El coronavirus en su dimensión de pandemia desató un real sin previo aviso en nuestra vida. Como lo desconocido, estableció un acontecimiento que no podemos describir. Hablamos del trauma como el encuentro inadvertido con lo real indecible, con “lo que no tiene sentido”1. Partimos del sin sentido. El sentido viene a posteriori, a partir del S2 que sin embargo no reabsorbe por completo lo que ha sido el trauma. Hay un resto: el a, el residuo del trauma que permanece, que Lacan traduce como goce, rebelde a la operación de significantización. Al final de su enseñanza, inventó un neologismo para designar esta ruptura: «el troumatisme» que condensa trauma (Trauma) y trou (Agujero). Sufrimos un doble estatuto del trauma. Uno estructural, para todos, el troumatismo de lalengua que impacta sobre el cuerpo. El otro estatuto, singular, contingente que va marcando la vida a cada cual. La experiencia a la que estamos reducidos tiene un estatuto traumático, en el sentido de fractura.
Quedamos inmersos en esta incierta problemática de un trauma con ley, el del virus. “Él sigue una ley implacable, él sigue la ley de la naturaleza que hay que saber descifrar para poder hacerle frente. El problema es que no conocemos todavía suficientemente su ley”2. Es un S1 al que la ciencia le busca el S2 con un tratamiento o vacuna. Este significante sin conexión a un S2, está aislado. No tenemos aún un punto de capitón que nos reordene la vida. A pesar de esta ruptura, pudimos comenzar a trabajar respecto a este S1 solo. Estamos en un tiempo de ver. La cuarentena recomendada y obligatoria –no en todo el mundo pero sí en nuestro país– nos fuerza a revisar nuestras rutinas e invita a todos a inventar, a crear de nuevo. En este contexto, obligados a renunciar a los encuentros presenciales, los cuerpos se distancian y el discurso del analista se modifica así en su práctica.
La pandemia instauró un aislamiento que aloja a otro aislamiento previo: el de la soledad frente a las pantallas y el uso de los gadgets. Al impregnar aún más en ese mundo imaginario lleno de sentidos efímeros, su uso nos permite un lazo. Hace unos años, para el VIII Enapol3, abordamos la cuestión de “Los gadgets en familia”. Hoy podríamos incorporar en la serie: los gadgets en los analistas.
En este contexto nos atraviesa una pregunta: ¿Cómo pensar la incidencia del gadget en el psicoanálisis? ¿Puede encarnar y sustituir una función fallida ordenando el goce, aportando un entramado ficcional para tratar lo real? Estos objetos de consumo masivo, que como dice Lacan, se han convertido en elementos de nuestra existencia, tornándose imprescindibles en tanto vienen «para distraer el hambre en lugar de lo que nos falta en la relación de conocimiento”4. Lacan ya había planteado que el futuro del psicoanálisis depende de que los gadgets se impongan y lleguemos a estar animados, interrelacionados y haciendo uso de ellos. «No lograremos hacer que el gadget no sea un síntoma»5.
Es necesario señalar la importancia del uno por uno, distinguir usos y funciones. Es innegable que estos instrumentos han innovado antiguas formas de goce y han dado lugar a nuevas.
La pandemia rompió con todo lo habitual. Teníamos una rutina que ya no está. También afectó nuestra práctica. Hoy se abre un campo de reflexión con el uso de los gadgets por la comunidad analítica. Si el inconsciente de la pantalla es el mismo que el del consultorio, ¿qué pasa con el cuerpo y la presencia del analista? Teníamos tiempos establecidos para nuestros pacientes y nuestro propio análisis. Llevábamos cierta estandarización de la práctica. Ha cambiado el factor de la temporalidad. Vivimos hoy una experiencia que nos permitirá sacar conclusiones. Por lo pronto, estamos forzados a repensar y reinventar nuevas formas de la clínica conforme a los principios de nuestra práctica. Es una respuesta ética que solo es viable si está puesto en juego el deseo del analista.
En este tiempo si alguien puede enseñarnos algo con respecto al aislamiento es el parletre autista. Sus características, como presentó Kanner, son precisamente el aislamiento y las conductas estereotipadas. El espectro es muy amplio y no hay respuestas universales.
Tomo casos bajo transferencia que partieron con una presentación grave al inicio. El lazo con los otros ha pasado de la presencia de un Otro totalmente intrusivo a Otro al cual soportan y establecen lazos sutiles. Con tiempo de trabajo en el que el analista funcionó como el “partenaire de a dos”6 ampliaron su neoborde enriqueciendo su mundo subjetivo. Tienen un uso importante de los gadgets pantallas y un lenguaje que les permite cierto uso comunicacional, no metafórico.
La pandemia generó un impasse con los pacientes, a los que ofrecí luego sesiones a través de videollamada -por WhatsApp, Zoom, Skype– o teléfono. Hubo un giro entre el uso anterior de los gadgets en la consulta y el uso del gadget para sostener ahora las sesiones y prestar mi presencia. Rápidamente pudieron construir nuevos circuitos, trayectos y series al mismo tiempo. Hubo un reordenamiento de la mirada y la voz a través de la pantalla. Se pudo reinventar un marco donde el cuerpo y la palabra del Otro dieran tratamiento al goce que conllevan estos objetos. La pantalla hizo que ceda el objeto mirada: pasaron de mirar de reojo a poder mirar de frente. En presencia era perturbador. La pantalla funciona a modo de velo y hace sostenible la mirada.
La mayoría –niños y adolescentes– están escolarizados. En muchos fue notable el relajamiento y la mejora en el humor. El hecho de no tener que concurrir a la escuela y mantener el lazo por medio de Zoom fue aún más pacificador.
Lo virtual sostiene el trabajo, siempre guiándonos por la particularidad del caso y por la singularidad del niño y la familia con la que trabajamos. La clínica del autismo no es sin los padres. En este aislamiento la presencia de ellos favoreció la ampliación de los circuitos y neobordes al reconocer los intereses específicos de sus hijos.
Un niño autista de 10 años permanecía en su mutismo. Con el uso exclusivo de la pantalla en las nuevas sesiones no presenciales, comenzó a ceder su voz, a pronunciar palabras y a sostener la mirada. Hablar por procuración le permitió ubicar la voz fuera del cuerpo y localizarla en el gadget pantalla. Logra mediatizar la dificultad de embarcar el goce en la palabra. En su cuarentena, todas las noches canta a su modo el Himno Nacional desde el balcón, junto con sus padres y vecinos en homenaje a los cuidados que brinda el equipo sanitario en la pandemia.
Por su funcionamiento subjetivo singular los autistas nos muestran sus invenciones y usos de los gadgets pudiendo ser orientadores para el psicoanálisis.
Sin caer en los extremos del vale todo de la época ni en el purismo absoluto, el psicoanálisis invita a abordar la situación actual del uso de los gadgets como modo de sostener la presencia, caso por caso.
Gabriel Tanevitch es psicoanalista, reside en La Plata.
Miembro de la Eol Sección La Plata, AMP, docente del seminario del Campo freudiano. Responsable Antena autismo La Plata (2015-2019)
Notas bibliográficas:
1Miller, J, A Causa y Consentimiento, p. 103, Paidos, Buenos Aires, 2019,
2https://zadigespana.com/2020/03/20/coronavirus-la-ley-de-la-naturaleza-y-lo-real-sin-ley/
3http://www.asuntosdefamilia.com.ar/es/Conversaciones/11/Christian-Rios.pdf
4 Lacan, J. «La tercera«, en Intervenciones y textos 2. P.107, Manantial, Buenos Aires, 1988
5 Lacan, J. «La tercera«, en Intervenciones y textos 2, p. 108, Manantial, Buenos Aires, 1988
6 Laurent E. El Sentimiento Delirante de la Vida, p. 208, Colección Diva, Buenos Aires, 2011