Siempre resulta divertido trastocar el orden de las cosas, trastocar las ideas, estirar los límites de los conceptos, trabajar sobre las categorías, las sombras, las contradicciones, buscar cuánto tiene un movimiento político de aquello que critica. Durante muchísimos años, una de las principales acusaciones de la racionalidad ¿liberal? al populismo, tanto de izquierda como de derecha, había sido la manipulación de las masas, vía los discursos demagógicos y vacíos de contenidos ideológicos. Obviamente, se trata de una visión ya contrarrestada por Ernesto Laclau, en su célebre libro La razón populista, pero vale la pena repasar una de las principales críticas del complejo liberalismo-autoritario al populismo para ver cuánto ha ‘aprendido’ de lo que criticaba. Quizás, en esa operación, se podrá descubrir, también, por qué obtuvo tanto apoyo masivo entre 2015 y 2017.
Una de las críticas que reciben habitualmente los populismos son su ambigüedad ideológica, su liderazgo carismático, su autoritarismo, la irracionalidad económica y su vacuidad discursiva. Posiblemente, el Macrismo tenga al menos cuatro de estas cinco características muy amplias. Sin dudas, las acciones de gobierno del PRO tengan una clara dirección favorable a tres sectores económicos determinados: el modelo agroexportador, la especulación financiera, y el cartel de empresas contratistas del Estado que maneja el propio Macri a través de familiares y amigos. Sin embargo, estos elementos nunca están presentes en su sistema discursivo. “Juntos, Cambiemos, Todos unidos, los vecinos, los argentinos”, parece ser la tonalidad de las apelaciones que superan las cuestiones de clase y la racionalidad individualista liberal.
El segundo punto es el de la característica carismática de Macri. Contrariamente, a lo que se cree por su torpezas para leer y para hablar en público, Macri mantuvo un alto nivel de seducción carismática entre el público que representó. Claro que no se trata de una forma de atracción típicamente política sino estrictamente social: se basa en su condición de ocupar el culmen en la pirámide económica social y en el supuesto prestigio que otorga esa posición. En este caso, el carisma no proviene de lo popular sino de su opuesto, de un tipo de sectarismo elitista basado en la imitación aspiracional, muy presente en las clases subalternas, pero también de reconocimiento en sus propios círculos sociales.
El tercer punto es el del autoritarismo. El monismo civilizatorio, la banalización de los métodos institucionales para hacer política, la violencia represiva, el apriete extorsivo, la confección de listas negras y el abuso de decretos y vetos que conforman un estilo autocrático de gobierno demuestran que lejos está el gobierno actual de poder ser considerado una ‘derecha democrática’ o un ‘progresismo de derecha’, como imaginamos no sin algo de candidez algunos.
El cuarto punto es el de la irracionalidad económica. Uno de los principales sambenitos que le cuelgan al populismo es el del déficit fiscal. Bueno, en dos años de Macrismo explícito, los números macroeconómicos han empeorado respecto del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner: mayor inflación, aumento del déficit fiscal, decrecimiento económico, y, lo que es peor, un proceso de endeudamiento económico agigantado en poco meses. En realidad no se trata de una política de racionalización de gastos sino simplemente de transferencia de ingresos, también vía políticas públicas, a los sectores privilegiados de la economía, algo así como una economía populista y demagógica de derecha, es decir de favorecimiento de sus propios sectores económicos. Un ‘populismo’ regresivo y autobenefactor, por decirlo de alguna manera.
El último punto es el más interesante respecto de las formas de manipulación y de comunicación social que maneja el gobierno macrista. En el segundo capítulo de Laclau, cita un libro básico y esquemático, es cierto, de psicología de masas, de Gustave Le Bon, titulado Las Multitudes, del que pueden extraerse algunos conceptos interesantes del manejo mediático.
Le Bon sostiene, con mucho prejuicio hacia las mayorías, que las masas actúan en función de tres operaciones básicas con las cuales se obtiene la sugestión de las masas: la afirmación, la repetición y el contagio. Partiendo de la concepción de que las multitudes se sienten atraídas por los discursos vacíos, ambiguos y afectivos, Le Bon cree descubrir que “la afirmación pura y simple, libre de todo razonamiento y de toda prueba, es uno de los medios más seguros de introducir una idea en la mente de las masas. Cuanto más concisa es una afirmación, cuanto más carente de toda apariencia de prueba y demostración, mayor es su influencia. (…) En cuanto a la repetición, su poder se debe al hecho de que la afirmación repetida se fija, en el largo plazo, en aquellas regiones profundas de nuestro yo inconsciente en las cuales se forjan las motivaciones de nuestras acciones. Al pasar cierto tiempo, olvidamos quién es el autor de la afirmación repetida, y terminamos por creer en ella”.
Y respecto de la imitación, Le Bon es aún más despreciativo: “Las ideas, sentimientos, emociones y creencias poseen en las masas un poder contagioso tan intenso como el de los microbios. Este fenómeno es muy natural, ya que se observa incluso en los animales cuando están juntos en cantidad. (…) En el caso de los hombres reunidos en una multitud, todas las emociones se contagian rápidamente, lo cual explica lo repentino del pánico. Los desórdenes mentales, como la locura, son también contagiosos”.
Sin dudas, Le Bon, como el propio Laclau lo dice ha sido ampliamente superado por teorías más complejas. Pero quiero detenerme en las formas en que el macrismo generó su comunicación: sin dudas, utilizó las formas que Le Bon critica al propio populismo. Los principales voceros del gobierno, ya sean funcionarios, legisladores o periodistas, afirman, repiten y contagian. “Se robaron todo”, “la pesada herencia”, “pagar la fiesta”, “estamos ganando”, encuestas falsas, “la economía crece” terminan siendo efectivas no por su carga probatoria sino porque son simples, comprensibles, y el arte de la repetición genera un efecto desparrame difícil de cortar en redes sociales, por ejemplo.
Paradójicamente, el centro del dispositivo del complejo cultural macrista es el ataque directo al ‘populismo’ como base de todos los males y de legitimación del propio discurso y accionar político. Pero lo cierto es que lo sorprendente del gobierno nacional es la utilización de las herramientas del populismo en los pocos espacios en los que se realiza política. Por eso el macrismo sorprendió a muchos, porque tuvo, hoy en menor medida, una modernidad arrolladora para comunicar, pero también para convencer, incluso desde la manipulación más desnuda y brutal.
Pero más allá de la inversión de las caracterizaciones que se puedan realizar sobre las metodologías populistas es necesario poner en discusión la misma elección de los conceptos. Laclau intentó dar vueltas las valoraciones del término ‘populismo’ otorgándole una miraba positiva en términos calificativos. Pero el problema es que ya el significante utilizado impide la operación cultural del propio Laclau. El gran problema de las categorizaciones es el contexto donde ellas nacen y son utilizadas. ‘Populismo’ en Europa y Estados Unidos siempre será utilizado para describir y explicar experiencias tipificadas en su ámbito y su pasado histórico. Por lo tanto siempre estarán referenciadas en su propio edificio conceptual y valorativo. Cuando un latinoamericano dice ‘populismo’ a lo Laclau, un europeo escucha ‘populismo’ y piensa en autoritarismo, demagogia e irracionalidad económica. Incluso si es ese europeo es de izquierda y anticapitalista tendrá prejuicio contra el populismo latinoamericano por la sencilla razón que la utilización de ese concepto está bautizado por el prejuicio.
Lo mismo ocurre con el término ‘nacionalismo’. Allí, donde los europeos recuerdan las experiencias franquistas, fascistas y nazis de la primera mitad de siglo, o las tendencias xenófobas y autoritarias al estilo Jean-Marie Le Pen, en Francia, o Norbert Hoffer en Austria, los latinoamericanos comprenden las experiencias populares e incluso de izquierda. Las experiencias inspiradas en el socialismo en América Latina, por ejemplo -Cuba, el Chile de Salvador Allende, la Nicaragua de Daniel Ortega, la Venezuela de Chávez, la Bolivia de Evo Morales, entre otras tienen en su vientre un mayor o menor grado de apelaciones de tipo ‘nacionalistas’. Y ni que hablar de las experiencias ‘nacionales y populares’ al estilo Getulio Vargas, Juan Domingo Perón, el kirchnerismo.
Utilizar los mismos significantes con diferentes significados conduce indefectiblemente a la confusión. Es imposible entendernos. Pero hay algo peor: Quien nomina, domina. Al menos la discusión teórica. Utilizar categorías europeas para pensarnos, nos lleva a pensar desde el nominador y no pensar desde lo que debe ser autodenominado. Reivindicarse ‘populista’ desde América Latina no rompe con el hecho de, en realidad, ser nombrado desde Europa, aunque se pretenda invertir la valoración del concepto. Es decir, no rompe el proceso de colonización cultural en el que estamos inmersos los latinoamericanos.
Pensar, pensarnos, con las categorías de otras experiencias es repetir, atarse, en algún punto, a aquellas experiencias ya pensadas. Y se sabe, quien repite no piensa. Uno de los principales desafíos de los intelectuales latinoamericanos es construir un edificio conceptual basado en sus propias experiencias vitales, que incluyen por supuesto la ‘traducción’ y la ‘traición’ de la ‘tradición’ europea, y elaborar sus propias denominaciones.
Y a partir de las nominaciones, se podrá actuar también en consecuencia. Porque muchas veces ocurre que se intentan aplicar en América Latina políticas que son extraídas de procesos económicos e institucionales de otras experiencias, de otros contextos y de otras formas o estadíos de desarrollo capitalistas. Nada más desatinado. Por eso siempre es necesario saber ‘desde dónde’ se piensa y se nombra el estado de cosas.
Pensar ‘desde dónde’ implica trastocar el orden de las cosas.
Hernán Brienza es Licenciado en Ciencias Políticas, escritor y periodista, reside en Buenos Aires.
Doctor en Historia UBA, investigador independiente del CONICET, profesor titular en la Universidad de Buenos Aires y miembro del Instituto de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego. Trabajó en diferentes medios de comunicación y entre sus libros se destacan: Urquiza, el salvaje, El Golem de Marechal: Megafón o el ser nacional, Éxodo jujeño, y El otro 17.