Edna Elena Gómez Murillo – La libertad del sujeto del inconsciente

La libertad individual no es un patrimonio de la cultura.
Sigmund Freud1

¿Qué libertad?

Para sostener esta enunciación freudiana del epígrafe, enunciación psicoanalítica, es preciso extraerle su punto de real, es decir, poder circunscribir en alguna medida el lugar de donde emerge la posibilidad de aquello que se llama libertad. Así que por ahí se puede empezar: ¿qué es la libertad? Los pensadores han atravesado siglos tratando -desde diversos campos- de llegar a una definición que parece apartarse cada vez más de las lógicas clásicas, consistentes, para aproximarse más bien a las lógicas paraconsistentes, ahí donde el enunciado, el postulado o axioma se mueve de acuerdo con  condiciones podríamos decir, más reales, contradictorias y aportar resultados posibles, de tal modo que la semántica implicada produce situaciones cada vez más específicas.

La  libertad como ausencia de límites por una autodeterminación de la razón, o como la elección también razonada o voluntaria de una libertad finita, son acercamientos a la vivencia de libertad desde elaboraciones intelectuales, es decir, desde la lógica. Encontramos por ejemplo la posición aristotélica que afirma “sólo para aquel que tiene en sí mismo su propio principio, el obrar o el no obrar depende de sí mismo”2. Es en el sí mismo donde radica el impasse de la razón, ya que para esta, es posible encontrar a través de elaboraciones lógicas,  la identidad consigo misma. De ahí se decanta que aquel que pueda tener un ser a través de la identidad consigo mismo, puede determinar sus condiciones y el cálculo preciso de sus efectos.

Lo que ocurrió con el descubrimiento freudiano fue que se empezó a diluir la identidad del sí mismo, el cálculo de la razón se evidenció fallido y quedó develado el descentramiento propio de un ser que se desencuentra consigo mismo, es un deser en proceso. Su vida desplegada en escenarios diversos, en la conciencia y lo inconsciente, le dio noción de que la no equivalencia a él mismo, es la fuente de su malestar,  y aún más,  de que lo vivenciado en lo inconsciente posee un alcance que puede sumergir al ser que habla, en un tiempo no cronológico sino en los instantes de su gestación como sujeto, gestación no biológica sino propiamente subjetiva.

Al extraerse cada humano de la condición propia de lo inercial de las leyes de la biología y producir otra forma de inercia denominada pulsión por su implicancia psíquica, lleva a cabo en acto una elección que no pasa por las determinantes de la voluntad, sino por un empuje salido de la contingencia del atravesamiento del lenguaje en su camino. Es posible decir que ese empuje pulsional por anular el vacío creado por las palabras, se trata de un deseo acéfalo, esto es, de una fuerza que se despliega para alcanzar la otra punta del lapso que abrió el lenguaje. La pulsión como deseo acéfalo puede acotarse con aquello que la produjo, el veneno en pequeñas dosis puede ser el remedio: servirse del lenguaje para condensar el goce que de otra forma estaría en constante fuga. En este trayecto aparece eventualmente un sujeto como manifestación de una elección: la de admitir servirse del lenguaje al precio de pasar por una reducción del goce como tal.

La libertad no se adquiere por cartas de ciudadanía sino en un devenir de continuas elecciones de vida o muerte psíquica, subjetiva. Así, ese devenir no se agota en una sola elección: dado que la pulsión opera en su inercia, el sujeto del inconsciente intentará anular la distancia entre él y lo inconsciente en él, empujando a la identidad consigo mismo a través, por ejemplo,  de dejar que se reduzcan las oportunidades de elección o más en lo real, promoviendo que se reduzcan: admitiendo sistemas de mandato a los cuales someterse y subsumirse a ellos hasta velar  el real que subyace a las palabras. De este modo, la libertad del sujeto del inconsciente que pudo ser ejercida para instituirlo, puede tal vez también difuminarse bajo condiciones de búsqueda de una seguridad desesperada como la que se intenta en esta época de la pandemia.

La desaparición del sujeto del inconsciente está asociada con la desaparición de la posibilidad de elegir, acto que se sostiene en el lapso entre lo biológico y lo psíquico: quedar cada vez más del lado de la medicina y sus medidas higienistas o decidir por el cierto riesgo que implica soñar y desear.

 

 ¿Quién es hoy el sujeto del inconsciente?

El sujeto del inconsciente adviene en pequeños instantes que son identificables por los síntomas que manifiesta, incluso es posible decir, por los síntomas que lo representan. La libertad está enlazada así con la posibilidad de producir síntomas: el malestar en la cultura es un síntoma de aquello que no se admite en la regulación del encuentro entre los que habitan la civilización. El síntoma es expresión de una libertad que no pasa por la autorización de una ley, simplemente esa  libertad es… al menos hasta el día de hoy en que aún es posible el sujeto del inconsciente.

El arribo de la concepción del sujeto del inconsciente, dio relieve a la conceptualización del sujeto de la ética desde el psicoanálisis, que tiene un fundamento estructurante del propio sujeto, que no es el de visiones de un sujeto determinado por lo social, lo económico,  o por la biología, sino por el requerimiento de un goce que, mermado en pos del lazo social, se convierta en un goce en pos de la vida.

En la experiencia psicoanalítica el sujeto del inconsciente cuenta con un tiempo de libertad que se aparta de la conciencia, sobre ello dice Lacan lo siguiente: “Esa consciencia no llega lejos, no se sabe lo que se dice cuando se habla. Es seguramente por eso que el analizante dice más de lo quiere decir y el analista zanja al leer lo que es ahí de lo que quiere decir, si es que el analista sabe él mismo lo que quiere. Hay mucho de juego, en el sentido de libertad, en todo aquello. (…) Todo eso no me dice a mí mismo de qué modo me deslicé en el nudo borromeano para encontrarme —en la ocasión— con un nudo en la garganta”3.

La libertad del sujeto del inconsciente compromete algo de lo más valorado por el ser que habla, a saber, la organización estándar de sus palabras, pero también compromete su cuerpo, ahí donde el lenguaje toma al sujeto como su empleado afectando a esa materia gozante que tiene.

 

Una libertad que no es cómoda

La libertad que está anudada a un deseo puede ser un conflicto para el sujeto, en tanto que al saberse poseedor de su libertad, el sujeto del inconsciente se encuentra cara a cara con su deseo. El estar bajo las determinantes fálicas, bajo el Nombre del Padre, el goce como tal es sometido a prohibiciones que despiertan un deseo4. Qué será lo que se desea ¿matar, cometer incesto, canibalizar al otro? Tal vez, pero más generalizadamente por lo que se escucha en el consultorio, se desea algo que tira hacia la vida, el amor, la conciliación con el Otro al que se le pueda leer a partir de signos éxtimos, quiere decir a partir de los signos que señalan el continuo que es el ser que habla y el Otro del lenguaje.  Sólo que eso requiere de escuchar lo inconsciente, lo más real que es el sujeto para sí, reconocer la brecha que se abre, el lapso, el lapsus que hay entre él y su cuerpo. Y es que liberar implica desanudar algo, pasar por un instante en el que el síntoma producido en el primer momento de la existencia, se desanude, queden liberados los aros que lo constituyen provocando así experiencias no fáciles de soportar. En la libertad hay algo de la presentificación del inconsciente  de donde emana: cada vez que se querría actuar en esa libertad, hay una conmoción de soltarse de lo ya fijado y entrar a un instante de desasimiento para luego volver a enlazarse de otra forma. La libertad del sujeto del inconsciente implica ese paso por la conmemoración del atravesamiento del lenguaje sobre el cuerpo y desde ahí, la apertura a una nueva creación.

El sujeto del inconsciente es el sujeto que habita un cuerpo, que tiene un cuerpo que le produce inconsistencia, del que querría en muchos momentos liberarse pero al que debe enfrentarse como lo inconsciente en él. La libertad del sujeto del inconsciente entonces, es correlativa a cada ser que habla y que se enreda con ese cuerpo y en hacer valer sus palabras fuera de las determinaciones estandarizadas.  Lo que cae de ahí como resto, es su libertad, de ahí que la soporte y la defienda… si esa es su elección.

 

Edna Elena Gómez Murillo es Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Nueva Escuela Lacaniana del Campo Freudiano (NELCF). Reside en Ciudad de México.

Directora de Glifos Revista Virtual de la NEL CdMx. Coordinadora por la NELCF del Observatorio de la FAPOL  ¿Vamos hacia una cultura toxicómana? Integrante de la Secretaría de Bibliotecas de la NELCF y Responsable de la Biblioteca de la NEL CdMx.

 

Notas Bibliográficas

Freud, S., “El malestar en la cultura”, en Obras Completas, Tomo XXI, Amorrortu Editores, Buenos Aires,1998, p. 94

Abbagnano, N., Diccionario de filosofía, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1998, p. 739

Lacan, J., Seminario 25 El momento de concluir, Clase 3 del 20 de diciembre del 1977. Inédito.

Miller, J-A., Curso El ser y el Uno, 3ª Sesión, 2 de marzo 2011. Inédito.

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