Gustavo Dessal – Clínica y política de la pandemia

Una de las consecuencias más notables de la pandemia de COVID-19 es haber traído a la luz un complejo de fuerzas políticas, sociales, económicas que en tiempos menos críticos permanecen más veladas. En esta ocasión querría poner el acento en la psicosis y en el papel no menor que juega en la deriva actual del capitalismo. La categoría de psicosis ordinaria propuesta por Jacques-Alain Miller ha demostrado una fecundidad no solo clínica sino también útil para el análisis del estado actual de la civilización. Las redes sociales son sin duda patrimonio de todos, pero constituyen un espacio particularmente propicio para alojar el discurso del psicótico ordinario. Como sabemos, la psicosis ordinaria es una variante clínica que gracias a un anudamiento supletorio logra una funcionalidad bastante adaptada al discurso corriente. No falta en ella el núcleo delirante, por lo general perfectamente localizable por la escucha analítica, y que permanece latente, sin expansiones notables. En muchos de esos casos, la ausencia de un desarrollo ideativo estructurado les permite establecer un lazo social entre ellos que se organiza alrededor de un contenido delirante compartido. El ejemplo de los terraplanistas es bien elocuente. La creencia delirante no funciona de modo individual, sino que actúa como amalgama que reúne a los sujetos en una comunidad donde se reconocen mutuamente, conquistan una suerte de insignia que los nomina y con la cual consiguen encontrar un modo de colectivizar el síntoma de suplencia. La clínica no recoge casos de delirios individuales sobre la tierra plana. Aunque un psicótico puede haberse constituido como el “caso cero” -el “inventor” del delirio- resulta más interesante formular una secuencia lógica en la que el delirio antecede a sus seguidores. Se trata de una construcción narrativa hecha conforme a las leyes de la paranoia, las que permiten reenviar al campo del Otro el goce que retorna por el agujero de la forclusión. Dicha construcción tiene un estatuto semejante al mito, que logra dar sentido a lo real primario, posee una virtud explicativa que permite localizar el mal, o procura despertar las conciencias adormecidas o hipnotizadas por la acción de fuerzas manipuladoras. A partir de la circulación social del delirio, actualmente favorecida por el efecto multiplicador de las redes, los sujetos psicóticos -y en particular aquellos que responden clínicamente a la forma ordinaria- enlazan la singularidad de su posición subjetiva a la universalidad de la creencia delirante que ya está “editada” en el discurso que corre por la aletósfera. Dicho enlace posee la ventaja de dar mayor credibilidad a la idea nuclear, reforzada por el sentimiento de pertenencia a una “religio”, en el sentido originario del término latino “religare”, unir fuertemente. Las “religio” delirantes han existido siempre, pero es indudable que el paradigma contemporáneo baumaniano de licuefacción del Nombre del Padre las ha pluralizado de forma notoria. Vale la pena aclarar que las teorías delirantes encuentran además un número incalculable de fieles que no podrían ser considerados clínicamente psicóticos, habida cuenta de que la condición delirante no es un rasgo intrínsecamente mórbido, o en todo caso responde a la locura esencial de la lengua y sus efectos en el cuerpo. Las teorías conspiranoicas tienen una larga data, y en algunos momentos han cumplido un papel histórico interesante, como por ejemplo la creencia de que el rey Jorge III había orquestado un plan secreto para esclavizar a todos los habitantes de las colonias en Norteamérica. Dicha teoría preparó las condiciones para la revuelta contra la Corona Británica y la guerra de emancipación. Pero a pesar de su antigüedad, los estudiosos concuerdan en que dichas teorías son actualmente más poderosas e influyentes que nunca antes en la historia de la civilización. Jamás se había logrado hasta tal extremo amenazar la supervivencia de la verdad fáctica, que por otra parte –como lo ha señalado Hannah Arendt–  solo puede establecerse mediante el testimonio de testigos que por lo general son poco confiables, y por informes, documentos y monumentos que perfectamente pueden ser fraguados. Arendt es incluso mucho más radical cuando afirma que nada puede impedir que la mayoría de los testigos sean falsos y que, bajo ciertas circunstancias, el sentimiento de pertenecer a una mayoría puede incluso estimular el falso testimonio. Podemos agregar, desde la perspectiva que el psicoanálisis nos ofrece, que ese estímulo puede también partir de una minoría cohesionada por una teoría delirante. La débil y borrosa línea que separa la verdad fáctica de la opinión, así como la falta de todo rasgo de autoevidencia en los hechos, que siempre pueden haber sucedido de otra manera, se manifiestan en la posibilidad de que la historia –como observa Arendt– puede reescribirse delante de los ojos de quienes han sido sus testigos directos. No existe hecho alguno que no pueda ser negado o pasado por alto, lo cual representa en el plano político la expresión de la fuerza con la que la creencia delirante se impone en el sujeto psicótico. La verdad como construcción ficcional está presente en la raíz de toda acción política, que por definición se apoya en la mentira como instrumento fundamental de movilización. La novedad actual es que la mentira ya no posee un reverso, que su desenmascaramiento no cambia absolutamente nada, ni trae consecuencia alguna, en la medida en que la creencia es capaz de sobrevivir a cualquier desmentido. Antonio Cañizares, cardenal arzobispo de Valencia, sorprendió al declarar en la misa del domingo que las vacunas contra el COVID-19 se fabrican con células de fetos abortados. Pocos días antes, el cantante Miquel Bosé aseguraba (según una teoría que parece haber surgido de los Estados Unidos) que el virus era propagado por las antenas de 5G y que las vacunas contendrán un microchip de videovigilancia que se inoculará en el cuerpo al ser inyectadas. El artista es tan solo una de las innumerables voces que se suman al creciente y alarmante número de movimientos antivacunas. Estos movimientos tienen algunas décadas, pero han aumentado su alcance gracias a las redes sociales y al acontecimiento actual de la pandemia. Surge aquí un problema que indudablemente incumbe al psicoanálisis, quien no puede sustraerse del enigma que se plantea en los siguientes términos: las ideas delirantes no poseen una relación intrínseca con las ideas políticas. La psicosis es una modalidad del ser que atraviesa todo el espectro ideológico, y sin embargo es imposible pasar por alto el hecho de que las creencias delirantes que alcanzan una posición de fuerza en el discurso social y que conquistan un grado importante de adherentes y difusores acaban por encontrar una entusiasta acogida en las ideologías de derecha y ultraderecha. Se plantea allí un interesante anudamiento entre psicosis, teoría delirante e ideología política. La pandemia del COVID-19 es la primera a escala global que se produce desde la aparición de la World Wide Web en la historia. Esta circunstancia no puede dejarse de lado en el análisis de lo ocurrido y las consecuencias a medio y largo plazo, puesto que internet es la red en la que indefectiblemente estamos todos confinados, sin posibilidad alguna de concebir un espacio exterior a ella. El virus, y los que vendrán, constituye el mejor ejemplo del devastador retorno del goce que el parlêtre ha diseminado sobre la tierra. Si el hombre es indisociable del desecho que produce, si el desecho es finalmente lo más real del hombre, aquello a lo que identifica hasta el extremo de producirlo a escala industrial como pudo verse en el Holocausto, esta identificación ha sido reforzada y multiplicada al infinito por la acción de la fabricación a escala inhumana de los objetos técnicos. Que sean la prolongación de la voz y la mirada es su aspecto inmediato y manifiesto. Su reverso, realizado en el flujo imparable de basura que se ha convertido en la primera capa terrestre, es sin duda el excremento. Es lo que habrá de ahogarnos. El COVID-19 no solo es la demostración de que el goce ha liberado un mal que no tiene remedio, sino también la prueba de la impotencia de la ciencia para tratar el real de la vida. La ciencia se rige por leyes inmutables, mientras que el goce no puede calcularse. Las letras de la ciencia no sirven para nada. Eso es precisamente el punto de apoyo, el grano de verdad que, como Freud lo demostró, subyace a toda construcción delirante. La desconfianza en la ciencia, la increencia, cuya expresión más notoria es la negación por parte de colectivos de derecha y ultraderecha de la existencia misma del virus, ha acompañado el desarrollo de la pandemia. Trump es tal vez el mejor ejemplo donde apreciar la interconexión entre psicosis y política. Un sujeto psicótico que descree por completo en la verdad de la ciencia, en nombre de su propia intuición, y que consigue cautivar a millones de psicóticos ordinarios y extraordinarios (y tantos otros que no lo son desde el punto de vista clínico) mediante la afirmación de que la ciencia constituye una amenaza contra la libertad. Sabemos que el argumento libertario es favorito entre los movimientos de ultraderecha, que rechazan violentamente la legitimidad del significante amo y obedecen al saber del líder. Trump detenta un saber que proviene de la iluminación delirante. El tratamiento paranoico de lo real encuentra condiciones perfectas en las ideologías de extrema derecha, que en síntesis se basan en los mecanismos de reintroducción del mal en el campo del Otro. Conocemos las declinaciones fascistas del Otro. El “virus chino”, como lo ha nombrado el saber de Trump, es hoy una perfecta metáfora del servicio fundamental que la alianza entre psicosis y la extrema derecha le proporcionan al capitalismo actual, enfrascado en la aceleración vertiginosa de su propia destrucción, sin que de momento se vislumbre (pese a las entusiastas posiciones milenaristas que lo auguran) el paso emancipatorio que habría de salvarnos.

 

Gustavo Dessal es psicoanalista y escritor, reside en Madrid.

Analista Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Docente del Instituto del Campo Freudiano en España.

 

* Publicado originalmente en Revista Enlaces N° 26, Grama, Buenos Aires, Año 2020.

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