Gran parte de mi generación encuentra en María Pía una voz singular, que incomoda y cuestiona los órdenes sutilmente establecidos dentro de nuestro entramado social. Su visión incisiva trasciende el análisis para proponer salidas y gestar proyectos desde una militancia sostenida con el cuerpo y las palabras. Ese rasgo se transmite en sus respuestas a este breve intercambio, que ojalá funcione como punto de partida.
- ¿Cuáles considerás son las acciones necesarias que podrían llevar a cabo los feminismos populares en nuestro país para generar una transformación en las lógicas jerárquicas aún vigentes en el tejido social? ¿Con qué obstáculos se encuentran?
Las jerarquías están tan escritas en nuestra carne, en nuestras prácticas y sensibilidades, que muchas veces solo sabemos confrontarlas discursivamente, pero no irrumpir en su materialidad. ¿O no arrastramos, aun como feministas, una ceguera notable frente a algunas jerarquías, de clase o de racialización? ¿Cuántas veces hemos visto la reacción airada de quienes se sienten acusadas por esa omisión confortable? Pensar y hacer desde la igualdad no es sencillo, porque implica desarmar muchas prácticas sedimentadas, incluso en las organizaciones y militancias populares. Empecé por lo más difícil. Podría decir además todo lo otro que fueron amasando los distintos colectivos y organizaciones y que tiene que ver con discutir la desigualdad en todos los planos ‒en el trabajo, en las instituciones políticas y sindicales, en el mundo científico o académico‒, la construcción de una discusión sostenida respecto de los modos en que la jerarquía organiza la relación entre los géneros, la ampliación sistemática de la agenda, para que no se limite al señalamiento de la desigualdad intolerable entre hombres y mujeres sino que ponga en discusión la jerarquización de todos los géneros. Esa ampliación de agenda exige una mirada crítica hacia los modos en que se nos cuelan los anteojos liberales y terminamos hablando sin atención de los modos en que desigualdad y jerarquía se inscriben en nuestro estar en el mundo, cual si fuéramos todes libres, con voluntad y pleno dominio de las mismas capacidades.
- El “Manifiesto de un feminismo para el 99%” (Cinzia Arruzza, Tithi Bhattachayra y Nancy Fraser) propone una alianza estratégica con otros colectivos en lucha, no sólo para generar más visibilidad de los reclamos sino para contrarrestar, con mayor fuerza, los embates del neoliberalismo. ¿Qué opinás al respecto? ¿Cuáles crees que son los límites?
Ese Manifiesto de un feminismo para el 99% puso una interpretación en juego tan sintética como potente: la lógica de acumulación de capital pone en riesgo las condiciones de reproducción de la vida. Lo cual es evidente en un ciclo de destrucción que va desde los incendios del Amazonas a la pandemia derivada de una zoonosis y que afecta al mundo entero. Ninguna de esas catástrofes puede separarse del modo en que se concibe la naturaleza solo como un conjunto de recursos a explotar, de las condiciones en las que se produce la alimentación, y de la producción sistemática de vidas desechables: poblaciones enteras son despojadas y arrojadas a la intemperie, y la vulnerabilidad que nos caracteriza es reforzada como precarización de las existencias de las masas populares. Morir es cada vez más fácil, como lo saben los muchachos de las barriadas, las travestis y transexuales, y las mujeres tomadas como propiedad o botín, lxs migrantes que caen en el camino o las personas encarceladas. Los feminismos masivos insisten en la defensa de la vida, lo hacen cuando gritan Ni una menos pero también cuando los feminismos comunitarios afirman la defensa de la tierra o del agua. Defender la vida es combatir el neoliberalismo, en tanto este modo del capitalismo es fuertemente destructivo, necropolítico, expropiador. Pero no es defender la vida tal como está ‒del mismo modo en que no hay normalidad deseable a la cual volver después de la pandemia‒ sino construir una vida digna de ser vivida, como enunciaron las feministas chilenas en la rebelión de 2019. Hoy gran parte de los esfuerzos militantes están destinados a la reproducción de la vida, a atender, comunitariamente, las urgencias alimentarias y sanitarias, pero eso no puede desprenderse de la politización feminista de las existencias, de la desobediencia que se construyó en los años anteriores. Porque si el destino de las desobediencias que no piensan la dimensión de la clase es el mercado o las industrias culturales, el de la agencia comunitaria sin vínculo con las desobediencias se convierte en práctica cristiana. Los límites de ambas derivas son notorios, pero también lo es la promesa de su cruce.
- En una entrevista que diste a Pagina 12 hacés una distinción que me permito retomar. Ubicás los logros de las políticas feministas en materia de derechos, de visibilidad de la criminalidad contra las mujeres, de la movilización de las nuevas generaciones y de la lucha por la legalización del aborto, y lo diferenciás de lo que todavía queda por revisar en relación a la construcción de las tramas discursivas, de la arqueología del saber donde aún está afianzada una razón patriarcal. En este sentido considerás que hay una brecha. ¿Cuáles serían las políticas que permitirían infiltrar las experiencias de las mujeres en terrenos culturales, que agujerearían la lengua, como sostiene María Moreno?
La denuncia contra los femicidios produjo una desnaturalización de otros modos de la violencia de género ‒desde el acoso callejero hasta el asedio laboral‒ y una extensa movilización social. Conmovió a muchas personas que no se habían sentido interpeladas por consignas feministas ni se reconocían como tales. Parte de los activismos estuvo tensada en los esfuerzos de lograr que esa interpelación fuera el piso de la construcción del movimiento social y no su techo. Es decir, que la denuncia de la violencia, sobre la cual hay muchos acuerdos sociales, pudiera engarzarse con la crítica económica y social, la impugnación de todo tipo de desigualdad y la revisión de un orden sensible entero. Los paros de los 8 de marzo y las luchas masivas por la legalización del aborto en 2018 mostraron que ese cerco se había roto y por eso algunos discursos mediáticos que habían festejado y acompañado el primer Ni una menos, se mostraban alertas hacia lo que denunciaban como creciente e inadecuada politización. Los feminismos en todas esas acciones fueron configurando una lógica de composición, de coalición transversal, que no considero ajena a la construcción de una alianza electoral que derrotó al gobierno neoliberal. A partir de allí, eso se reconoció en la construcción de ministerios produciendo una nueva situación, exigida a la vez por la necesidad de crear una institucionalidad diferente (capaz de hacerse cargo de las experiencias feministas y de pensarse a partir de los vínculos con un movimiento social muy heterogéneo) y de evitar su acotamiento a las paredes del ministerio, para poder derramar feminismo en todo el Estado. Ahí me parece que hay una lógica que es la de la insistencia y el desplazamiento: la afirmación “pero también…”, cada vez que la discusión parece estabilizarse en un punto, reabrirla en el sentido de volver a plantear lo pendiente en la lógica de la igualdad. Todxs sabemos y padecemos la dificultad de esa creación, los modos en que la razón patriarcal toma las escenas y la violencia que muchas veces configura su denuncia. Porque es claro que cuando señalamos esas situaciones, generamos incomodidad y la ruptura del orden confortable de las jerarquías amasadas es visto como violencia. No hay que renunciar a esa confrontación ni al lugar de la insistente, molesta, que cada vez va a decir “pero también…”.
María Pía López es socióloga, reside en Buenos Aires.
Ensayista, investigadora y docente. Publicó los libros de ensayo “Mutantes. Trazos sobre los cuerpos” (Colihue, 1997), “Sabato o la moral de los argentinos” (Armas de la crítica, 1997, en colaboración con Guillermo Korn), “Lugones. Entre la aventura y la cruzada” (Colihue, 2004) y “Hacia la vida intensa. Una historia de la sensibilidad vitalista” (Eudeba, 2010). Escribió las novelas “No tengo tiempo” (Paradiso, 2010), “Habla Clara” (Paradiso, 2012) y “Teatro de operaciones” (Paradiso, 2014).
En el 2019 publicó “Apuntes para las militancias. Feminismos: Promesas y combates” (Eme Ediciones)
Dirigió en Buenos Aires el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional.
Myriam Soae es psicoanalista, reside en Buenos Aires.
Miembro de la EOL/AMP. Miembro del Centro Descartes desde el 2000 al 2019.