Fabián Fajnwaks – Lo uno y lo múltiple en democracia

Me interesó el título de esta mesa “Democracia y (su) inconsciente” propuesto por Marco Mauas: sugiere que, al igual que un sujeto, la Democracia podría tener, quizás, un Inconsciente. Jacques Lacan dijo una vez que el inconsciente es la política, lo cual no es exactamente lo mismo, porque el principio de esta proposición de Lacan es que el inconsciente está en el origen mismo del lazo social que establece la política. La propuesta de esta mesa da un salto entre el registro del sujeto y el registro social de la Democracia. Esto puede parecer una extrapolación, si no fuera por el hecho de que el propio Freud, al principio de su Massenpsychology (Psicología de las masas y Análisis del Yo), enfatiza que lo social no es más que una extensión de lo subjetivo. “El inconsciente de la Democracia” suena como la famosa frase que el pintor español Goya escribió bajo una de sus pinturas: “el sueño de la razón engendra monstruos”. No sé exactamente si hay un inconsciente en la democracia, pero esta ciertamente tiene síntomas: algunos de ellos se han reportado recientemente, al menos en Francia y en algunas de las grandes democracias occidentales. Crisis de representatividad, deriva hacia la autocracia y hacia lo que se ha llamado erróneamente «democracia iliberal», corrupción del sistema judicial y cooptación política de los jueces, criminalización y represión de la protesta. Cada uno de estos cambios es, verdaderamente, síntoma de diferentes cosas, ¡y cada uno merecería al menos una lectura!

No es seguro, y al riesgo de provocar, que el Inconsciente, tal como lo formula el análisis, conozca y sea flexible al funcionamiento democrático. El inconsciente estructurado como un lenguaje supone la permanente significación de un significante por otro, y la primacía de un significante que Lacan califica de Amo. Este trabajo de desciframiento no conoce ningún debate argumentativo o contradictorio como en las reuniones políticas, ni conoce la diversidad. Por tanto, no es seguro que sea compatible con la democracia, donde la tolerancia a la diversidad y a las minorías prevalece ante el autoritarismo y la autocracia. Esto no significa que el psicoanálisis defienda este tipo de gobierno, porque realmente necesita un sistema democrático y bastante liberal para funcionar: La historia del psicoanálisis en los países socialistas del Siglo XX lo demuestra bien.

Al escuchar a Perla, pienso que quizás la distinción entre Estado y Nación que introduce se podría corresponder con la clásica distinción que realiza Hegel entre Estado y Sociedad Civil. El Estado como garantía, como marco legal y fondo donde la sociedad civil encuentra su lugar. La sociedad presenta diversas formas que cambian a lo largo del tiempo y que cuestionan, cada vez, el modelo de Estado vigente. Entonces, existe una tensión intrínseca entre el Estado y la sociedad civil que puede adoptar diferentes formas y que podríamos clasificar del lado de lo negativo que trabaja en el interior de cada democracia produciendo algunos de sus síntomas. La Nación, como nombre de la sociedad civil, impone modificaciones permanentes y dialécticas en el concepto de Estado, y es éste el movimiento que hemos visto en los últimos años en la política israelí.  Se trata de un cambio de identidad a nivel mundial, del cual no podríamos pensar que la sociedad israelí no se vería afectada. Por supuesto, con ciertas características propias que hay que situar adecuadamente para no caer en aproximaciones erróneas o burdas.

En Israel, el sistema multipartidista y las coaliciones de gobierno, practicadas desde hace décadas, limitan especialmente cualquier deriva hacia la instauración de una autocracia. Existe una independencia judicial libre de trabas políticas, así como derechos constitucionales inalienables y una prensa libre. A pesar de lo que periodistas y analistas políticos han escrito en los últimos años, aquí en Francia al menos, la democracia en Israel tiene un dinamismo que impide la deriva hacía lo mal llamado “democracia iliberal”. Un artículo de Alon Pinkas publicado en Ha’Aretz el 22 de marzo, señala con acierto por qué, por todas estas razones, Israel no puede ser clasificado como una democracia antiliberal, más allá de que este término implique una contradicción en los términos. Esto se ha visto una vez más con la última alianza entre Benett y Lapid. A diferencia de Estados Unidos, donde dos grandes partidos se alternan el poder, negociando cada vez con una mayoría en ambas cámaras legislativas, en Israel son los partidos pequeños los que equilibran el juego democrático en el juego de las alianzas.

Los analistas políticos señalan que al final de la década del 70, con la victoria de Menachem Beguin y Likud, y las alianzas con los pequeños partidos de la derecha religiosa, inició una deriva identitaria que parece restringir, cada vez más, el amplio proyecto con el que se creó Israel. Ciertamente, desde entonces, han pasado la primera y la segunda Intifada, la paz con Jordania, los Acuerdos de Oslo, el asesinato de Yitzhak Rabin, la salida de la ocupación de Gaza por parte de las FDI en 2005 sin ningún acuerdo previo, y el ascenso de Hamas.

Las riñas entre árabes y judíos israelíes, que acompañaron a los últimos ataques con cohetes de Hamas, son un ejemplo de esta fisura en la sociedad israelí, que existe desde hace algunos años, y que tardará mucho tiempo en repararse. Es, sin duda, un síntoma de lo que está ocurriendo en el seno de la sociedad civil contra el proyecto de un Estado tolerante con la diversidad.

La promoción de la “Ley de Israel, Estado Nación del Pueblo Judío”, adoptada por Knesset en 2018, era ya probablemente un indicador de esta deriva identitaria: Aunque recordaba algunas leyes básicas del Estado, también contenía otros elementos más delicados, como la definición de Jerusalén como capital «completa y unificada» de Israel, la degradación de la lengua árabe ‒que hasta entonces era la segunda lengua de Estado‒ al convertir el hebreo en la única lengua estatal, y el fomento del desarrollo de las comunidades judías como “valor nacional” que podrían poner en jaque el estatus de las comunidades minoritarias árabes o drusas.

Existe, pues, una tensión entre lo Uno y lo múltiple que ciertamente actúa sobre la democracia como modo de gobierno esencialmente plural. Esta tensión produce un empuje hacia el Uno de la no-diferenciación que amenaza el espíritu plural de la democracia. Es lo que se conoce como una deriva autocrática y autoritaria en las democracias actuales. Es quizás este empuje hacia el Uno lo que Marco propuso nombrar bajo la forma del inconsciente de la democracia. E pluribus unum (de muchos, uno) es el término que las colonias norteamericanas independientes de Inglaterra adoptaron en 1776 para nombrar el proyecto de crisol de razas, donde todos los hombres libres iban a fundirse, y que los padres fundadores querían para América. La Unión Europea adoptó en el 2000 el lema In varietate concordia («Unidad en la diversidad»), más cercano al proyecto de la sociedad civil israelí. Esta es mi pregunta: Este Estado excepcional que es Israel en el concierto de los países del mundo, ¿le llevará también a encontrar en su interior, en su sociedad civil, una forma excepcional de mantener un proyecto diverso y plural frente a las fuerzas que lo arrastran hacia el Uno de la identidad nacional? En este caso, habrá encontrado un saber hacer con su Inconsciente.

 

Fabián Fajnwaks  es psicoanalista, reside en París.

Director de la Revue La Cause du Desir, Miembro de la ECF, de la EOL y de la AMP. AE 2015 -2018.

 

Traducción: Ana Inés Berton

 

 *Texto presentado en la mesa redonda «Democracia e Inconsciente» en la «La noche de filosofía» en Tel Aviv, organizado por el consulado francés.

 

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