Enrique Peruzzotti – “Enemigos Íntimos: Populismo y Democracia Liberal”

Populismo y tercera ola

En años recientes, el populismo ha irrumpido en el escenario político global concitando acalorados debates sobre su naturaleza y consecuencias. La creciente centralidad del populismo está, en parte, determinada por dos procesos. En primer lugar, la expansión geográfica del fenómeno a diversas regiones: el populismo ha dejado de ser un problema de sociedades periféricas, adquiriendo notoriedad en los sistemas políticos de las democracias consolidadas. En segundo lugar, por la transición del populismo como movimiento al populismo como gobierno: las expresiones contemporáneas de populismo no refieren a fuerzas o movimientos que ocupan una posición marginal dentro del sistema político sino que han logrado acceder al poder gubernamental o tienen altas posibilidades de alcanzarlo en un futuro no muy lejano.

¿Cómo explicar la centralidad que el populismo ha adquirido en años recientes? ¿Qué razones lo han llevado a ocupar un papel político tan preeminente? La actual notoriedad de las expresiones contemporáneas de populismo pueden ser explicadas como el corolario de lo que Samuel Huntington denominaba la “tercera ola democratizante”[1] que resultó en una notable expansión numérica de la democracia liberal. Dicho proceso se inicia a mediados de 1970 en el sur europeo con las transiciones en España y Portugal y adquirirá particular intensidad en los ochenta gracias al papel protagónico desempeñado por las transiciones desde el autoritarismo militar que tuvieron lugar en América Latina y que inauguraron una era democrática que alcanzó a casi la totalidad del continente. Asimismo, dicha década produjo dos importantes procesos de democratización en Asia: Corea del Sur y las Filipinas. El colapso del sistema soviético representa el último momento de dicha ola expansiva que resultó en la democratización de los países del Centro y Este de Europa[2]. La consecuencia mas visible de los procesos descriptos fue la notable expansión del número de países democráticos, que saltó de 46 a 114/119[3].

Las transiciones que resultaron de la tercera ola generaron la momentánea ilusión del florecimiento de una etapa de consenso democrático, consenso que se estructuraba alrededor de la exaltación del ideal de la democracia liberal, al que se lo consideraba como el justo triunfador de los combates políticos que el mismo había librado frente a distintas variantes de autoritarismo. Es en este contexto que Francis Fukuyama se interroga acerca de si el triunfo del modelo liberal de democracia no debería comprenderse, no ya como el cierre de un determinado ciclo histórico, sino como el fin mismo de la historia. ¿Nos encontramos –se planteaba Fukuyama– en los umbrales de una nueva etapa de la humanidad caracterizada por la universalización de los ideales de la democracia liberal?[4]. La pregunta tuvo una relativamente pronta respuesta, debido al surgimiento de un nuevo tipo de conflictividad política al interior del campo democrático respecto de cómo entender la noción misma de democracia. Si a lo largo del siglo XX el eje estructurador del conflicto político era el de democracia versus autoritarismo, en el nuevo siglo este eje es desplazado por una nueva conflictividad entre modelos antagónicos de democracia.

¿Cuáles son las razones que explican la centralidad política alcanzada por el populismo? La literatura ha repetidamente llamado la atención sobre las relaciones íntimas que existen entre populismo y democracia liberal, refiriéndose al primero como un espectro, sombra, o fantasma que constantemente acosa con su presencia a la vida democrática[5], por lo que no debe sorprendernos que las formas contemporáneas de populismo se vuelvan particularmente relevantes en aquellas coyunturas históricas caracterizadas por el triunfo y difusión del modelo liberal de democracia.  Es en este sentido que consideramos que la actual preeminencia de la que goza el fenómeno debe de ser considerada como una secuela de la tercera ola democratizadora: el dramático acotamiento de las fórmulas de legitimidad política que trajo aparejada la expansión global del principio democrático posiciona al populismo en un lugar privilegiado puesto que el mismo aparece como el principal contendiente democrático a la democracia (liberal) realmente existente. En un contexto político en el que conflicto se ve notablemente acotado dada la centralidad incuestionable de la legitimidad democrática, el populismo adquiere particular protagonismo dado el linaje que el mismo ha desarrollado como principal expresión alternativa al canon liberal democrático. Populismo y democracia liberal son enemigos íntimos puesto que cada uno se construye como reflejo opuesto del otro. En contraposición a la preocupación liberal por la protección de los derechos de las minorías frente al temido escenario de una tiranía de la mayoría, el populismo aspira a la realización plena de las aspiraciones populares. La crítica populista denuncia a la democracia liberal como elitista; la crítica liberal por su parte denuncia el autoritarismo que caracteriza a las expresiones populistas de la democracia.

El populismo y las amenazas al orden liberal

Hemos señalado que la prominencia actual que el populismo ha adquirido como fenómeno político está íntimamente ligada a la expansión experimentada por la democracia liberal. En regiones donde se ha extendido el principio democrático, como ser las Américas y Europa, el conflicto político difícilmente puede transponer los límites que impone la legitimidad democrática. En consecuencia, gran parte de los conflictos políticos que se desarrollan en dichas sociedades suponen luchas por definir la naturaleza y expansión del principio democrático. En este escenario, el populismo se posiciona como el principal contendiente de los regímenes existentes al proponer una visión de la democracia que es menos liberal y más ‘democrática’.

El populismo como una lógica específica de ejercicio del poder puede eventualmente promover procesos de hibridación institucional que resulten en una profunda transformación del escenario en el que se desenvuelve la vida democrática. ¿En que consisten los procesos de hibridación del orden institucional? En la remoción de aquellas instancias de autoridad institucional que puedan desafiar la voluntad el gobierno electo.  El modelo populista de democracia se caracteriza por su hostilidad para con el principio de separación de poderes y los mecanismos de pesos y contrapesos (y concomitantemente de la autonomía judicial y legislativa), el principio de oposición legítima, y de autonomía de la prensa. Dichas instituciones son percibidas como obstáculos para la consagración del proceso de identificación sobre el que se organiza el modelo democrático populista. El populismo aspira a la creación de un modelo simplificado de democracia directa que elimina el complejo de mediaciones y controles que caracterizan a la política indirecta de la democracia representativa. En ciertos casos, esos procesos de simplificación institucional son el resultado del predominio de instituciones informales sobre las formales, en el sentido de que el populismo en el gobierno no promueve procesos de rediseño constitucional: mas bien, los reclamos o acciones de dichas agencias son simplemente ignorados por el Poder Ejecutivo. En otros casos, sin embargo, los intentos de hibridación se traducen en reformas constitucionales que suponen un drástico rediseño de la institucionalidad representativa existente. Los procesos de cambio constitucional son justificados como la vía para asegurar el efectivo ejercicio del principio de soberanía popular a través del alineamiento del sistema institucional con la voluntad mayoritaria que la figura presidencial encarna. El resultado inevitable de dichas iniciativas es el avance del Poder Ejecutivo sobre los otros poderes institucionales y la pérdida de centralidad del campo de política mediada como lugar en donde se procesa la práctica de la representación democrática.

En tanto y en cuanto el populismo mantenga atracción política como una expresión democrática alternativa al statu quo liberal, la posibilidad de hibridación de los regímenes representativos se mantiene como una latente posibilidad. Es por tanto imperativo reflexionar acerca de los rasgos distintivos de dicho proceso así como de las amenazas que crean para la vida democrática. Así como en el pasado, el estudio de los procesos de quiebre democrático contribuyó a mejorar nuestra comprensión sobre las amenazas autoritarias que se cernían sobre la democracia, hoy es necesario profundizar el análisis de las estrategias de hibridación puesto que las mismas representan el escenario mas probable de deterioro de la institucionalidad de las democracias existentes.

Por último, es necesario señalar que la estrategia de hibridación institucional no está exenta de problemas y contradicciones. Concluiremos resaltando dos limitaciones que dicho proceso conlleva. En primer lugar, un déficit de legitimidad. Dada la naturaleza antagónica que caracteriza a todo proceso de identificación populista, el éxito del mismo supone el establecimiento de un contexto político polarizado que dificulta un acuerdo sobre los principios mismos sobre los que se valida la autoridad gubernamental. La creación de un enemigo indefectiblemente establece un actor que activamente va a vetar las iniciativas y la legitimidad de las autoridades e instituciones sobre los que se aspira a establecer el nuevo orden democrático. En segundo lugar, las limitaciones que le imponen su apelación a la democracia. En gran medida, las credenciales democráticas del populismo contemporáneo se basan en la legitimidad electoral de la que deriva su autoridad. Por lo tanto, su supervivencia política estará siempre supeditada a los resultados electorales que logre: una derrota en las urnas o cualquier intento de ignorar o tergiversar el principio electoral estarán indefectiblemente acompañados de un debilitamiento de su autoridad política.

Dos variantes de la democracia electoral

En el fondo, el modelo liberal y el populista representan variantes de la concepción electoral de la democracia. En ambos modelos, el sufragio universal y las elecciones libres son consideradas como instituciones paradigmáticas de la democracia. La diferencia entre ellos radica en la manera contrapuesta de interpretar el papel de las elecciones: mientras que en modelo liberal las mismas son un dispositivo al servicio del principio de la representación, en el modelo populista están al servicio del principio de identificación[6]. Pero en ambos casos, las elecciones retienen su centralidad como institución esencial de la democracia.

El populismo expresa una defensa exacerbada del electoralismo democrático: como ejercicio gubernamental, el populismo propone un proceso de simplificación del escenario político que generalmente consiste en la eliminación o desplazamiento del sistema de mediaciones formales e informales alrededor de las cuales se estructura el modelo liberal de democracia, con la sola excepción de la mediación electoral.  En este sentido, el populismo en el gobierno supone un reforzamiento del electoralismo democrático en detrimento de otras dimensiones que en el modelo liberal son consideradas complementos indispensables para asegurar el buen desempeño de las dinámicas electorales.

Paradójicamente, la contienda entre estas dos variantes del electoralismo democrático se da en un trasfondo marcado por el declive del desempeño democrático de las elecciones[7]. Dicho declive ha estado intrínsecamente ligado a la pérdida de la centralidad que ocuparan los partidos políticos como estructura central de mediación entre gobierno y ciudadanía[8]. Lo anterior se traduce en una serie de cambios que han alterado las dinámicas políticas de nuevas y viejas democracias como ser el debilitamiento de los alineamientos electorales, la fragmentación de los sistemas políticos, la personalización de la política, el incremento del abstencionismo electoral, y el crecimiento del electorado independiente y de la volatilidad electoral[9].

Rosanvallon considera que el declive de las mediaciones electorales está ligado a la incapacidad de las mismas para cumplir con su función representativa. En su visión, diversos procesos afectaron respectivamente tanto las dinámicas del sistema político como de la sociedad. Con respecto al primero, Rosanvallon señala como crucial el desplazamiento del eje representativo del parlamento al ejecutivo que el denominado proceso de presidencialización de la democracia supuso. La representación democrática -argumenta- estuvo históricamente ligada al parlamento (y el espacio público), el cual se había pensado como un dispositivo que replicaba en su seno una micro-representación de la sociedad[10].

Por otro lado, asistimos a un proceso creciente de fragmentación e individualización de los comportamientos políticos, proceso que estaría ligado a un desarrollo más general que Rosanvallon denomina “individualismo de singularidad”[11] y que pareciera ser el corolario de la complejización y heterogeneización del mundo social. La noción de representación política -sostiene- se sustenta en la existencia de grupos sociales con cierta permanencia de sus intereses e identidades. El debilitamiento de las identidades territoriales y de clase (para mencionar dos criterios centrales que estructuraron las dinámicas representativas en las sociedades modernas) ha dado lugar a un escenario social más fluido y fragmentado, caracterizado por la proliferación de grupos de incidencia, de movimientos sociales y de protestas que, en la mayoría de las ocasiones se manifiesta negativamente, a través del poder de veto.

Populismo y simplificación

El populismo puede ser pensado como un intento de preservar la centralidad de los mecanismos electorales a través de un proceso de adecuación de los mismos al medio ambiente presente. Frente a dicho escenario de complejización de lo social y de presidencialización de la democracia que afecta el funcionamiento de las estructuras tradicionales de agregación e intermediación de intereses, el populismo responde con una versión exacerbada del presidencialismo que se combina con un formidable proceso de simplificación del escenario político del que resulta un proceso binario de agregación de voluntades entre pueblo y antipueblo. De esta manera, el populismo acota notablemente el alcance de la política representativa: la representación populista no pretende reproducir en el sistema político la pluralidad de expresiones y demandas que están presentes en la sociedad sino que aspira solamente a representar a una parcialidad de la sociedad a la que identifica con el pueblo[12].

En el modelo populista, el papel de las elecciones se redefine puesto que ya no son un dispositivo al servicio de la representación política sino que están al servicio de un proyecto de identificación. Lo anterior significa que las mismas no son entendidas como un mecanismo de agregación de votos individuales por las cuales se conforman mayorías electorales ocasionales sino como una instancia de confirmación de un dato pre-existente: que determinado líder o movimiento encarna al pueblo y la nación.  La voluntad popular no es producida sino meramente ratificada por el triunfo electoral.

Al reducir drásticamente las opciones políticas a un antagonismo central entre el pueblo y sus enemigos y concentrar el poder y la opinión en la personalidad del líder, el populismo simplifica enormemente los desafíos de la representación. Por un lado, se reduce el demos a los supporters y, por lo tanto, se excluye a aquellos que se considera el antipueblo. No se pretende expresar la voluntad general sino a la mayoría electoral, la cual simplemente confirma que determinado líder encarna un pueblo homogéneo y preexistente que meramente se expresa y ratifica su presencia el día de la elección. En esta concepción de un pueblo homogéneo y pre-existente, no hay cabida para los procesos de deliberación, negociación y agregación política que constituyen la práctica de la representación democrática, siendo la figura presidencial el eje y centro de las dinámicas políticas. Como sostiene Schmitt, “contra la voluntad del pueblo, una institución basada en la deliberación de representantes libres no tiene justificación para su existencia”[13]. El populismo rechaza la autonomía del legislativo así como de otras instancias formales e informales de mediación, en síntesis, rechaza la autonomía de las instituciones políticas[14]. De esta manera, se reemplaza el principio de la representación por el de encarnación y la construcción mediada de la voluntad popular por el hecho mayoritario.

Simplificación versus complejización: ¿Hacia una democracia poselectoral?

¿Hasta qué punto presenta el populismo una alternativa sustentable a la crisis de la democracia liberal? Históricamente, la experiencia de los populismos en el gobierno, a pesar de sus intentos de hibridación institucional, no ha resultado en la creación de un régimen alternativo duradero. Por el contrario, aún los casos que más han avanzado en dicha dirección han terminado colapsando fruto de sus propias contradicciones y de la polarización política que generaron. Es posible pensar los mismos, entonces, como formas transicionales que suponen cierto grado de hibridación de la democracia liberal más que como una fórmula superadora de la misma[15].

Es muy improbable que los actuales desafíos que enfrenta la democracia puedan ser resueltos través de un formidable proceso de simplificación política estructurado alrededor de una visión exacerbada y distorsionada del electoralismo democrático. Más bien, las respuestas a la actual crisis de representación inevitablemente resultarán en una mayor complejización de la práctica de la representación democrática. Lo anterior supone no la retracción sino la expansión de la política indirecta. La práctica de la representación democrática no puede ser reducida a las dinámicas electorales sino que se ejercitará en una topografía más compleja que supone el funcionamiento de una gran diversidad de circuitos y estructuras de mediación aparte de los electorales.

 

Enrique Peruzzotti es sociólogo, reside en Buenos Aires.

Ph Dr. en Sociología, Profesor en Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Univ. Di Tella. Investigador del CONICET. Ha publicado los siguientes libros: Participatory Innovation and Representative Democracy in Latin America (J. Hopkins University Press, 2009); El Retorno del Pueblo. Populismo en las Nuevas Democracias Latinoamericanas (FLACSO, 2008); Enforcing the Rule of Law. Social Accountability in Latin America (Pittsburgh University Press, 2006), Controlando la Política. Ciudadanos y Medios en las Nuevas Democracias (Temas, 2002). Es autor de numerosos articulos en revistas académicas.

 

Notas bibliográficas:

[1] Huntington, S. P., “Democracy´s third wave” Journal of Democracy, 1991, 2:2, 12-34.

[2] Ibid.

[3] Diamond, L., “Facing up the Democratic Recession”, Journal of Democracy, 2015, p. 141-142.

[4] Fukuyama, F., The End of History and the Last Man, Free Press, 2006.

[5] Arditi, B., “Populism as an internal periphery of democratic politics” in Panizza 2005; Panizza, F., “Introduction. Populism and the Mirror of Democracy” in Panizza (Ed.) Populism and the Mirror of Democracy, Verso, London y New York, 2005; Schmitter, Ph. C., “A balance sheet on the virtues and vices of populisms” European University Institute, 2006; Taggard, P., “Populism and the Pathology of Representative Politics” in Democracies and the Populist Challenge, ed. Yves Meny and Yves Sural, Palgrave, 2002; Warren, M., y Urbinati, N., “The Concept of Representation in Contemporary Democratic Theory,” Annual Review of Political Science N° 11, 2008.

[6] Schmitt, C., Teoría de la Constitución, Alianza Editorial, Madrid, 1982; Manin, B.,  The Principles of Representative Government, Cambridge University Press, 1997, p. 150.

[7] Przeworski, A., Manin, B., y Stokes, S., Democracy, Accountability and Representation, Cambridge University Press, 1999; Rosanvallon, P., “La democracia del siglo XXI”, Nueva Sociedad, 2017; Warren, M., y Urbinati, N., “The Concept of Representation in Contemporary Democratic Theory,” Annual Review of Political Science N° 11, 2008.

[8] Dalton, R. J. and Wattenberg, M. P., “Partisan Change and the Democratic Process” en Russell J. Dalton y Martin P. Wattenberg (eds.) Parties without partisans. Political change in advanced industrial democracies, Oxford University Press, 2002; Schmitter, Ph., “Parties are not what they once were” en Diamond, L. and Gunther, R., (eds.) Political Parties and Democracy, Johns Hopkins University Press, 2001.

[9] Russell J. Dalton y Martin P. Wattenberg (eds.) Parties without partisans. Political change in advanced industrial democracies, Oxford University Press, 2002, p.262.

[10] Rosanvallon, P., “La democracia del siglo XXI”, Nueva Sociedad, 2017, p. 269.

[11] Ibid., p.151.

[12] Laclau, E., On Populist Reason, Verso, New York, 2005.

[13] Schmitt, C., citado de Urbinati, N., Democracy Disfigured. Opinion, Truth, and the People, Cambridge, Ma: Harvard University Press, 2014, p. 160.

[14] Urbinati, N., Democracy Disfigured. Opinion, Truth, and the People, Cambridge, Ma: Harvard University Press, 2014, p. 160; Peruzzotti, E., “Regime betterment or regime change? A critical review of recent debates on liberal democracy and populism in Latin America” en Constellations. An International Journal of Critical and Democratic Theory, 2017a, 24:389-400.

[15] Schmitter, Ph. C., “A balance sheet on the virtues and vices of populisms”, European University Institute, 2006, p. 21.

Referencias

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