Llegar al número 10 de la revista es una alegría que compartimos con nuestros colaboradores y lectores, que crecen día a día. No se trata simplemente de un festejo sino de haber podido mantener una línea editorial que propusimos desde el comienzo: una revista no partidista, pero que toma partido, y esta toma de posición fue analizando y denunciando al Neoliberalismo y sus consecuencias en la vida de todo el mundo, ya que su característica e imperio global no deja por fuera a nadie. La nueva “Razón del mundo”, el “Dios mercado” se reacomoda permanentemente. Lo caracterizamos como la Hidra Neoliberal en su reproducción y gestación de políticas que afectan no solo la economía, también la política y, en términos generales, la subjetividad de la época.
Este número sale a la luz en marzo de 2020 y no podemos dejar de mencionar el triste aniversario del golpe de estado de 1976 con sus sangrientas y devastadoras consecuencias. Un golpe que hoy, retroactivamente, podemos leer como una manifestación de las políticas neoliberales y de la implementación de las ideas de la Escuela de Chicago a través de la anulación de la democracia y la anulación de políticas sociales. Mantenemos y sostenemos la vigencia democrática recuperada a partir de la asunción de Alfonsín. En todos estos años, diversos gobiernos han dejado sus huellas en la población. A estas, a grandes rasgos, las podemos ubicar en dos campos: la de las políticas populares y las del neoliberalismo. Excede a nuestra intención el análisis pormenorizado de las huellas señaladas, pero sí intentamos precisar y poner a discusión una cuestión fundamental: la incidencia hoy del Neoliberalismo en la democracia, algunos de sus alcances y la advertencia de defender, profundizar, radicalizar y sostener la prácticas democráticas como un dique necesario y, a través de ellas, las alternativas a la premisa del “único mundo posible”. A su vez, el desafío democrático también pasa por generar los instrumentos y las formas que permitan visibilizar lo que el neoliberalismo oculta o distorsiona con sus medios afines.
Lo expuesto hasta ahora se enmarca en el proceso posterior al final de la Guerra Fría cuando se desata la nueva razón del mundo inaugurando una demolición conceptual de la democracia, saturando sus contenidos con valores de mercado. En síntesis, el neoliberalismo viene atacando sostenidamente los principios, las prácticas, las culturas, la singularidad y las instituciones de la democracia. Este carácter destructivo responde a que el neoliberalismo no se reduce a una política económica ni tampoco a una nueva configuración de las relaciones entre los Estados y la economía, sino que la economía de acumulación financiera requiere de Estados débiles o que sean agentes de sus políticas y, por lo tanto, estos no pueden sostener una práctica democrática; la misma cae debajo de una racionalidad rectora que se ha adueñado del mundo más allá de fronteras y culturas.
Para decirlo en los términos de Wendy Brown, en su excelente libro El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo: “…la razón neoliberal, que actualmente es ubicua en el arte de gobernar y en el lugar del trabajo, en la jurisprudencia, la educación, la cultura y en una amplia gama de actividades cotidianas, está convirtiendo el carácter claramente político, el significado y la operación de los elementos constitutivos de la democracia en algo económico”1. Agreguemos que nuestro punto de vista supone considerar al neoliberalismo como la fuerza que se expande y determina las coordenadas generales de la época. Esta expansión se sostiene al ubicarse como el fin de la historia y no aceptar ningún tipo de restricción o control sobre su postulado de ser el único mundo posible, la nueva razón del mundo, con su narrativa restrictiva de derechos y el cuestionamiento a la democracia como un obstáculo al crecimiento capitalista. Hemos considerado y tratado de describirlo bajo la figura de “La hidra neoliberal” con la intención de subrayar que no se trata de una única cabeza pensante y actuante sino que, en su forma y en su despliegue, se ilustra con las múltiples cabezas de la hidra con su capacidad de autogenerarse. De esta manera intentamos presentar la “turbia complejidad” que el neoliberalismo impone en nuestra contemporaneidad. Turbia complejidad que afecta por entero a la práctica democrática.
La democracia no responde por naturaleza a un deseo de democracia. Teóricos como Rousseau (a partir de la modernidad) y Mill (deseamos igualdad, tolerancia para nosotros mismos pero tenemos una menor inclinación a concedérselas a los otros) reconocieron la dificultad de lograr espíritus democráticos. Sumemos a eso la complejidad de precisar los términos que la definen a partir de sus significados diversos. Continuemos insistiendo que la democracia tiene hoy que vérselas con la fuerza de la globalización y con las redes económicas, políticas y mediáticas que la envuelven y condicionan. Quizás, en esa trama tengamos algunos elementos para comprender por qué hoy, en muchas sociedades democráticas, se acepta y bendice a sus verdugos dándoles el poder de generar una acumulación de pocos en detrimento de las mayorías.
Ante esta complejidad proponemos ubicarnos bajo la figura del analista ciudadano, propuesta por Eric Laurent para situarnos en el campo de lo social. Se trata de hacer existir el psicoanálisis con responsabilidad ya que, hoy, el lugar de lo comunitario tiende a desaparecer a la luz del discurso neoliberal, y sus estructuras disciplinarias. La formulación propuesta se enmarca en la teoría moderna de la democracia: “Los analistas han de entender que hay una comunidad de intereses entre el discurso analítico y la democracia, ¡pero entenderlo de verdad! Hay que pasar del analista encerrado en su reserva, crítico, a un analista que participa, un analista sensible a las formas de segregación, un analista capaz de entender cuál fue su función y cuál le corresponde ahora”2. Tomar partido de manera activa ante las pasiones imaginarias, ante las identificaciones que permiten el desencadenamiento de las pasiones narcisistas. A mantener la articulación entre normas y particularidades, más allá de la pasión narcisista de la diferencias y actuar con otros para impedir que en nombre de una universalidad, se olvide lo particular. Pero diferencia no es sinónimo de desigualdad y esta nos presenta el desafío contemporáneo ya que esta no es solo económica, sino social, de oportunidades, educativa, etc. Por lo tanto, no se trata de sustraerle a uno su particularidad ni por un universal, ni por alguna razón humanista. El analista ciudadano sostiene en el debate democrático el interés que tiene para todos la particularidad de cada uno. A nuestro entender, el analista ciudadano articula la posición de Lacan frente a los acontecimientos de época, que fue la de no ceder ante los embates que cuestionaban los principios mismos del psicoanálisis, participar activamente en los debates contemporáneos incluido el debate democrático. Un debate sin miedo a la polémica, ya que la misma también es generadora de lazos sociales, sin miedo a la movilización y expresión de intereses en tanto el desacuerdo es también motor de cambio.
¿Qué hacer? Por un lado, el apoyo pleno al sistema democrático en tanto sostiene derechos y la libertad de la palabra. Y por otro, pero en íntima conexión, no refugiarnos en los argumentos de neutralidad, cuestión que no nos obliga a tomar una posición partidista, sino a sostener el deseo del analista. El deseo del analista, en tanto concepto, excede a su dominio de función en el marco de la cura y se ubica plenamente en relación a los discursos que pluralizan lo social como marco simbólico. Se trata de ubicarnos bajo las relaciones de dominio que implican el entramado de lo social. Hoy podemos pensar al neoliberalismo en el lugar del discurso amo (S1) sosteniendo “Soy lo único” con sus efectos de dominación o captura de los sujetos que, al mismo tiempo, ordena al conjunto de los significantes (S2). Una razón más para apoyar la democracia en tanto, “El discurso de la democracia difunde S(Ⱥ). No hay significante último, solo hay un lugar en el cual vienen a inscribirse los significantes que nos permiten orientarnos y los valores que ocultan el agujero consistente en que no hay valor final.”3 Nadie puede decir y arrogarse el todo y la democracia se inscribe en ese agujero consistente, con su limites, reinventándose como medio de oponerse al antidemocrático neoliberalismo que trata de imponer su concepto de bien universal y naturalizar la pobreza. A su vez, este proceso necesariamente tiene que responder a los cambios del marco simbólico que estamos atravesando donde cada vez se afianzan las trayectorias personales y el individualismo. Hay una realidad que no siempre está representada por las formas tradicionales de los partidos políticos, ya que las crisis generadas por el neoliberalismo torna al futuro no previsible y hace más que nunca necesario que la democracia sostenga y genere nuevos lazos. El desafío político de los partidos es mantener la representatividad activa más allá del apoyo obtenido por el voto, herramienta fundamental, pero sabiendo que es inevitable la decepción si la democracia solo se limita al proceso electoral.
La libertad de pluma sostiene el debate democrático apuntando el desarrollo de lo posible hasta sus últimas consecuencias.
Aníbal Leserre
Marzo 2020
1 Brown Wendy, El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo. Ed.Malpaso, México-Barcelona 2015, p. 5.
2 Laurent, E., Psicoanálisis y salud mental, Ed. Tres Haches, Buenos Aires, 2000, p.115.
3 Miller, J-A., Un esfuerzo de poesía, Paidós, Buenos Aires, 2016, p.52.