Etienne de La Boétie – “El Discurso de la Servidumbre Voluntaria”.
Comentario por: Gabriel Ainciart-Cunningham
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Étienne de La Boétie (1530-1563) nos ofrece en su Discurso de la servidumbre voluntaria, pese a haber sido escrito hace varios siglos, una reflexión atemporal, transhistórica que nos interpela y nos interroga. Pregunta que “no cesa de escribirse”. Texto destinado al laberinto. Étienne pone en juego en él un enigma que recorre todo el campo social. Campo social que disgrega y divide con su pregunta insistente. Nunca más actual. Nunca más ajustada a este tiempo: “¿cómo pueden tantos hombres, tantas ciudades, tantas naciones soportar a veces un solo tirano, que no dispone de más poder que el que se le otorga, que no tiene más poder para causar perjuicios que el que se quiera soportar y que no podría hacer daño alguno de no ser que se prefiera sufrir a contradecirlo?”1. Y luego, evoca el inevitable titubeo de la lengua: “¿qué es ese monstruoso vicio que no merece si quiera el nombre de cobardía, que carece de toda expresión hablada o escrita, del que reniega la naturaleza y que la lengua se niega a nombrar?”2.
Pregunta retomada por Deleuze y Guattari evocando a Spinoza y a Reich: “¿Por qué combaten los hombres por su servidumbre como si se tratase de su salvación? Cómo es posible que se llegue a gritar: ¡queremos más impuestos! ¡Menos pan! (…) ¿Por qué soportan los hombres desde siglos la explotación, la humillación, la esclavitud, hasta el punto de quererlas no sólo para los demás, sino también para sí mismos?”3.
Este es el hecho que debe considerarse: ¿por qué los hombres soportan la servidumbre? Étienne acude a la educación, a la obediencia, a la cobardía, a la costumbre. Acude a rostros, en los cuales se pierde, para adjudicar un irrepresentable. Trata de ubicar un algo que solo podemos ubicar en el orden del deseo, es el deseo inconsciente el que debe ser interrogado. Deseo que, en forma paradójica, desea su propia represión. Hecho esquivo, oblicuo, que escapa a todo intento de captura simbólica. Hecho que se encuentra en un más allá de la representación.
A lo largo del texto Étienne inscribe a la libertad en el corazón de todos los seres humanos, aduce ejemplos de momentos épicos en los cuales los hombres demostraron que pueden y deben ser libres. La libertad es vista por este autor como algo propio de la naturaleza. Una tendencia siempre constante en el hombre. Lo ve en estos “momentos épicos”, pero lo ve también en los animales que “apresados, oponen tal resistencia con las pezuñas, los cuerpos, el pico y las patas, que con ello, manifiestan, claramente el valor que otorgan al bien que les es arrebatado”4.
Luego, plantea una pregunta esencial: “¿qué desventurado vicio pudo desnaturalizar al hombre, único ser nacido realmente para vivir libre, hasta el punto de hacerle perder el recuerdo de su estado original y el deseo de volver a él?”5.
Desde la lectura de Lacan podemos acercarnos a una respuesta sobre este interrogante, sabemos que lo en el hombre opera una desnaturalización, una desvitalización en su ser es la introducción al mundo del significante. En ese pasaje, a su vez que algo queda por fuera del sujeto, algo cae sobre él. Es la barra. Barradura que lo divide y que lo aliena al lenguaje. Sólo si no se produce este momento inaugural podría darse lo que La Boétie tanto busca y que Lacan describe en estos términos “los hombres libres, los verdaderos, son precisamente los locos” (Lacan, 1967).
De esta forma, La Boétie se enfrenta con un imposible. Hay un esfuerzo constante en dar una sutura a eso traumático que queda siempre por fuera: ¿Por qué los hombres aceptan, incluso desean, la servidumbre? Se encuentra con el hombre dividido y no cesa de buscar un origen que no encuentra. Es el encuentro con un real que muestra el fracaso de lo simbólico y que define a lo político por excelencia.
En sus múltiples intentos de dar respuestas a este real al cual se enfrenta La Boétie, concluye que “el resorte y el secreto de la dominación, el sostén y el fundamento de la tiranía”6 es la extensa red que se teje en torno al tirano y que lo sostiene; redes de implicancia, de complicidad, de juego de fuerzas en las que cada ciudadano en virtud del pequeño tirano que lo habita se convierte en amo de algún siervo. Estas redes posibilitan y dinamizan todo el poder del que el monarca se sirve “cómo Júpiter quién, según Romero, se vanagloriaba de que, si tirara de la cadena, se llevaría consigo a todos los dioses”7.
De esta forma La Boétie zanja la cuestión “gracias a la concesión de favores, a las ganancias, o ganancias compartidas con los tiranos al fin hay casi tanta gente para quien la tiranía es provechosa como para quien la libertad sería deseable. (…) Así es como el tirano somete a sus súbditos, a unos por medio de otros”8. Este momento es capital en la obra de La Boétie pues se opera una dislocación del poder, este ya no se encuentra ubicado en la centralidad del Príncipe o del Monarca sino disperso en cada uno de sus súbditos parasitando cada relación social.

 

* La Boétie, Étienne, El discurso de la servidumbre voluntaria, Buenos Aires, Ed. Terramar, 2008.

 

Gabriel Ainciart-Cunningham es psicoanalista, reside en La Plata.
Participante del seminario del Campo Freudiano EOL Sección La Plata.

 

Notas bibliográficas:
1 La Boétie, É., El discurso de la servidumbre voluntaria, Buenos Aires, Ed. Terramar, 2008, p. 45.
2 Ibíd., p. 47.
3 Deleuze G., Guattari F., El Anti Edipo, Capitalismo y Esquizofrenia, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 36.
4 La Boétie, E., op. cit., p. 52.
5 Ibíd., p. 53.
6 Ibíd., p. 67.
7 Ibíd., p. 68.
8 Ibíd.

Gabriel Ainciart. La Plata, Bs. As. Lic. En Psicología.

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