Fortunato Mallimaci – Cinco años de papado de Francisco

Cinco años es un buen tiempo como para interpretar y comparar el accionar de un grupo y de sus dirigentes. Cuando se trata de hacerlo para quien dirige la Iglesia Católica y el estado del Vaticano, ¿los tiempos son los mismos?

Digámoslo desde el comienzo: el accionar católico dominante es al mismo tiempo social, político, cultural y espiritual. No separa esferas y arenas, sino que las vincula según cada una de las modernidades religiosas  donde se encuentra presente. Es su fuerte y es su debilidad en un mundo donde el continuum de espacios públicos y privados es cada vez más complejo y diferenciado en los distintos ámbitos de la vida. Debemos comparar a Francisco con sus antecesores que han tratado de responder a esas dinámicas. Juan XXIII y Paulo VI lo hicieron para los treinta años gloriosos de Europa, e intentaron darle respuesta desde ese catolicismo europeo al mismo tiempo que se abrían a otros mundos −y vimos por primera vez a un papa, Paulo VI, yendo directamente hacia ellos. Juan Pablo II lo hará en respuesta al desafío del “mundo comunista” colaborando en su implosión desde una perspectiva de derechos humanos y viajando por los cinco continentes, reafirmando un catolicismo identitario, de certezas  y profundamente anticomunista. Benedicto XVI buscará continuarlo y renunciará −hecho único en la historia de la institución católica− superado por los problemas internos y la profunda crisis interna. Francisco buscará alternativas desde otros catolicismos que provienen  de países subalternos, y caracteriza al mundo como hegemonizado en el siglo XXI por el capitalismo  financiero que empobrece día a día. Proclama y promueve un catolicismo popular, más de salida y aperturas hacia fuera que de respuestas hacia los problemas  internos. Denuncia al espíritu burgués y empresario  que ama “a la caca del diablo, el dinero” y que promueve un sistema, una “economía que mata”. En el siglo XXI, retoma desde una sociedad mediática temas del siglo XIX: los trabajadores, los migrantes, los pobres, los presos son PERSONAS y agrega ahora: tienen DERECHOS.

Esas críticas lo han convertido en un líder mundial que abre expectativas globales a hombres y mujeres de buena voluntad, frente al reduccionismo del actual capitalismo liberal que empobrece, explota y destruye los lazos sociales de solidaridad. Allí donde hay un conflicto que atenta contra la paz y el encuentro de los pueblos, allí el papado y el estado del Vaticano están hoy presentes. Más aún, el desafío de encontrarse con el pueblo y gobierno de la principal potencia mundial como es hoy China, está cada vez más cerca. Mi visita a líderes, investigadores y académicos de ese país me ha mostrado que esa tensión puede resolverse durante su papado.

Si algo tiene en especial ser entronizado como papa es el carisma de función que se hereda. Mas allá de quien sea la persona, hay algo en el llamado de único, excepcional, de magia, de creencia. Y si, a su vez, se accede a  ese cargo por otro hecho mucho más extraordinario como es la renuncia (y no la muerte como ocurría desde cientos de años) del antecesor Benedicto XVI, le sumamos más de extraordinario. Además, ese nuevo y único acontecimiento es valorado y mercantilizado en el escenario mediático mundial desde múltiples intereses. Tenemos un actor –institución-espectáculo–, que tiene en el actual panorama mundial una significatividad y liderazgo especial con poca o nula competencia.

Claro que lo extraordinario con el devenir del tiempo se rutiniza; del entusiasmo (o sea, de estar lleno de teo, o sea de dios) se pasa a la des-magización. La persona puede o no recargar ese carisma en el tiempo y mantenerlo así vivo, expectante, deslumbrante.

¿Dónde estamos entonces, luego del 2013, hoy en el 2018?

La impronta del papado en una institución donde las personas no son elegidas sino entronizadas por la creencia, es que deben continuar con la tarea de sus antecesores que fueron ellos también entronizados, y donde la memoria los lleva a recordar todos los días a la comunidad fundante hace mas de 2000 años cuando fue asesinado Jesús el Cristo. Francisco, desde el primer momento y hasta hoy, se ha presentado como continuidad de sus antecesores. No puede ser de otra manera. Al mismo tiempo, llega al cargo con fuerte descrédito social y religioso de la estructura vaticana debido a fraudes financieros, de abusos de poder sexuales, pedofilia, crisis en el tipo de autoridad y comportamientos éticos, que causan escándalos no solo en la sociedad sino también al interior de la comunidad de creyentes católicos.

Sin embargo, mostrando sus lineamientos y teniendo en cuenta los conflictos de las últimas décadas entre grupos internos de la Iglesia católica, y a fin de unificarlos, ha santificado (o sea, consagrado) a dos de sus antecesores: San Juan XXIII y San Juan Pablo II. De ese modo también revaloró y amplió el cargo papal en el siglo XXI.

Desde su primer gesto socio-religioso  como fue el de ir a la isla de Lampedusa en Italia  para decir que los migrantes –que mueren por miles en sus costas–  tienen derechos pues son personas, “hijas e hijos de Dios” que deben ser respetados en su dignidad por los Estados, hasta el ir a la cárcel de mujeres en Chile para manifestarles su apoyo y decirles que tienen derecho de ser reconocidas como personas y tienen derecho a ser rehabilitadas por la sociedad y el Estado para ser incluidas como personas, hay una misma línea y perspectiva : “construir una Iglesia pobre para los pobres”.

Cada visita a un país se completa con un encuentro con pueblos originarios donde recuerda que forman parte de nuestras culturas  y deben ser respetados e incluidos en la cultura latinoamericana, con migrantes de diversos países a los cuales les reconoce también sus derechos; en el caso de América Latina los considera parte de la Patria Grande y suma –es una marca de origen–  a los diversos movimientos sociales que hoy reivindican sus derechos como personas y trabajadores desde vulnerabilidades, exclusiones y marginalidades varias.

Las críticas a la implementación de programas neoliberales con sus emergentes “mercados desbocados”, la persistente proclama de proyectar los valores religiosos en el mundo económico para fraternizar el conjunto de relaciones sociales, se enmarcan en una línea discursiva inscrita en un catolicismo de larga data desde el siglo XIX y que se reforma y actualiza según contextos y situaciones contemporáneas, y que reproduce la matriz de integrar lo religioso con lo económico, lo social, lo sexual  y lo cultural. La orfandad de proyectos políticos globales y nacionales que cuestionen esa hegemonía del dinero –“la caca del diablo”–  ha convertido a Francisco y el Vaticano en uno de los principales y a veces el único cuestionador de la actual hegemonía empresarial y financiera. Las críticas de izquierdista, comunista y populista de los principales actores mediáticos y económicos a nivel mundial no hace más que reforzar su figura.

Matriz social, a no olvidar, que rechaza al mismo tiempo el “constructivismo de género”, la diversidad sexual y la autonomía de las mujeres para decir sobre su cuerpo así como cuándo, cómo y cuántos hijos tener. Se presenta como fundamento de la ética y se erige en el reaseguro mediante el cual el mundo católico propone encarrilar el bienestar de la humanidad en todas las áreas y esferas del mundo de la vida. Subyace también a tales propuestas  –y esto puede ser causal de futuros conflictos con las necesarias autonomías y la construcción de estados democráticos y laicos–  la búsqueda de restablecer la integralidad del mensaje religioso en el seno de sociedades secularizadas que viven sus espiritualidades a su manera y por fuera o ignorando las instituciones religiosas.

En una secuencia argumentativa holística, los agentes religiosos inscriben sus discursos y sus prácticas pastorales relocalizando sus institucionalidades en un nuevo espacio, dentro del amplio y dinámico mercado social y simbólico. El perceptible “politeísmo de valores” con su consecuente guerra de dioses que identifica el comienzo del siglo XXI obliga a las instituciones y los grupos religiosos a diversificar su prédica y su accionar, empeñados en proyectar sus representaciones religiosas al conjunto de la sociedad. En ese camino, colisionan con otras visiones que también “aspiran a una validez excluyente en su temática y esfera” y con un capitalismo globalizado desregulador que quiere convertirse, como decía Walter Benjamin, en la única religión. Si “todo no es negocio y no todo tiene precio”, el aporte de las religiones de fraternidad universal para un desarrollo sustentable no permanece ajeno a una trama de estructuras democráticas que compiten por imponer un sistema de valores legítimo y hegemónico.

Ese catolicismo social desde el mundo de los pobres que impulsa Francisco convive con tensiones en el catolicismo institucional que se construyó los últimos 30 años y que lo llevaron al papado. En cinco años, la no resolución del escándalo con los sacerdotes que abusan de su poder convirtiéndose en pedófilos y siguen siendo protegidos –que en Chile tuvo su epicentro los últimos meses–; la poco o nula participación de las mujeres y de las órdenes femeninas en los espacios de poder institucional; la continuidad de la curia romana y del propio Papa en los nombramientos de sus sucesores y la continuidad y la enorme dificultad de construir movimientos y grupos que construyan otro tipo de catolicismo más horizontal y democrático muestran, a los cinco años, los desafíos que aún no han sido resueltos.

Ese catolicismo social y doctrinario desde el mundo de los pobres que impulsa Francisco convive con tensiones en el  catolicismo institucional que se construyó los últimos 30 años desde posturas ultra-identitarias y poco pluralistas. Esos grupos fueron los que lo llevaron al papado.

En cinco años no se tomaron medidas significativas de condena y expulsión de la institución eclesiástica de sacerdotes pedófilos; más bien todo lo contrario: siguen siendo protegidos y sustraídos de la acción pública de la justicia, lo que tuvo su manifestación más explicita en la reciente visita a Chile. También están pendientes las discusiones y decisiones sobre el rol de las mujeres y de las órdenes religiosas femeninas en la Iglesia, cuya participación en los espacios de poder institucional es casi nula. La continuidad de la exclusividad de la curia romana y del propio Papa en los nombramientos de sus sucesores y la enorme dificultad de construir movimientos y grupos que sienten las bases de otro tipo de catolicismo más horizontal y democrático, no ha sido tampoco abordado en profundidad.

En Argentina, único lugar en el planeta  donde Francisco es  Bergoglio,  asistimos a cambios inesperados. Aquellos grupos de poder económicos, mediáticos y políticos católicos que saludaron su nombramiento en el 2013, hoy se encuentran en una campaña, desconocida en otros momentos históricos, de desprestigio y deslegitimación de su figura. La distancia crece entre el mundo burgués, empresarial  y gubernamental católico argentino contra sus propuestas sociales de ampliación de derechos a migrantes, vulnerables, presos y empobrecidos. Los medios hegemónicos –que se manifiestan católicos y saludaron eufóricos su llegada al papado–  no hay semana que no realicen difamaciones en su contra; el dibujo de Francisco con una hoz y un martillo en un histórico matutino, como las repetidas editoriales bufonescas en el diario del medio más poderoso del país,  produce desconcierto en unos, indignación en otros y aprobación en los “núcleos duros” del poder. Al mismo tiempo, como en otras épocas, la no aceptación de un estado laico y el negar que las mujeres tienen derechos sobre sus cuerpos –como es la actual campaña por un aborto legal, seguro y gratuito–    produce nuevas tensiones en la institución eclesial y el mundo católico incluido el papa Francisco, y enfrentamientos con sectores de la sociedad civil –también católicos ellos aunque no solo– que buscan ampliar otros derechos, en especial personalísimos y de conciencia.

Todo ello podría ser considerado, en los cinco años del papado de Francisco, como los desafíos que aún no han sido resueltos y para los cuales amplios sectores de la sociedad y de la comunidad eclesial esperan aún una respuesta.

 

Fortunato Mallimaci es sociólogo, reside en Buenos Aires.

Ex Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y Director del Centro de Altos Estudios Franco-Argentino de la UBA. Es profesor titular plenario de la cátedra «Historia Social Argentina» y del seminario “Sociedad y religión” en la Facultad de Ciencias Sociales de dicha Universidad.  Investigador Superior del Conicet, Argentina, en el área Sociedad, Cultura y Religión. Sus temas de estudio y los objetivos de los proyectos de investigación que dirige están vinculados: sociología histórica del catolicismo, grupos religiosos en sectores populares, pobreza y políticas sociales.

 

*Texto publicado en: Diccionario de Religiones en América Latina, Fondo de Cultura Económica y  El Colegio de Mexico, Roberto Blancarte (Coord,) Mexico, 2018, pp.  429 a 437.

 

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