Hegel sostiene que hay un proceso filosófico que comienza con los griegos y termina en él, porque es él quien comprende lo que está sucediendo. Si bien es posible que tenga razón, cada pensador del laboratorio político filosófico cree estar lo suficientemente abstraído para presentarse ubicándose fuera de la escena y poder, de este modo, describirla mejor.
En un primer estudio de la Historia, podríamos decir que ocurre algo similar: leemos y aprendemos lo que pasó desde un plano separado, de alguna manera lo vemos como algo que no tiene que ver con nosotros, al menos directamente. Creemos estar lo suficientemente abstraídos para, aunque sea inconscientemente, colocarnos en la periferia de los eventos −tranquilo, querido lector: le pasa a todo el mundo. Le pasó a los que empezaron a contar la historia, en la época moderna, y la llamaron ‘moderna’ porque no contemplaban que luego vendría otra cosa, otra era, a la que los nuevos historiadores, repitiendo el fenómeno, llamaron ‘contemporánea’.
Al igual que todos los demás, este es un momento bisagra. Los principales actores tienden a debilitarse, a la vez que se fortalecen otros. Los Estados Unidos han sido capaces de darle la victoria al que sacó menos votos con tal de reducir su propia influencia y desmantelarse de poder. Como no hay ningún ejército que pueda derrotarlos, se ocupan de hacerlo solos.
¿Derrumbamiento natural de los imperios? Es posible. Desde que los españoles llegaron a América, cada imperio dura aproximadamente cien años (España, Francia, Inglaterra), y el ciclo comienza y termina como termina un cuento que tiene un comienzo, un desarrollo y un final.
Estados Unidos rompió la hegemonía europea a partir de las guerras mundiales (terminó de confirmarlo en 1956, cuando decidió no apoyar la alianza anglo francesa en el conflicto de Egipto). La Gran Guerra tuvo lugar entre 1914 y 1918; y es llamativo lo puntual que puede ser la Historia: luego de un siglo bipolar −porque estaba un poco loco y porque tenía dos polos, el norteamericano y el ruso−, que aún no terminamos de cerrar, pareciera que nos aproximamos a una multipolaridad que significa menos Estados Unidos, una Europa que ante la turbulencia política busca aferrarse a sus valores tradicionales, y el preocupante acecho de China, que por ahora es espectadora.
¿Procesos incompletos, pendientes de la Guerra Fría? Hemos asistido a la victoria estadounidense luego de la caída del muro. Rusia dejó atrás la fase soviética, se convirtió al capitalismo y además es pobre, con precios altos, salarios bajos y una democracia cuanto menos opaca.
Aún así, su líder logró colocar a su candidato en la Casa Blanca y, mediante una red de presidentes o candidatos afines en Europa, Asia, África y Latinoamérica, se presenta como uno de los más firmes jefes de Estado de la arena internacional. No es una sorpresa que Rusia reclame o directamente tome el protagonismo que no tuvo desde 1989 hasta hoy.
¿Necesidad de acercarse a Rusia para complementar el creciente poder de la nueva China? Es otro factor posible. Al (digamos) retirarse Estados Unidos y (digamos) entrar China, es lógico que Washington y Moscú busquen acuerdos para balancear el peso asiático y evitar que China se convierta en el nuevo líder mundial.
En el ámbito europeo, los partidos socialistas del Reino Unido, Francia, Italia y España atraviesan una crisis interna que puede quitarles fuerza ante los partidos populistas afianzados (Polonia, Hungría) o que tienen una posibilidad real (Italia, Francia hasta hace poco).
Si bien la victoria de Trump y su primer año de gobierno auspician un desarrollo institucional reducido al mínimo, tampoco está garantizado el fracaso de los populismos europeos. El viejo continente vuelve a sus principios históricos en el intento de rescatar (¿redescubrir?, ¿recordar?) su identidad como comunidad socio geográfica y los motivos que hicieron que un grupo de Estados decidiese unirse en múltiples aspectos (institucional, legal, monetario).
Como dijimos, vivimos en un momento de paso y la Historia no se detendrá con nosotros.
Pero es esencial estudiarla para comprender algunas cosas, porque hay una línea que tiende a reiterarse y conocerla es fundamental para cambiar lo que se deba.
Nicolás Fuster hace Relaciones Internacionales, reside en Roma.
Nació en Buenos Aires. Estudió música. Colabora en la columna de opinión de Diario 16, Madrid. Actualmente está terminando su Licenciatura en Relaciones Internacionales en la Sapienza, Roma.