Editorial

No podemos estar ausentes de la vida en pandemia, entre otras razones, porque no hay un “por fuera” del coronavirus, todos estamos inmersos, particularmente, en la crisis sanitaria, social, y económica que genera. Una pandemia que trastocó la retórica de las nuevas  tecnologías y su promesa de un futuro perfecto dando  por tierra con la omnipotencia de intentar un control absoluto sobre la realidad humana, dejando  al desnudo que las fantasías de un maravilloso porvenir no son más que las fachadas que recubren intereses privados. Sin embargo, no deberíamos dejar de lado el siguiente interrogante: ¿con que nos está familiarizando el Covid? Podemos abordar la pregunta desde diferentes ángulos, puesto que implica que no volveremos a un estado anterior; sus efectos cambiarán radicalmente nuestras vidas. Por otro lado, en el  cruce con el Neoliberalismo, pone al descubierto que los mecanismos de mercado son absolutamente insuficientes para evitar los males producto de la pandemia que está llevando la desigualdad (que no es lo mismo que la diferencia) a niveles superlativos. Pone sobre la mesa los límites de esta razón-mundo. El virus descorrió el velo neoliberal dominante. Otro ángulo de la pregunta señalada es pensar qué hay de lo siniestro (familiar) para cada uno en relación al Covid que genera sentimientos de desprotección,  vulnerabilidad,  fragilidad. En los mismos hay que mirar para poder ver  y ubicarnos en lo que se nos impone: el dominio de la incertidumbre, de lo impredecible, efecto de un real que va más allá de la realidad, que toca en la singularidad de cada uno en relación a su deseo. Leemos y escuchamos que  la pandemia implica un real sin ley, cuyos alcances apenas vislumbramos, un efecto de la “naturaleza”, un real contingente que irrumpe en lo simbólico y lo imaginario de una manera tan intensa que trastoca sentidos y referentes para todos y cada uno. Una emergencia que altera todas las ficciones y narraciones y en esas alteraciones es donde se manifiesta lo real.

La epidemia actual no tiene un significado oculto; como decíamos, es contingente. No es un enemigo cuyo fin es la destrucción a través de diferentes estrategias,  no es más ni menos que un virus que se autorreplica. Y sobre el cual solo podremos defendernos por medio de vacunas. Es decir que seguirá entre nosotros, con más o menos efectos pandémicos y, como otras pandemias a lo largo de la historia que han producido cambios en la manera de ver el mundo y han mellado más de una idea incuestionable, no podemos saber cuál será su efecto final sobre el neoliberalismo, pero ya está dejando sus huellas. Por supuesto que no todo cambio es para mejor, por ejemplo puede acrecentar el autoritarismo. Efectos que pugnan por un sentido. Por un lado, el que señalamos al decir que el coronavirus muestra de raíz los límites del neoliberalismo. Señala la falacia de la afirmación “los privados hacen todo mejor”, “la libre empresa es la mejor regulación” y el altar en donde se coloca la “libertad individual”. En síntesis, marca un fuerte límite al neoliberalismo como única razón del mundo, como única alternativa, como hegemonía. La pandemia también toca sus alcances como discurso amo contemporáneo. Por otro lado, como venimos sosteniendo en La libertad de pluma, nos servimos  del discurso analítico para precisar que el neoliberalismo no puede borrar el vacío, no puede reducir la estructura subjetiva a los parámetros del mercado, y por lo tanto, a lo que asistimos, es a una brutal operación sobre el sujeto, una construcción de una coraza de sí, una “clausura de la subjetividad” en el “sí mismo”, en la creencia de un yo fuerte, autónomo, no castrado y con una relación narcisista en las cuestiones del amor. 

Además, estamos asistiendo, dentro de la hidra neoliberal, a una mutación hacia una nueva hidra neofascista ya que, otro de los sentidos, es que la pandemia  presenta un territorio muy propicio para el odio y la desigualdad. Sembrando el desprecio por la democracia y por la política y apoyado y/o gestado por medios comunicacionales afines en donde es muy difícil discernir la verdad de la mentira en cuanto a hechos y acontecimientos del devenir social. Mentiras que se ven multiplicadas por las redes sociales. Las mismas persiguen una transformación de la realidad a su gusto, ya que al no corresponder a sus ideas, es la realidad misma la que tiene que ser reformulada y allí todos los medios justifican el fin. Como ha nombrado muy precisamente Juan Carlos Monedero: “La internacional de la mentira”. Delirios y mentiras de un Bolsonaro, de un Macri o de una Patricia Bullrich (que juega a una derechización de un sector del Pro), que no son productos de patologías personales (que las pueden tener)  sino manifestaciones de una ideología y bajo la operación de colocarse como líderes donde su palabra y sus opiniones son sinónimo de verdad. Opiniones que reflejan un discurso de vaciamiento y deslegitimación de la vida democrática. Un cuestionamiento al rol regulador del Estado que tiene como sustrato la paradoja de que, desde la política, hacen un permanente cuestionamiento a la política, desde un neoconservadurismo moralizante y sostenidos en la defensa de la libertad individual y ensalzando al libre mercado. Pablo Stefanoni en su libro “¿La rebeldía se volvió de derecha?”, hace un agudo análisis de las nuevas derechas que, aunque incipientes, muestran la posibilidad de un futuro no tan lejano. Muestran una cierta eficacia para cuestionar el sistema, con una notable capacidad de indignación, disputan sentido a las izquierdas que se ven empujadas a la tradición. Ubicándose  en una posición de corte radical, proponen patear el tablero con discursos contra las elites y el sistema. Una audacia basada en una irresponsabilidad; se puede decir cualquier cosa sin necesidad de fundamentarlo. Mentir sin escrúpulos. En nuestro país, son fenómenos pequeños pero señalan un síntoma: los libertarios se nutren de un Javier Milei (libertario de derecha) y de un Agustín Laje (embarcado en una guerra cultural contra el feminismo) que presentan una subcultura de derecha anti sistema y agitando los fantasmas de la izquierda  como “marxismo cultural”.  Ellos se enarbolan de las banderas de la rebeldía y de lo opuesto, dando cabida allí a las demandas insatisfechas. Sosteniendo que todo cambio es imposible si dejamos los gobiernos en manos de los políticos tradicionales. No se presentan con la idea de conservar algo sino que vienen a patear el tablero y los consensos establecidos. Atrayendo  enojos, frustraciones y el temor hacia el futuro, estas nuevas derechas están irrumpiendo con un discurso simple, directo y vehiculizado por los medios tecnológicos cuya finalidad pareciera ser la instalación de un capitalismo autoritario y “poshumano”.

La generalidad de lo expuesto nos desafía a no encapsular sus efectos en las teorías vigentes, a no forzar un sentido reduccionista de ubicarlos en lo que ya sabemos, más bien nos coloca en un fuera de sentido y en pensar lo que sucede. La pandemia ha tocado profundamente todas las categorías existentes y nos señala un futuro de ribetes catastróficos en donde la desigualdad será más generalizada y más terrible. 

Modestamente, desde La libertad de pluma sostenemos la práctica de la conversación, la lectura de los hechos para, luego, llegar a la escritura que nos permita la confrontación de discursos y el develamiento de las razones neoliberales y así mellar la autoreproducción incesante de La hidra neoliberal.

Aníbal Leserre 

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