Gabriela Rodríguez – ¿Qué otra cosa puede ser el sexo?

La pregunta con la que se abre esta exposición se inserta en un debate sostenido entre Joan Copjec y Judith Butler en la década del noventa. Ambas académicas estadounidenses, aunque con distintas filiaciones teóricas, se suman a una larga lista de representantes del interés que concitan en ese país los estudios sobre el problema del género, el sexo y la sexualidad. El interrogante parafrasea la pregunta con la que avanza el ensayo de Copjec, aparecido este año [2006] en español El sexo y la eutanasia de la razón1, donde son puestos en cuestión algunos supuestos que Butler sostiene en El género en disputa2, en la medida en que estos supuestos conducen a desembarazarse del problema de la diferencia sexual3. De hecho, uno de los últimos trabajos de Butler aparecido en español, incluye como capítulo un ensayo titulado: «¿El fin de la diferencia sexual?»4, donde ni la forma de interrogante dada al título, ni los argumentos que aclaran que su propósito no es ponerle fin al asunto, alejan al lector de esa idea que se instala desde el comienzo.

Joan Copjec se propone retomar el problema de la diferencia sexual, pero desmantelando la alternativa que decide esta diferencia en un o bien o bien –que toma la forma de una disyunción exclusiva–, disyunción que refiere el sexo a una cuestión de sustancia o de significación. Las dos respuestas, sustancia o significación, caras cada una a algunas de las formas del feminismo, se encabalgan en otro de los debates que separan a las feministas. Desde esa alternativa los feminismos pueden y han sido agrupados por Linda Alcoff5, bajo dos grandes modalidades: culturalistas o post-estructuralistas según respondan a la cuestión de la mujer. Pues en ambos casos las respuestas que ambas alternativas promueven secretan su propio límite calificado en un caso como esencialista –cuando la diferencia asume la forma de una lista de atributos que van del cuerpo a las experiencias específicamente femeninas, concebidas como esenciales–; como nominalista en el otro caso –cuando la categoría de mujer aparece como una ficción discursiva a desmantelar–. Las unas identificando a la mujer con sustancias a-históricas e inmutables, las otras haciéndolas desaparecer so pretexto de hacer de ella una más de las tantas ficciones con las que nos puebla el discurso, amenazan ambas con eliminar al propio feminismo. Efecto segregativo para las primeras, disolvente para las segundas.

El efecto de disolución en la teorización de Butler –a quién se podría inscribir en el post-estructuralismo– se lleva con ella la diferencia sexual férreamente sostenida por gran parte del feminismo francés e italiano con el que Butler discute, en la medida en que tal diferencia, a su juicio, se asienta sobre la estabilidad fundamental del sexo binario como norma, que instaura una heterosexualidad obligada. En esto, Butler, sigue posiciones como las de Monique Wittig o Adrienne Rich quienes plantean la cuestión en clave lesbiana6. Así, mediante la deconstrucción de la ficción del sexo/género se obtiene el desalojo de las ideas sobre un sexo innato o esencial, movimiento de incuestionable valor, no obstante, al mismo tiempo, al concebir el sexo como un constructo discursivo: ´una significación actuada performativamente´, si el sexo ´se hace´ podrá entonces ´deshacerse´, por lo que Deshacer el género será el título del último libro de Butler editado en español, al que hacíamos referencia. Contra aquel efecto entonces, orientada por la filosofía critica de Kant y las formulaciones sobre la sexuación de Lacan, Joan Copjec se pregunta: ¿Qué otra cosa puede ser el sexo?

Esta pregunta como hemos visto redunda en el problema de la diferencia sexual como distinción entre los sexos, “dos razas de discurso”, según la afirmación de Graciela Musachi, quien sigue a Lacan para trazar en su libro Mujeres en movimiento. Eróticas de un siglo a otro las perspectivas que reconstruyen el debate interior al feminismo sobre este punto. Copjec lanzará sus críticas a las propuestas de Butler ordenadas en objeciones: éticas, filosóficas, y por último psicoanalíticas.

Si frente a los problemas que la reflexión sobre el sexo trae a la razón –Copjec sostiene que el sexo hace entrar a la razón en contradicción consigo misma– se opta por una solución escéptica7, tal es el caso de Butler para Copjec al promover una idea del sexo como unidad fabricada y artificial que desliza a la proliferación paródica de sus formas; el fantasma de un sujeto voluntario e instrumental que decide sobre su género sobrevolará necesariamente las reflexiones de Butler. El hecho de que la propia Butler se refiera particularmente a esta objeción que suscitó el Género en disputa, en el “Prefacio” a los ensayos que se reúnen en el volumen Cuerpos que importan, hace resonar ese fantasma y abre para ella misma el siguiente interrogante: «si el género no es un artificio que pueda adoptarse o rechazarse a voluntad –[es decir no procede de una elección]– ¿Cómo podríamos comprender la condición constitutiva y compulsiva de las normas de género sin caer en la trampa del determinismo cultural?”8.

Freud en ocasión de su Conferencia sobre «La feminidad» de 1932 se muestra renuente a considerar que la anatomía o la psicología de los comportamientos que se origina en convenciones, puedan explicar la distinción entre los sexos. El psicoanálisis se funda justamente para Copjec al negarse a tomar partido en este vel exclusivo. La salida buscada por Butler a la alternativa no es del todo constructivista –en el sentido de que todo pueda ser puesto a la cuenta del discurso–, ni esencialista –en el sentido de un exterior dado, anterior al discurso–; antes bien, sus desarrollos intentan ubicar en el centro de la cuestión la fuerza constitutiva de aquello que queda excluido por la acción del discurso, así como la necesidad de un proceso de reiteración por el cual el sexo se materializa. De la construcción a la materialización, se juega el vector que permite comprender que la reiteración que estabiliza los efectos de género materializa el sexo. Así, la materialidad del sexo referida a un cuerpo aparece como saldo de un proceso de repetición que tiene la estructura de una cita, a la vez que deja zonas excluidas por fuera de la representación –Butler se vale aquí de la noción de ´abyecto´ que extrae de Julia Kristeva–, zonas que demuestran lo incompleto del proceso en cuestión y que ofician de límite a la construcción. En esta perspectiva, este fuera del cuerpo construido, parece estorbar al propio constructivismo, lo cual implica para Butler la necesidad de su reconcepción. Se trata aquí de zonas abyectas del cuerpo que estorban la composición discursiva completa y armónica de los cuerpos que importan.

Sin embargo, el lúcido examen que lleva a cabo Copjec a partir del Género en disputa diferencia aquella concepción que ubica al sexo como incompleto en el límite de lo representable, una inestabilidad debido a la cual se vuelve maleable y sujeto a posibles transformaciones –perspectiva reconocible en Bulter y sostenida desde un argumento deconstructivista–; de aquella en la que el sexo coincide con la falla del sentido, un no re-absorbible en el lenguaje, que se ubica como aquello que el sentido no puede completar. Dice Copjec: “(…) el sexo que no puede ser articulado en palabras no es ninguna de las multiplicidades de significados que intentan compensar esa imposibilidad”9. Esta concepción sustentada desde la perspectiva psicoanalítica tiene un efecto de des-sustancialización del sexo mucho más radical que las propuestas deconstructivistas de Butler, sostiene Copjec. Llevado al límite interno del lenguaje, el sexo aparece allí donde tropieza el discurso al producir la significación, como una entidad vacía a la que no se le puede adjuntar ningún predicado. Desde este punto de vista ´a diferencia sexual no puede ser deconstruida´, en sentido estricto, esto sólo puede aplicarse al ámbito del significante en el que se desplaza la discusión de los géneros.     

La cuestión para el psicoanálisis llevada más allá del mentado “(…) error común que funda la distinción en lo natural –anatomía–, instala la paradoja de que el ser hablante, sólo se reconoce como perteneciente a alguno de los sexos al negar esta diferencia a partir de las identificaciones con las que el significante lo identifica”10. Hasta aquí en la medida en que la identificación se sitúa en el plano del significante, es el lenguaje quién introduce tal distinción y no la anatomía. Sin embargo, con ello no está zanjada la cuestión, presentada así la distinción, ´la preciosa mujercita se comportará de este modo o de este otro según el modo con que el discurso haya valuado el precio que ha tomado en cada momento –época de la historia– la pequeña diferencia´. El modo de comportarse que tal vez los americanos llamarían género, en el sentido de un ´hacer el género´, aparece como subsidiario de cierto valor discursivo que fija, regla, prescribe aquello que hace a la diferencia entre los sexos en términos de valor. Si bien la diferencia ha sido puesta en el centro de la cuestión por el así llamado feminismo de la diferencia que creció en suelo europeo bajo la sombra de influencias varias como Deleuze, Foucault y el propio Lacan, no obstante, y porque no es sólo una cuestión de discurso lo que se encuentra en la base de esta distinción, el psicoanálisis puede tomar distancia y la toma tanto de una versión constructivista del feminismo, como del propio feminismo de la diferencia cuando lo que no pasa por el discurso es subsumido bajo el expediente de una experiencia del cuerpo11 o la impotencia del significante, que hace de la significación incompleta del sexo la posibilidad se su maleabilidad paródica.

Si bien Butler cuestiona desde su perspectiva la opción sexo/género promoviendo una crítica a la noción de género por esencialista, siendo este el movimiento que inicia con El género en disputa y que se continúa con el reciente Deshacer el género, no obstante, desconoce la dimensión real12 de aquello de lo que se habla, toda vez que se habla de sexualidad. Un real que atañe al campo del goce y que no se confunde con la multiplicidad de significados con los que se lo intenta compensar. El proceso que Lacan calificó con el nombre de sexuación, toma en cuenta este campo del goce, en el que ubica la incidencia del lenguaje. Aquello que Freud formulara en términos de identificación edípica, se encabalga en este proceso más fundamental, llamado sexuación. Hablar de sexuación excluye que la distinción entre hombres y mujeres entrañe la anatomía, al mismo tiempo, esta distribución de los sujetos hablantes en dos categorías, no está por fuera de lo que se podrían llamar las ´coacciones del discurso´, coacciones en las que Butler bien puede captar una acción performativa13, selección por eliminación que realiza el discurso dando lugar a las dos razas. Sin embargo, paradójicamente Lacan sostiene en su Seminario Aún, que la sexuación procede de una elección y todo el asunto será saber cuál es el alcance de esta elección, que ha de ser ´problematizada´, en la medida en que ciertamente los sujetos no estiman tener elección sobre su sexo. Eliminar la posibilidad de que el sexo se decida en virtud de una coacción biológica deja no obstante sin responder cómo se pasa de la coacción del discurso evidente a la dimensión de la elección, que introduce la verdadera subversión. Lo que Lacan desarrolla como elección de la identidad sexuada no puede ser tomada ingenuamente como una suerte de opción en el origen –costado metafísico del asunto–, ni como el producto del ejercicio de un libre albedrío –costado deliberativo–. La elección concierne al modo de ´fallo´, sostiene Lacan, que entraña una lógica que se desprende de la palabra, la consecuencia será inscribirse de un lado u otro de lo que llama las fórmulas de la sexuación. En este sentido no es tanto la elección sobre ser hombre o mujer como el modo en que el hablante se acopla al lenguaje habitado por un vacío –que hace inexistir a la relación sexual–. Hay un modo hombre de hacer fallar la relación sexual que no existe y esto implica que sólo podrá gozar paratodeando, mediante la función fálica que inscribe un todo y otro modo de hacerla fallar, a partir de vetar la universalidad de esta función, el no-todo que puede elegir estar o no en ella. Ambas formas de fallar no son complementarias en el sentido del encuentro con un complemento, sin embargo, son para Lacan la única forma de realización de la relación que no hay. De allí, ser dicho hombre o mujer decanta en una posición enunciativa que supone dos modalidades de goce y dos relaciones con el lenguaje diversas. Este reparto no entraña el reparto del órgano –caro a la crítica de cierto feminismo al psicoanálisis– sino dos modos diferentes del impasse por el cual se revela lo que queda por fuera del lenguaje.

 

Gabriela Rodríguez es practicante del psicoanálisis, reside en La Plata, Buenos Aires.

Asociada EOL (sección La PLata). Directora adjunta de la revista Estrategias – Psicoanálisis y Salud Mental.

 

*Texto extraído del libro de Rodríguez, G., Lacan entre las feministas –la objeción de la mujer, Editorial Tres Haces, Buenos Aires, 2019.

 

Notas: 

1 Copjec, J., El sexo y la eutanasia de la razón, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2006.

2 Butler, J., El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Editorial Paidós, México, 2001.

3 Como fuera señalado por Fátima Alemán en “Estudios de género y Psicoanálisis. ¿Disolución de los binarios de género?”. Revista Conceptual. Estudios de Psicoanálisis. Nº 3, octubre 2002, p.14.

4 Butler, J., Deshacer el género, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2006.

5 Alcoff, L., «Feminismo cultural versus pos-estructuralismo: la crisis de la identidad en la teoría feminista». Revista Feminaria Año II, N° 4, noviembre de 1989, Buenos Aires.

6 Desde perspectivas diferentes estas autoras, Wittig en el 70 y Rich en el 80, ponen el acento en el dispositivo heterocentrado encarnado en lo que Wittig llama el heterofeminismo que promueva la identificación con la mujer. Rich por su parte propone incluir las categorías de raza y clase social en los estudios de género. Ver Teoría queer y psicoanálisis, Javier Sáez, Editorial Síntesis.

7 Siguiendo a Kant, Copjec sostiene que las maneras en que se responden a las antinomias de la razón pueden ser el dogmatismo o el escepticismo desesperanzado.

8 Butler, J., Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del sexo. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2005, p.13.

9 Copjec, J., op. cit., p. 33.

10 Tal era la forma en que se articulaba el asunto en el artículo: «La lengua fundamental de las Preciosas», siguiendo los desarrollos de Lacan en el Seminario «…ou pire» de 1971 (Ver en esta publicación).

11 Rosi Braidotti exponente actual del feminismo de la diferencia, quién también polemiza con Butler respecto del lugar a asignarle a la diferencia sexual, ubica al cuerpo como la piedra angular desde donde redefinir la cuestión que no puede ser reducida al discurso. Enigmáticamente el cuerpo no funciona en su proyecto «ni como una categoría biológica ni como una categoría sociológica, sino más bien como un punto de superposición entre lo físico, lo simbólico y lo sociológico». Sujetos nómades. Corporización y diferencia sexual en la teoría feminista contemporánea, Paidós, Buenos Aires 2000, p. 27.

12 «Entre un Otro feminista plenamente consistente que cree saber lo que es una mujer e ignora su dimensión significante y otro que, al no existir, queda reducido al inconsistente imperio del semblante lo que se a perdido es la dimensión real de aquello que se habla». Graciela Musachi, Mujeres en movimiento. Eróticas de un siglo a otro, Fondo de cultura económica, Buenos Aires 2001, p. 44.

13 Butler, J., op. cit.

 

 

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