Ubu Rey6, vivimos tiempos de Ubu Rey. El neofascismo nacional, a menudo incluso terraplanista, también tiene sus negacionismos: si sus antecesores negaban el Holocausto, los actuales niegan la pandemia del covid-19, su gravedad. Los temores foucaultianos y agambenianos de control social, ahora restringidos a Europa occidental con sus líderes aún «iluministas», no se aplican al neofascismo nacional. Esto incentiva, sin embargo, tal como sus antecesores europeos y la versión nacional del integrismo, la valentía, el combate, a utilizar el lenguaje de la exaltación de la guerra, del elogio a las armas, del culto a la muerte7. Se acalora con las intemperancias, lucha contra un pueblo de «maricas»8, incluso hace de la mascarilla una retórica de privación de libertad. El negacionismo se debe al no querer saber, en un momento en el que predominan las narrativas. Populismo que prescinde de la representación, y captura al sujeto por el resentimiento9, en el culto a los winners, por parte de una multitud de losers desilusionados con su fracaso, desilusionados con la promesa de ascenso social y acceso al consumo, que suponen que les han robado su goce.
El fascismo, que aquí no se distingue, por lo que nos interesa discutir, del neofascismo que nos ocupa, se alimenta del núcleo violento de la ley que está dispuesto a representar. Se alimenta del resentimiento, este goce arraigado a la posición de víctima, este resquicio de la pasión por la venganza, que expone el núcleo violento de la ley. El horror a la política es la expresión del deseo de ser tiranizado, sometido, una especie de recrudecimiento de una versión de un padre tiránico que proteja del desamparo, un sueño de una patria pura y una lengua unívoca que nunca existieron, que probablemente son imposibles. Así, las alianzas contemporáneas con la religión atestiguan el declive del padre, de las funciones que lo encarnan, el goce ilimitado encuentra refugio en la religión, especialmente de las ramas neopentecostales en sus tendencias negacionistas, con su furor antiintelectual, anticientífico, diseminadores de las posverdades en la era de las narrativas que no se someten al saber. No es, así, exactamente como un tradicionalismo conservador que se caracterizan, dado su desprecio por la cultura. Con un radicalismo de ocasión, irracionalista, fomentan la acción sin pensar. “Cuando escucho hablar sobre cultura, inmediatamente tomo la pistola”, esta declaración atribuida a J. Goebbels, ministro de propaganda del Tercer Reich, inspira versiones nacionales. En el fascismo europeo, el elogio de la guerra, de la fuerza, del poder, resultó en arte mediocre, en un futurismo de primer orden, en general, en la fascinación tecnológica, en un arte ruralista Kitsch, bucólica y edificante, aquí, aún, seguiremos viendo…
Lo real aparece en la pandemia, el estímulo al coraje se mezcla con el culto a la muerte, a la violencia, al goce desenfrenado. Esto es lo que afirma el moralismo, la llama del superyó moralista. El culto al sacrificio en sus formas contemporáneas, la pasión por el resentimiento de la multitud que arrebata a los humillados y ofendidos10. Ellos son llevados, entonces, a combatir en el Otro el extranjero que toca la frontera, el goce extranjero, desconocido. Parodiando a Miller, nada es más humano que el racismo, surgió incluso antes de la idea de raza, incluso antes de que se inventara esta noción, ya se constituían los racismos. Si antes la ciencia servía a los propósitos eugenistas, al racismo nazi, ahora ella simplemente está descalificada. El horror a la ciencia y a la cultura es un retrato fiel del vaciamiento ideológico y filosófico del propio fascismo. El fascismo, en tanto que ese anhelo por el Estado de fuertes (Mussolini) o de Alemania pura (Hitler), este llamado a la nación, al colectivo, se concentra y se alimenta del elogio de la violencia, del heroísmo en su cara mortífera, como equivalente al sacrificio por un todo ideal. Viva la muerte, clamaban los partidarios de Franco. Es propio de lo real no hacerse creíble: o es un sueño o no se puede decirlo. No olvidemos, sin embargo, que se puede bordearlo. En tiempos de pandemia, el advenimiento del fascismo surge como un acontecimiento repentino, pero también es generado como el huevo de la serpiente. Y surge aquel que encarna e interpreta la voluntad del pueblo, les da cuerpo, bigote o mechón.
En Brasil, como ya se ha dicho, no se reduce a las maniobras o herencias de las élites incultas, el mordisco final es en los descalificados, excluidos de las letras y abandonados a un resentimiento ancestral incalculable que dura hasta toda la vida. No es el sueño de volver al edén racial, a un pasado que nunca existió, se concentra en los losers de un mundo que glorifica a los supuestos winners. La “rabieta” de Trump, su “decidida reticencia” a aceptar la reciente victoria de Biden, con todos los peligros que puede predecir, es el retrato, el instantáneo del cómico de los grandes dictadores, desde Nerón y Calígula hasta Hitler y Mussolini, y incluso las parrandas y fanfarronadas de nuestro representante nacional, clamadas en medio del horror de la matanza de la peste. Es el teatro de la detumescencia del falo, lo imposible del sueño del “reich de los mil años” que le correspondía a cada uno. La reducción a causas económicas no da cuenta de cómo se transmite el horror del racismo y no hay fascismo sin racismo. El racismo evoca el mal en cada uno y la suposición de que se puede erradicarlo y no combatirlo traspone el modo de funcionamiento fascista a los cotidianos más banales11. Podemos reconocer en el justiciero su figura más cotidiana, dispuesto a restaurar el orden a cualquier precio, que precisamente libera la violencia, salvaje, que habita la propia ley, tantas veces evocada en la práctica policial.
Conocemos desde hace tiempo estas diatribas contra los ataques a la libertad que derivan de la retórica anticomunista démodé, una referencia que por el momento suena vaga, aludiendo a peligros difíciles de localizar, pero que ciertamente resuenan en los restos de recuerdos, fragmentos de ideologías pasadas que sacudieron otras épocas. No el riesgo del control social, sino del “comunismo”, una referencia débil a las redes colectivas de solidaridad. Práctica propia del cálculo colectivo, que no es control social, sino que implica responsabilidad, corolario de la castración, ya señalada por Freud en las tres fuentes del sufrimiento narcisista del ser humano, una de ellas precisamente la naturaleza en su cara más real, «tan» real que despega de la naturaleza. No se trata, así, de control social, de la biopolítica, repetimos, sino de su reverso, la libertad para la destrucción.
Para el fascismo se necesita un enemigo, un tributario permanente del enemigo interno, esa extrañeza imponderable que habita en cada uno. Si el temor al control social es un lujo que no podemos darnos, la aporía neofascista ofrece un desprecio por la cultura, por el saber científico o incluso estadístico de la epidemiología, en la era de las narrativas alimentadas por las posverdades, opiniones que resuenan en internet que producen realidades paralelas, mantenidas por la fuerza del grito repetido de las narrativas. Si el fascismo en el siglo XX se sirvió de la radio para reclutar las masas, ahora el internet amplifica de forma anónima las voces de comando. Desorganización que vuelve la vida y el cotidiano irrealizables, perdidos en el impacto de la epidemia.
Esta banalización de la muerte es denunciada por Victor Klemperer, en su estudio sobre la Lengua del Tercer Reich, que él anticipa en sus Diarios12: lenguaje de eufemismos que hoy toma la forma, al menos en nuestras parajes tropicales, de un lenguaje de improperios, malas palabras, insultos, ultrajes. Los eufemismos, tan característicos del lenguaje de los cuarteles nazis13, son sustituidos aquí por el empobrecimiento de un lenguaje que se alimenta de insultos, de violencias lingüísticas, de clichés, que reduce sus funciones connotativas en dirección a una denotación univoca, simplista.
Lo importante es que este lenguaje se infiltra en la vida cotidiana, hace que el sujeto sea desvergonzado, que se autorice en el día a día a expresar sus inclinaciones más despreciables, hasta entonces, aquellas que, no hace mucho, eran dichas a medias, disfrazadas de la supuesta irreverencia de las bromas. De hecho, la irreverencia misma se degrada, porque el humor supone ironía, supone el uso de la dimensión simbólica de la palabra, de la poesía de las resonancias, del eco de las vocalizaciones, de la música no siempre alegre del deseo.
Trotsky atribuye esta adhesión a la desesperación de la pequeña burguesía y del proletariado14 en tiempos de escasez y ausencia de representación popular. ¿No sería más apropiado, en el momento actual, atribuirlo al resentimiento de las clases medias, también del lumpemproletariado? No cabe duda de que está en el poder el lumpen, un ejército de rechazados del “sistema”, abandonados de la suerte en general.
Pobreza de la filosofía, nos señala Umberto Eco, reducida a un mero contra-iluminismo y, aunque haya una estética fascista, como lo demuestra la obra de Leni Riefenstahl, un culto retórico a la tradición, como ya se ha señalado, permanece, al final de las cuentas, simplemente un inmenso aprecio por los clichés.
Junto a esto, el horror al extranjero, el sueño de la lengua pura, de la patria pura es el intento sistemático de liberarse del extraño en sí mismo, del lado oscuro en cada uno, por eso su principal arma es el racismo, la segregación, una cohorte de discriminación que busca alejar de sí el mal, colocado en el extranjero que cotidianamente ronda las fronteras familiares. Un enemigo en toda parte, no hay fascismo sin enemigo, sin esta lógica concentrada en el antagonismo.
La referencia a lo divino, la alianza con la religión y sus sentidos teleológicos es inevitable. Es importante agregar que estos movimientos nacieron y ahora recrudecen cuando el padre entra en decadencia, ya no se presta más a la organización pulsional y la religión está dispuesta a ocupar ese lugar a través de su aprecio al sentido: no querer saber impulsa a la religión, al sentido religioso que, al intentar rescatar una dignidad maltratada y ultrajada, corre el riesgo de concentrar este intento en un fundamentalismo imaginario que vaporiza sus aspiraciones simbólicas
El fascismo no dura para siempre, pero siempre puede germinar.
Cristina Duba es psicoanalista, reside en Río de Janeiro.
Miembro EBP/AMP.
Traducción de: Ana Paula Britto
Notas:
[1] Me refiero a la elección de Biden en la reciente disputa (2020) entre Biden y D. Trump por la presidencia de los Estados Unidos.
2 Eco, U. Fascismo eterno, Ed. Record, SP, 2019
3 Miller, J.-A., “Nada es más humano que el crimen”, en la revista electrónica Almanaque, n.4, MG.
4 Arendt, H., ¿Qué es la política?, Ed. Bertrand, Brasil, 2017, p. 21.
5 Brousse, M-H, La psychanalyse à l´épreuve de la guerre, Berg Ed., Paris, 2015
6 Jarry, A., Ubu Rei, Ed. Civilização Brasileira, RJ, 1972.
7 Mussolini, B., “[El fascismo] … descarta el pacifismo como un manto de la renuncia cobarde y complaciente, en contraste con el auto sacrificio. Sólo la guerra lleva toda la energía humana a su máxima tensión y pone el sello de nobleza en aquellos pueblos que tienen el coraje de afrontarla” pg 24 e 25 en Fascismo, Ed. Nova Fronteira, RJ, 2020.
8 Cf discurso del presidente Jair Bolsonaro el 10 de noviembre de 2020, según la transmisión televisiva Globo.
9 Kehl, M R, em Ressentimento, Clínica psicanalítica, Ed Casa do Psicólogo, SP, 2004.
10 Cf película “somos jóvenes, somos fuertes”, película alemana de 2014, dirigida por Burhan Qurbani.
[1]1 Rezzori, G., Von, Memórias de um antissemita, Ed Todavia, 2019.
[1]2 Klemperer, V., Testimonio clandestino de un judío en la Alemania nazi, Companhia das Letras, SP, 1999.
13 El filme Shoah de Claude Lanzmann reúne diversos testimonios del historiador Raúl Hilberg, en los que él también nos demuestra como el lenguaje técnico de los documentos nazis estaba construido con eufemismos (entre otras características), en los que “cadáveres”, por ejemplo, estaba cambiado por “piezas”.
[1]4 “do rebotalho humano organiza destacamentos de combate”, en palabras de León Trotski, en Fascismo, Ed. Nova Fronteira, pg. RJ, 2020.