La obra de Antonio Gramsci ha permanecido hasta ahora más bien impermeable a la relación con el psicoanálisis. A excepción de los estudios del filósofo argentino recientemente desaparecido Ernesto Laclau, y de sus seguidores, que construye en una perspectiva post-marxista una conexión entre el pensamiento de Lacan y el de Gramsci, la bibliografía de estudios gramscianos no presenta trabajos significativos sobre la relación entre el pensamiento del más importante autor marxista italiano y la disciplina inventada por Freud. Tampoco la obra de Gramsci desarrolla en su interior una relación explícita con la teoría psicoanalítica, a diferencia de la de otros filósofos marxistas, como Herbert Marcuse o Luis Althusser. Gramsci muere en el ’37, cinco días después de finalizado su largo encarcelamiento bajo el régimen fascista, por lo tanto un año antes de la muerte de Freud, exiliado en Londres. Inmerso en la causa de la lucha política −que para él se encarnaba en un nexo inescindible de elaboración teórica y práctica de intervención en la coyuntura histórica existente−, foráneo al mundo universitario, a diferencia de otros filósofos marxistas, Gramsci no había tenido un encuentro significativo con el psicoanálisis.
Sin embargo, en el momento histórico actual nos parece digno de interés, a 80 años de la muerte de Gramsci, intentar interrogar su pensamiento para ver si tiene algo que decir al psicoanálisis de hoy, en particular en esta coyuntura que se ha abierto recientemente para nosotros sobre la relación entre psicoanálisis y política en la vía del impulso que ha dado al respecto Jacques-Alain Miller a partir de las pasadas elecciones francesas.
Para poder comenzar esta operación de un modo útil, creo que es necesario poner entre paréntesis una serie de claves de acceso tradicionales sedimentadas sobre la obra de Gramsci, por completo justificadas históricamente pero que arriesgan a tapar lo que podría sobresalir como interesante hoy para nuestra lectura. En otros términos, no será a través de la vía del historicismo, del humanismo, del contexto del diálogo crítico con el neoidealismo italiano de Croce y Gentile, de las diatribas internas al movimiento comunista internacional del que fue un exponente con liderazgo, que llegaremos a abrir una vía de acceso a la obra de Gramsci fecunda para nosotros. Es otro Gramsci el que puede entrar en diálogo y sintonizar con nosotros. Quizás es el que podrá explicarnos por qué el autor de los Cuadernos de la cárcel hoy, después del fracaso de la experiencia histórica del comunismo realizado, luego del fin del partido comunista italiano fundado por él –que ha sido el partido comunista más fuerte de Occidente–, no haya sido puesto en el ático como gran parte de los autores marxistas sino que, por el contrario, sea el autor marxista más leído después de Marx. Un autor global, estudiado en todo el mundo, tanto en Extremo Oriente como en los Estados Unidos, en América Latina como en África o Medio Oriente. Y utilizado activamente por muchos seguidores de hoy para leer críticamente situaciones problemáticas del presente en el campo político, y para intentar transformarlas. Esta dimensión prácticamente fecunda del pensamiento de Gramsci hace que su obra no sea solo, al menos por el momento, la de un clásico universal, sino que mantenga viva su contemporaneidad. Es esto lo que aquí nos interesa hacer emerger.
Me limitaré a indicar un punto que podría abrir una lectura nuestra de Gramsci, útil para nuestra actual reflexión sobre la relación entre psicoanálisis y política. A este punto lo definiría como una tensión, en Gramsci, entre la dimensión orgánica y la dimensión herética. Gramsci es al mismo tiempo un intelectual herético y un intelectual orgánico del pensamiento y del movimiento marxista. Diría más: hay una tensión estructural en Gramsci entre lo herético y lo orgánico. Tensión que es su fuerza y acaso su secreto. La herejía es deducible claramente del estilo de su discurso y de su modo de hacer propia la lección de Marx. Su filosofía de la praxis –así como él define su pensamiento– se opone a toda forma de lectura determinística, teleológica, mesiánica, economicista del marxismo y de la historia. Para Gramsci, podríamos decir, la lucha política se funda en la ausencia radical de garantía con respecto a sus resultados. No es la garantía de una salida procesual sobre la crisis y la caída del capitalismo la que guía el pensamiento y la praxis en Gramsci. Es más bien la asunción de una posición ético-política, que está en la base de una elección de campo práctica de carácter revolucionario, y que es animada por la importancia que Gramsci –quizás más que ningún otro en el pensamiento marxista– ha dado a la lucha política en el campo de la cultura, a la derrota y la conquista de la hegemonía en el campo cultural. La conquista del poder sin la adquisición del consenso en las masas para Gramsci es incompleta, y abre el campo a una “crisis de autoridad”, la expresión es de Gramsci, que lo vuelve frágil.
También en el ámbito de su posición política en el contexto de la internacional comunista, la posición de Gramsci ha sido herética. Fue uno de los primeros grandes críticos ante el stalinismo al pie de la letra, litteram, de su deriva burocrático-nacionalista-autoritaria, y en la fase más avanzada de su pensamiento muchos estudiosos hoy reconocen la salida a una perspectiva política post-leninista, abierta a la construcción de un radicalismo democrático y cosmopolita. Un estudioso italiano, Franco Lo Piparo, llegó a sostener la controversial tesis de que Palmiro Togliatti, la mente jurídica del Comintern que tomó el lugar de Gramsci en la conducción del PCI, hizo desaparecer uno de los Cuadernos de Gramsci, el más ásperamente crítico sobre Stalin, para preservar al mismo Gramsci y a la suerte de del Partido de las venganzas stalinistas[1].
También la actitud deliberadamente anti-sistemática de Gramsci, después de todo deducible de sus escritos, artículos de diarios, cartas, notas ligadas a ocasiones contingentes que nunca fueron reconducibles en él a la exigencia de faire le livre, su privilegio del fragmento por sobre el sistema, nos dice mucho sobre la posición contemporánea de Gramsci, que algunos críticos por este aspecto de su escritura han acercado a la de Walter Benjamin. Esto aun si –escribe Gramsci– “La búsqueda del leit motiv, del ritmo del pensamiento en desarrollo, debe ser más importante que las solas afirmaciones casuales y los aforismos destacados”[2]. Pero en Gramsci este aspecto se salda con la lúcida exigencia de inscribir esta posición en el cuadro de un organismo colectivo orientado a la transformación de la sociedad, del cual él mismo ha hecho una teoría y una praxis. Más bien, como sostiene Antonio Santucci, uno de los mayores expertos gramscianos, “Gramsci está entre los pensadores marxistas en los que la soldadura entre teoría y práctica, pensamiento y acción, es más compacta”[3]. Este es el Gramsci fundador del partido comunista italiano, teórico del partido como “nuevo Príncipe”, lector de Maquiavelo, descubridor de la función del intelectual orgánico como algo distinto del intelectual tradicional[4]. La definición del intelectual de tipo orgánico no debe banalizarse. No se trata simplemente de un intelectual de segunda categoría con respecto al gran intelectual, ni de un puro agente ideológico. Por un lado, la noción gramsciana del intelectual orgánico nos permite hacernos una idea no reductivamente literaria del intelectual, y pasar a una idea discursiva del intelectual con una sensibilidad que Michel Foucault desarrollará ampliamente, y que permite incluir a todos los sectores del funcionariado ligados a los aparatos ideológico-educativos de la sociedad (la escuela, la educación,…). En segundo lugar, el intelectual de tipo orgánico, en particular el que Gramsci piensa como agente para derrotar la hegemonía en el campo cultural, es un intelectual que está movido por una causa en la cual se reconoce y en cuya realización inscribe la propia acción en el campo de la política. En este sentido quizás, en su crítica al libro de Rancière en LQ516, Miller se autodefine entre comillas como un “intelectual orgánico” del Campo Freudiano. Para Gramsci, hay una diferencia precisa entre intelectual orgánico al servicio del poder dominante e intelectual orgánico que opera para transformar críticamente la cultura y la sociedad.
Este último, escribe Gramsci, es movido por la exigencia de decir la verdad a las masas, no trabaja para persuadir con cada medio sino para transformar haciendo emerger lo que permanece ocultado. Cito a Gramsci: “en la política de masas, decir la verdad es una necesidad política”[5]. Para Gramsci se trata de una verdad a entender en modo pragmático, que no preexiste a la praxis sino que emerge en ella, y se deduce de sus efectos en la coyuntura política[6]. En el fondo, ¿no es algo así lo que se ha puesto en el campo antes de las elecciones francesas en la E.C.F., cuando ha querido develar la des-demonización del Front National de Marine Le Pen? En este sentido, Gramsci recupera y da una dignidad a la noción de verdad en política. Cosa interesante para nosotros, a condición de entenderla, como nos enseña Lacan, como no toda decible.
Domenico Cosenza es psicoanalista, reside en Milán.
AME de la SLP-AMP. AE en ejercicio. Actual presidente de la Eurofederación de psicoanálisis.
Traducción: Natalia Paladino
Revisión: Domenico Cosenza
*Texto presentado en el Seminario de Política Lacaniana en Turín, el 8 de julio de 2017. Publicado en Política Lacaniana, P. Bolgiani y R. E. Manzetti (comp), Rosemberg & Sellier, Turín, 2018, pp. 53-56.
Notas bibliográficas:
[1] Lo Piparo, F., I due carceri di Gramsci, Donzelli, Roma 2012, p. 109.
[2] Gramsci, A., Quaderni dal carcere, vol. III, Quaderno 16 (XXII), Einaudi, Turín, 2014, pp. 1841-42.
[3] Santucci, A., Antonio Gramsci 1891-1937, Sellerio, Palermo, 2017, p. 156.
[4] Gramsci, A., Quaderni dal carcere, vol. I, Quaderno 4 (XIII), Einaudi, Turín, 2014, pp. 477-8.
[5] Ibid., vol. II, Quaderno 6 (VIII), p. 700.
[6] Frosini, F., Da Gramsci a Marx. Ideologia, verità e politica, DeriveApprodi, Roma, 2009, p. 22.