Fabián Fajnwaks – El psicoanálisis en la era de la posverdad

Nos hemos propuesto centrarnos esta noche en el lugar del psicoanálisis en un momento en el que la verdad está viendo flaquear su estatus, y cuando pareceríamos, si leemos a los autores que se han interesado en este fenómeno de la civilización durante algunos años, dejar de distinguir entre lo verdadero y lo falso. Pero cuestionar el surgimiento del fake (falsificación) en la civilización actual implica necesariamente definir el lugar que le damos a la verdad, como la definió Jacques Lacan en diferentes momentos de su enseñanza. También nos llevará a diferenciar la verdad de lo real, para mostrar, a través de un efecto de retorno cómo el discurso analítico permite subvertir este estatus ambiguo que la posverdad instituye.

Primero hagamos un poco de historia para situar este término de posverdad: Apareció alrededor de 2004 cuando el escritor estadounidense Ralph Keyes lo utiliza en su libro The post-truth era: Dishonesty and deception in Contemporary life; el mismo año, el periodista Eric Alterman habló de un «ambiente político de posverdad» y una «presidencia de posverdad» al analizar las falsas afirmaciones de la administración Bush después de los ataques del 11 de septiembre de 2001. La cuestión de la relación verdadero/falso en el mundo político-mediático –cito aquí la excelente nota de Wikipedia sobre la posverdad– se debate con frecuencia en los Estados Unidos y de muchas maneras. En 2005, el comediante Stephen Colbert introdujo la expresión neológica truthiness* para ilustrar el hecho de que uno puede tomar una cosa como verdadera sobre la base de simples suposiciones emocionales, sin tener en cuenta los hechos que podrían afirmarlo. El término «política de posverdad» se hizo popular en 2010 para referirse a «una cultura política en la que la opinión pública y los medios de comunicación están casi totalmente desconectados de la política, de la sustancia de la legislación». Sin embargo, también podríamos mencionar el uso de los medios de comunicación no solo para establecer la legitimidad política, sino también para manipular a la opinión pública difundiendo información favorable a la acción de un gobierno en particular: creo que ustedes lo han experimentado ampliamente en Italia. En Francia, la idea de que los políticos están totalmente desfasados, temen a la gente y viven lejos de sus preocupaciones ha ido tomando forma desde la década de 2010, una brecha favorecida por la formación de tecnócratas en la Escuela Nacional de Administración.

Dos hechos han cristalizado y acelerado las expresiones de la era post-factual y la era de la posverdad: el brexit en 2016, ampliamente votado por la difusión de noticias falsas y por falsas proyecciones en las redes sociales sobre la dependencia de Gran Bretaña en Bruselas, y la elección en noviembre de Donald Trump a la cabeza del gobierno de los Estados Unidos. La difusión de contra-verdades, de mentiras mismas contribuyó a estos dos acontecimientos. Me gusta particularmente el acontecimiento de lenguaje utilizado por la portavoz de la administración Trump, Kellyanne Conway, el 22 de enero de 2017, dos días después de la inauguración presidencial, para describir cómo la prensa informó sobre este evento, afirmando que los medios anunciaron erróneamente que la multitud presente era más pequeña que en ceremonias anteriores: estos eran «hechos alternativos». ¡Un término digno del célebre 1984 de George Orwell, para calificar hechos que no convienen a un gobierno!

Hay otros «hechos alternativos» para señalar: el anuncio del gobierno ucraniano de que el periodista ruso, conocido por sus posiciones prorrusas, Arkadi Babchenko, ha sido asesinado, anuncio desautorizado al día siguiente, como «información falsa» destinada a frustrar un ataque realmente planeado por Rusia, y para poner sus manos en los asesinos a sueldo reclutados para este crimen. Un verdadero ejercicio de «predicar la mentira para obtener la verdad», en Política, que le da una verdadera utilidad a las fake news.

Podríamos subir el cursor y hacer coincidir el comienzo de la era de la posverdad con la posmodernidad. Nos dirigiríamos, entonces, a principios de los años 80 con el ensayo fundamental de Jean-François Lyotard donde ya previó de manera visionaria la transformación que la creciente informatización de la Sociedad, la tecnologización del conocimiento producido afectaría a la lengua, al reducirla a «juegos del lenguaje», término ya presente en Wiitgenstein, que implicaría «un impacto en la naturaleza misma del conocimiento y la verdad»1.  Lyotard ya anunciaba «el fin de las grandes narrativas «, lo que determinaría que la verdad misma estaría subordinada a un relativismo regido por las reglas del discurso en juego en la micro-narrativa. La verdad quedaría subordinada en adelante a la lógica interna de un texto, perdiendo así su carácter y conocimiento trascendente, su «valor de uso». Su valor estará  determinado por su valor de intercambio y por la posibilidad de su comercialización en un mercado mundial, que la GAFA, por ejemplo, encarna concretamente hoy en día. Este conocimiento vendido en un mercado cognitivo globalizado, tiene sólo un radio de aplicación muy limitado, radio enmarcado por el valor práctico de su posibilidad de ser vendido y utilizado en un campo pragmático de aplicación.

Todo este background da un marco al borrado del lugar de la verdad en lo social y su apertura hacia la post-verdad, lo falso como destino inexorable de la palabra en nuestra civilización. La civilización parecería pues unirse así a lo que el discurso analítico descubre en la clínica: Que la verdad y la falsedad constituyen dos superficies que parecen seguirse sobre una banda de Moebius. Recordemos aquí lo que Freud formula en su famoso texto sobre «Construcciones en análisis»: Que un sí o un no como respuesta al aporte de una construcción por parte del analista tienen estrictamente el mismo valor y que es más bien el contenido de lo que sigue a lo que el analista aporta como construcción, lo que permite verificar si el analizante acepta o rechaza esta interpretación. Esta formulación freudiana, de la mano de la que avanza en su Traumdeutung, que el inconsciente no conoce ninguna contradicción, sería suficiente en sí misma para subvertir los principios presentes en la lógica aristotélica.  Habría mucho que señalar en relación con la lógica, porque lo verdadero y lo falso son en primer lugar, términos de la lógica. Las lógicas inconsistentes del teorema de Gödel prueban que uno puede concluir que un teorema es verdadero incluso si no todas las proposiciones son verificables y si hay proposiciones falsas en la demostración del teorema. La inconsistencia presente en el teorema permite estas imperfecciones. Es lo más lejos que ha llegado la Lógica en la tolerancia de un sistema inconsistente porque alternas propuestas verdaderas y otras no verificables, incluso falsas. Pero no hay lógica que pueda avanzar hacia proposiciones verdaderas a partir de proposiciones falsas que correrían el riesgo de socavar el sistema proposicional, lo que sin embargo podemos hacer en psicoanálisis. Y aquí es donde interviene la verdad. Porque podemos formular proposiciones que sin ser exactas pueden, sin embargo, ser ciertas: Recordemos, por ejemplo, la interpretación de Freud con el padre del Hombre de las Ratas. Ya estaba muerto, a pesar de que el hombre de las ratas seguía hablando de él como si estuviera vivo. Era cierto que estaba muerto, pero no era cierto para el sujeto, que aún lo trataba como si estuviera vivo. La exactitud y   la verdad están disjuntas, lo que hizo que JAM dijera que ningún psicoanálisis sería posible sin esta disyunción donde tomamos lo que es cierto para ciertos sujetos, sin prestar atención a la exactitud de los hechos. Tengan en cuenta, por lo tanto, que esta disyunción, toda analítica, se verifica también particularmente en las fake news, que difunden verdades sin tener en cuenta ninguna exactitud. Como se ha señalado en varias ocasiones, la tecnología ha acelerado drásticamente este proceso a través de la creación de Internet y medios como los teléfonos móviles y la tecnología 2.0 donde todo el mundo puede, de alguna manera, crear información mediante la difusión de imágenes en la Web y las redes sociales. Broadcast yourself, es el subtítulo de Youtube: ponete en línea, lema que nombra la nueva posibilidad que este medio tecnológico permite. Son cosas bien conocidas. Lyotard había anticipado formidablemente todo esto al afirmar que las «funciones de regulación y, por lo tanto, de reproducción de imágenes son y serán cada vez más retiradas de los administradores y confiadas primero a los propios ciudadanos, luego a los autómatas» (P. 30). ¡Ahí estamos! Hoy ya estamos hablando de inteligencias artificiales que pueden escribir artículos periodísticos si les ofrece dos o tres elementos presentes en una noticia, por ejemplo: Un asesinato, posibles motivos, sospechas sobre el asesino.

¿Qué nos enseñan estos hechos sociales sobre la relación de la verdad con los hechos y a su vez cómo el psicoanálisis permite, en la distinción que opera entre verdad, mentira, estupidez, y real, subvertir o dar la clave de estos fenómenos sociales? Señalemos inmediatamente que, como indica Lyotard, la tecnología permite modificar el propio estatuto del saber de la información y del conocimiento, modificando la relación de los hechos con el lenguaje. Podemos crear hechos porque los hechos son sobre todo y principalmente hechos del lenguaje. Ha pasado mucho tiempo, al menos desde Wittgenstein, que los lógicos se han dado cuenta de que los hechos son en su mayoría hechos del lenguaje y en la forma en que hablamos de ellos, podemos crear mundos. No es que los hechos no existan en sí mismos, un atentado es, por ejemplo, real: pero en la forma en que los medios de comunicación hablaran de ello, es que el hecho mismo se irá recreando, dependiendo de si se dice que tal individuo fue visto justo antes en los lugares, y que si tal individuo o individuos tenían tal o cual otra característica. ¿A este nivel no tocamos el corazón de lo que está en el centro de la experiencia de un análisis, es decir que operamos con la palabra del sujeto, a partir de lo que dice, independientemente de ir a verificar si lo que dice es cierto o no? Los hechos en la cura analítica son también ante todo hechos del lenguaje, lo traumáticos que incluso podrían haber sido para un sujeto y que siguen teniendo repercusiones, a veces dañinas, en su vida actual. Un psicoanálisis tiene lo interesante de que permite cambiar no el futuro de un sujeto, sino sobre todo su pasado: la posibilidad por el hecho de poder contarse a sí mismo de manera diferente los hechos, aligerar el peso de los acontecimientos pasados realmente vividos, con efectos duraderos en el tiempo. Este elemento me parece fundamental y vale por sí solo para desmentir al menos una parte de los hechos que han marcado la vida de un sujeto y producir un efecto de separación de los acontecimientos traumáticos que habrá vivido. Al acentuar a veces el hecho de que el sujeto se ha creado a sí mismo, por el relato que ha hecho de los hechos, una verdad que estaba muy lejos de los hechos, logramos aflojar la vivacidad de ciertos hechos, ciertos detalles incluso que están en el corazón de los recuerdos traumáticos y así quitar el peso que a veces pueden tener muchas décadas después de haber sido vividos. Esto nos enseña cómo la primera de las talking-cures que es el análisis, al favorecer la relación del sujeto con la palabra, permite tratar hechos, muy distantes en el tiempo, revelando a veces el carácter fake de estos eventos, rectificando otras veces ciertos elementos que permiten ver las cosas de manera diferente. La dimensión del saber, del saber articulado que supone la experiencia de la palabra de un análisis, por lo tanto tiene un impacto sobre la verdad o verdades de un sujeto al modificarlas, pero para ello es obviamente necesario pasar por la articulación de este saber que se produce en una cura analítica. Estas verdades no son, por tanto, absolutas, aunque  a veces toman este carácter para el sujeto: ellas son estructuradas a partir de equívocos, accidentes lingüísticos, «juegos del lenguaje», para hablar como Wittgenstein, que la interpretación analítica permite introducir. El ejemplo princeps aquí me parece que es el sujeto fetichista que evoca S. Freud que buscaba un «brillo en la nariz» como condición de objeto de goce para él y que devino fetichista, pasándolo al inglés «a glance at the nose» al alemán «eine glanz auf der nose» emigrando de países y cambiando así de idioma, lo que hizo posible reconstruir en el análisis el equívoco en el origen de su pequeña perversión.  Un pequeño deslizamiento lingüístico, un equívoco, está en el origen de la formación de una perversión o un síntoma lo que la interpretación analítica, siguiendo la misma vía de la equivocación de la lengua permite tratar. Hoy que vivimos entre lenguas, entre varias lenguas, como el Finnegans wake de James Joyce, podemos ver que estos equívocos abundan. Lo importante aquí es que estos equívocos nos ponen ante el hecho de que la verdad solo se puede decir a medias, que es no es toda, y que se trata, precisamente a partir de estos accidentes del lenguaje que la interpretación analítica introduce. Esta doble superficie de la verdad y la mentira que acabamos de situar sobre una banda de Moebius, se revela así nada más y nada menos como la superficie del lenguaje, la única superficie sobre la que se declinan los hechos. Verdad y falsedad son así equivalentes en esta única superficie del lenguaje, estando tanto inscritas como encontrando una declinación a nivel de la palabra. Jacques Lacan va, en su seminario XX Encore, a hacer un elogio a la estupidez, la estupidez propia del lenguaje como medio para alcanzar la verdad o verdades presentes en el lenguaje. Por la estupidez, por la bullshit, disculpen la expresión, pero se acaba de publicar en Francia un Dictionnaire du bullshit, que ha creado cierto alboroto al difundir falsos elementos biográficos sobre Michel Foucault. Este es el ejemplo más reciente y por lo tanto el más disponible que encuentro para encontrar una verificación de la tesis de Lacan de que con la estupidez se producen eventos de lenguaje que permiten tocar tanto la verdad como la falsedad de los hechos.  El analizante no hace otra cosa, a través de la palabra, por el principio mismo de la asociación libre, que terminar percibiendo la estructura de estupidez de muchas de sus palabras, estupideces en el sentido de las mentiras que se dijo a sí mismo durante años creyendo que eran ciertas, y que o bien le llegaron del Otro, o que las construyó él mismo.

Esta reconstrucción que el análisis permite a nivel del discurso a través de la interpretación sólo hace inconsistentes ciertas proposiciones que el sujeto ha creído muchas veces, y para construir un relato narrativo de su vida, para hystorizarse, como Lacan escribe bellamente con una «y», equivocando historia e histeria, el relato necesariamente distorsionado que el sujeto hace de sí mismo y de su pasado. Este relato permitirá, por tanto, vacilar ciertas certezas en el corazón de los acontecimientos que dieron lugar a la neurosis de un sujeto y que marcaron su lectura de los hechos de su biografía. Estos hechos se reconstruyen entonces en el après-coup de la cura analítica, pero aún queda un nuevo desarrollo por hacer, porque una vez construida esta narrativa, este conocimiento producido en la cura, el análisis permite introducir otro fondo, como un doble fondo de una habitación. Una vez que el sujeto ha producido un saber en relación con sus síntomas, una vez que el sujeto tiene como construidos los planos de la habitación en la que estuvo en su neurosis, lo que hace que la neurosis en sí misma vacile, porque el sujeto ahora también será histérico, fóbico u obsesivo una vez que haya construido el saber de lo que lo llevó a ser neurótico: la habitación en la que vivió cambia, se modifica. Su estructura no es la misma una vez que el sujeto ha sido capaz de encontrar el significado de sus síntomas. Pero aún así, esta pieza, que ha sido modificada por el análisis, se abrirá sobre otro fondo, porque el significado de estos síntomas una vez estructurados como una cadena significante se abren sobre el registro de lo que se satisface en estos síntomas, que inscribimos en el  registro del fantasma fundamental del sujeto y de la pulsión. Este registro no aparece en la articulación de la cadena significante misma, que es simbólica, pero se dibuja precisamente como un más allá de la cadena, en filigrana. Esta satisfacción, el término es freudiano, es de otro orden que la dimensión lingüística del saber y lo inscribimos en lo que Jacques Lacan llama lo real. Este real sólo se puede percibir una vez que el saber que una cura analítica permite producir, se articula, como un más allá de este conocimiento. Un más allá que se abre en un otro registro que el de la palabra misma. Esta dimensión de la verdad estará, por tanto, subordinada a esta satisfacción fantasmática que se revela en los síntomas del sujeto, lo que permitirá encontrar una cierta dimensión que podríamos calificar como mentirosa de la palabra misma, de las verdades producidas en la cura, en relación con este real de la satisfacción fantasmática de la que el sujeto se da cuenta hacia el final de un análisis. La verdad se revela, por lo tanto, necesaria en la articulación de este saber para poder acceder a este más allá que la satisfacción erógena de la pulsión hace presente. Pero una vez que se percibe esta satisfacción, el estatuto mismo de la verdad vacila, porque ella parece no hacer peso frente a lo real de la satisfacción pulsional en juego en los síntomas. Esto nos permite separar por un lado el estatuto de la verdad, y por el otro formular lo real de la satisfacción de los síntomas, y formular una cierta mentira de la verdad en relación con este real en juego en los síntomas. Mentira porque la verdad no lo dice todo y porque se encuentra desajustada en relación con el goce que el sujeto puede captar al final del recorrido analítico.  Si la verdad es cierta, esta verdad no llega a cernir la satisfacción pulsional que es de otro orden y por lo tanto podemos decir que miente en relación con el goce que la posición fantasmática de un sujeto articula. Por lo tanto, la verdad se revela como necesaria para el saber producido en la cura analítica, pero este conocimiento no logra atrapar la satisfacción pulsional y en esto la verdad miente en relación con ese real.

Podríamos entonces hacer un pasaje hacia lo social de estos hechos fundamentales revelados por una cura analítica y preguntarnos en cambio, y básicamente, desde el momento en que las fake news desdibujan la diferencia entre verdad y mentira, ¿qué beneficio permiten satisfacer? ¿Qué goce se satisface en esta interferencia? Una primera respuesta podría ser que la posverdad parece satisfacer las construcciones fantasmáticas del sujeto allí donde el principio de realidad está ahí para frustrar el goce que el sujeto encuentra en sus fantasmas y sueños diurnos, como estableció Freud. Es como si las fake news estuvieran ahí para satisfacer la poderosa e ilimitada capacidad creativa del imaginario del sujeto, porque son su producto, pero no solamente: También se podría formular que el voyeurismo imperante encuentra una satisfacción con la producción de estas noticias destinadas a satisfacer el apetito escópico del público. Los fantasmas mismos encuentran satisfacción en la creencia en estas noticias inventadas o distorsionadas, respondiendo así de una manera casi sorprendente a la misma estructura que evocábamos antes del fantasma fundamental del sujeto que un análisis permite sacar a  la luz, más allá  de los significados simbólicos,  las cadenas significantes a las que da lugar el análisis.  Es decir, la producción de noticias falsas o distorsionadas podría, como las cadenas significantes que el análisis permite producir, satisfacer goces relacionados con el fantasma fundamental del ser hablante.

Estos dos hechos que parecen coincidir son, sin embargo, diferentes, sobre un hecho fundamental que Eric Laurent esgrimió durante la última Jornada «Questions d’école” de la Escuela de la causa freudiana el pasado mes de enero, precisamente sobre las fake news.   A diferencia de las verdades producidas por los medios de comunicación, el análisis convoca y pone al sujeto en condición de producir un saber siempre singular que permite dar acceso a sus verdades. Y que este saber llega pues a ocupar el lugar de la verdad, que el analista debe dejar vacío, lo que no es en absoluto el caso en lo social, donde la verdad o verdades se producen en cortocircuito de todo saber, ya sea del sujeto, o de la Historia, que constituye una especie de saber de las sociedades. Además, a menudo se hace referencia a la historia precisamente para colocar o descartar ciertos hechos presentados como verdaderos y que no lo son, incluso más allá del hecho de que la historia es revisada por las corrientes revisionistas que la atraviesan.  Convocar aquí la historia es una forma de dar un lugar a un saber que permitiría replantear, descartar o excluir definitivamente cualquier fake news. La verdad o las verdades ya sean subjetivas o sociales, transmitidas por los medios de comunicación deben o deberían, por lo tanto, estar subordinadas al saber que permite darles nacimiento: este no suele ser el caso en lo social donde precisamente el conocimiento histórico o social también está llamado a confirmar o invalidar las verdades que circulan, verdaderas o no.

Quizás aquí deberíamos recordar lo que Jacques Lacan nunca dejó de señalar: Que la verdad no se puede decir toda, porque no es posible «materialmente» (Televisión). Sólo se puede decir a medias porque no hay verdad sobre lo real. Y que toda verdad absoluta miente necesariamente. No es tanto el caso en el ámbito social, porque en realidad, la estructura de las fake news es más bien de ser o proponerse como verdades parciales, tan parciales por otra parte, que muchas veces son inverificables, lo que contribuye a darles su carácter engañoso. En esta intervención de enero, Eric Laurent también hizo hincapié en la posibilidad de decir «lo falso sobre lo verdadero a través de la palabra» donde la posverdad quiere pasar completamente lo verdadero al estado de lo falso desde el relativismo epistemológico y el constructivismo social, un movimiento muy poderoso en las ciencias sociales y las humanidades desde al menos los años 80.   Ian Hacking, filósofo canadiense, ha escrito un libro muy sabroso sobre la construcción social en las humanidades, demostrando algunos razonamientos falaces que se consideran falsos en relación con este ámbito del conocimiento. El género, la raza, son nociones construidas para Hacking y estamos presenciando en parte hoy con la acusación dirigida al psicoanálisis de mantener el patriarcado y la norma heterosexual, binarismo sexual, al mismo tipo de razonamiento falaz y por lo tanto falso. Decir lo falso sobre lo verdadero permite tocar precisamente, a la manera de una interpretación, la dimensión mentirosa de la verdad en relación con esta otra satisfacción presente en los síntomas, y frente a la cual el sujeto en un análisis será capaz de encontrar un resultado satisfactorio a este núcleo irreductible de satisfacción que determina su existencia.

Hacer inconsistentes los dichos que se presentan como verdaderos en la civilización para hacer surgir la satisfacción que les da consistencia es una manera, ciertamente modesta, de pequeño alcance; pero seguro, que el psicoanálisis tendrá que mostrar cuánto de los enunciados no sólo periodísticos, digamos, pero científicos también, pienso aquí en las neurociencias, se presentan como verdaderos, en su condición de semblante articulado, que lo real viene a agujerear, lo real del pasaje al acto en actos criminales, por ejemplo, o en la locura de ciertos actos que parecen inexplicables si no los leemos con los cristales de la relación de lo real y de cómo éste trae de vuelta lo que lo simbólico no puede integrar. Estoy pensando aquí en las categorías resultantes del DSM y otras clasificaciones arbitrarias que no toman en cuenta al sujeto ni su verdadera problemática, forcluido a menudo en estos enfoques clasificatorios. El psicoanálisis puede tener la oportunidad de hacerse oír en estos debates cuando los eventos criminales masivos sacuden la civilización de vez en cuando, y de hacer valer cuánto permite la clínica del sujeto iluminar estos eventos fuera de la red simbólica y fuera de la clasificación. Introducir también lo falso en lo que se presenta como la verdad de la prueba científica de la imagen, instantánea tomográfica o escáner, mientras que no es más que una nueva versión de la forclusión del sujeto por el discurso de la Ciencia y la Técnica.

Fabián Fajnwaks  es psicoanalista, reside en París.

Director de la Revue La Cause du Desir, Miembro de la ECF, de la EOL y de la AMP. AE 2015 -2018.

Traducción de Lorena Hojman

 

Notas:

1  J.F. Lyotard. La condición posmoderna. Ed. del ¿Medianoche? París. 1979. p. 13.

*N. del T. : compuesta por la palabra truth (verdad) y nessañadido a los adjetivos para formar sustantivos que significan «el estado del ser …», «la calidad del ser …» o «la medida del ser …»

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