Tiene una amplitud de conciencia que le asombra a uno,
pero que le pertenece por derecho propio,
porque pertenece al mundo en que vive.
Si hubiera bastantes hombres como él,
creo que el mundo sería un lugar muy seguro en el que vivir,
y sin embargo no demasiado aburrido
como para que no valiera la pena habitar en él.
Raymond Chandler
Hacía tantos años que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo.
Juan Rulfo
Notas para comprender el violento oficio de escribir en un territorio teñido por la violencia criminal y la militarización estatal
Raymond Williams, en sus estudios acerca de la sociedad y la cultura, advertía que los conflictos sobre expresarse libremente son contemporáneos a la mismísima invención de la imprenta. Aunque entendida como la disputa por la verdad aquella batalla puede encontrar orígenes remotos.
“Así, la larga y aparentemente eterna batalla por la libertad para escribir, imprimir y distribuir nuestras propias ideas ha sido, en una sociedad tras otra, una cuestión clave en el desarrollo, tanto de la libre investigación intelectual como de la democracia política. Se han adoptado todo tipo de medidas contra ella, desde sistemas estatales de regulación y controles eclesiásticos del imprimátur, pasando por disposiciones legales en temas como la seguridad, la difamación y la obscenidad, hasta sistemas organizados de censura política. Se han alcanzado logros importantes en algunas estipulaciones constitucionales para la libertad de prensa, pero, en términos internacionales, la libertad de impresión sigue siendo sumamente desigual y, en muchas sociedades, ni siquiera existe. La amarga y confusa historia de la lucha por la libertad de impresión es, por supuesto, inseparable de la lucha por la libertad y la capacidad de leer”1.
Entonces resulta interesante pensar que la “libertad de expresión” ¾término moderno y fundacional del decálogo liberal burgués ¾entra en contradicción constante con los márgenes impuestos por las tímidas democracias actuales. En este contexto de fragilidad de los incluso andamiajes decimonónicos -liberales, nuevamente- el oficio de ser escritor vuelve a ser violento. De la misma manera que aparece como peligroso aquel que ostenta la capacidad de leer. La libertad de investigar la verdad y comunicarla públicamente se ha encontrado con muros de contención de diversa naturaleza: la violencia -expresada con más o menos matices según las latitudes-, la individualización del discurso, y la banalización-espectacularización del horror.
Empecemos por advertir y dejar asentadas aclaraciones fundamentales para entender la realidad de algunos países de América Latina que atraviesan contextos de “violencia generalizada” como lo es México. Primero, que “violencia generalizada” no es el término adecuado: no habla de sujetos ni de motivos, pero que sin embargo encierra en sí misma una mitología poderosa para la dominación. Una entelequia que permite la elaboración de un sinfín de guiones para series que se proyectan en plataformas monumentales y se consumen de manera espectacular. Segundo, que aquella situación extraordinaria (de violencia y de consumo televisivo de la misma) se ha naturalizado a tal punto que impide la comprensión cabal de la misma. Tercero, que para lograr esto último, es necesario desempolvar el baúl de los conceptos y rescatar a la historia del fin a la que la caída del Muro supuestamente condenó. El horror y la tragedia, tienen responsables, proyectos políticos y económicos, aparatos simbólicos y una historia detrás.
En los últimos 35 años, México fue una especie de laboratorio de demolición de derechos sociales y de garantías constitucionales, de creación de una democracia simulada y de sometimiento total a la hegemonía norteamericana. Se le entregaron las principales empresas nacionales, los recursos naturales y se firmaron todo tipo de tratados que empujaron la economía mundial capitalista a formas cada vez más intensas de saqueo y depredación. En este sentido, la militarización del país junto a la proliferación de cárteles y agentes paraestatales (“crimen organizado”) ha hecho el trabajo fino de frenar una y otra vez la resistencia popular.
En un contexto como este, en el que ya las personas desaparecidas, asesinadas, desplazadas se cuentan por centenas de miles, es difícil creer que se cumplan las condiciones mínimas para que una democracia funcione. Las cifras de letalidad en México no tienen nada que envidiarle a Medio Oriente. Es claro entonces que la labor periodística, así como en cualquier país atravesado por un conflicto bélico, es de los oficios más peligrosos que alguien pueda ejercer.
En la primera mitad del 2021 hubieron 362 agresiones contra periodistas y medios de comunicación, según la investigación realizada por la organización civil “Artículo 19″ —acompañada por periodistas independientes de diverso tipo2‒ desde el 2009 hasta la fecha. Es importante aclarar que la cifra se estima mucho mayor, ya que el contexto de terror inhibe la denuncia de la mayoría de los casos. Durante el primer año de gobierno de López Obrador se registraron 609 agresiones, un promedio de 50 al mes; en el segundo año, 692, un promedio de 57 al mes; y en la primera mitad de este 2021 el promedio ya es de 60 ataques al mes3. En 2020 se cometieron los asesinatos de seis periodistas, y en lo que va del presente año, se suman 5 más, sólo por el simple y costoso hecho de investigar la verdad. Un dato de mayor relevancia aún es que el 98% de los casos denunciados ante la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos en contra de la Libertad de Expresión (FEADLE), quedaron impunes y los agresores en libertad4.
Todo este preludio no es más que una obligada contextualización que nos ayudará a pensar en los límites concretos del oficio de escribir. A continuación, intentaremos reflexionar en torno a los componentes simbólicos que construyen hegemónicamente un discurso sobre la libertad, dentro del escenario bélico en el que se reproduce la vida.
Frente a aquel panorama concreto y simbólico, diversas voces vienen denunciando aquella -mal llamada- “violencia generalizada” como parte de un proyecto político y económico impuesto desde el Pentágono y acompañado por el Ejército mexicano. Las nuevas formas de dominación demuestran que el exterminio de las resistencias puede adquirir distintas facetas, edulcorar la militarización y enmascarar la censura, persecución y criminalización de quienes se oponen. En los últimos 50 años -desde la masacre de Tlatelolco hasta la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa– las organizaciones en defensa de los Derechos Humanos, de familiares de personas desaparecidas y de resistencia territorial, han enunciado aquel plan sistemático como un largo y profundo genocidio. No nos adentraremos en los importantes debates que al respecto se han dado, pero sí enunciaremos algunos elementos teóricos que definen la “práctica social genocida” y que sin dudas dará herramientas para complejizar el callejón en el que se encuentra la libertad de expresión.
Daniel Feierstein5, sociólogo argentino y experto en estudios sobre genocidio, (heredero de quienes buscaron la causalidad del nazismo, desde la Escuela de Frankfurt y los aportes de Raoul Hilberg y Hannah Arendt) ha insistido en rebatir el análisis reduccionista del genocidio. Introduce por tanto, en consonancia con varias autores6, la noción de práctica social genocida dando por entendido que el genocidio no empieza ni termina con el exterminio de un sector de la población, aunque éste último sea un elemento clave del proceso. Se sostiene en el tiempo, se cumple finalmente, a través de su “realización simbólica”: la sociedad -y es por eso que el genocidio se transforma en una práctica social que involucra a todo el conjunto nacional- recuerda el hecho traumático, sin poder entender profundamente las razones de lo que pasó.
Feierstein propone un análisis de etapas a través del cual la “realización simbólica” del genocidio se establece, y que por supuesto implica una desensibilización social que abarca al conjunto entero de la sociedad. Primero, la regresión, que se da a partir de la subordinación política en la cual nos convertimos en consumidores y espectadores de la vida pública. Luego, la intransigencia, a través del refugio y el encierro en la propia identidad, corriéndonos de la esfera pública y “conservándonos” lo cual trae como consecuencia el apartarnos de la disputa. Entonces, avanza la colonización mental y cultural, permitiendo que la sociedad asuma los valores de la nueva identidad sin cuestionamientos. Y por último, aquellos se asientan, pero no sin que exista una “inseguridad identitaria” debido a la existencia subterránea de resabios de aquella identidad originaria. Esa inseguridad crea un espíritu de vulnerabilidad propicia para la destrucción de los lazos sociales.
Han sido variadas las estrategias estatales de control de la información y de persecución de comunicadores, investigadores e intelectuales. Entre las cuerdas de la estigmatización y las de la violencia generalizada, la posibilidad de expresarse libremente, de estudiar la realidad y de comunicarla masivamente, libra una pelea agotadora ‒por no decir, imposible. La crítica se anula en términos simbólicos y concretos: venga de donde venga, todo aparece como lo mismo. En este juego ‒como en cualquiera‒ no importa el contenido de lo que se enuncia ni la escala de grises con que se analiza la situación, sino el lado desde el cual el Estado decide que las opiniones se encuentran.
En la actualidad, la estrategia de difusión diaria (conocida como “mañanera”) ha instaurado un espacio de información dirigida por el Ejecutivo y con la participación de todo tipo de medios de comunicación. De manera casi ininterrumpida el gobierno ha sostenido esta estrategia informativa que le ha permitido controlar en cierta medida la agenda mediática nacional. A favor o en contra, con más o menos críticas, el Estado marca la pauta de lo que es importante nombrar y lo que no, y utiliza esa plataforma para defenderse y atacar. El peso del mensaje presidencial en las “mañaneras” genera un sentido común dominante que contribuye a la estigmatización de todo aquello que aparezca como crítica7. De la estigmatización se pasa a la segregación-marginación, que no sólo construye una visión unívoca del presente, sino la posibilidad de que cualquiera que piense distinto se convierta o en enemigo o en carne de cañón del crimen organizado.
Tal y como proponía Feierstein para comprender las etapas en las que la realización simbólica del genocidio se desarrolla, en este contexto de suma deshumanización de la vida cotidiana, acompañada de la “espectacularización” y la polarización, el individuo subordinado, pauperizado y colonizado, niega cualquier apuesta valiente de aquel que se arriesgue a investigar la verdad. Comprendiendo el peso coactivo de la palabra estatal y el contexto de violencia analizado previamente, es evidente que aquella libertad queda atrincherada en los márgenes de la supervivencia y de la ignorancia.
El caso mexicano debiera entenderse como espejo futuro y no la excepción espectacular del continente o el guión de alguna serie taquillera. Debiera servirnos como ejemplo paradigmático del poder de los símbolos en la construcción de subjetividades a gran escala con el objetivo de enmascarar la tragedia. Se pueden construir ilusiones de todo tipo a través del terror y del silencio, y más si ‒interpretando a Raymond Williams‒ lo que está en juego es la incapacidad de leer, de comprender en su complejidad la realidad actual, de deshumanizar finalmente. Y aunque no sea ninguna novedad nuestra sociedad no logra escapar de la trampa de las definiciones abstractas y los deseos inmediatos: democracia y libertad deben llevar consigo siempre el adjetivo que las complete, que les devuelva el sujeto y el objeto, su historicidad y su crítica, y nos evite repetir mantras vacíos de sentido que sólo engendrarán los monstruos a los que nos hemos acostumbrado.
Julieta Paula Mellano, historiadora argentina, reside en México.
Doctorante de la UNAM, militante e integrante del colectivo editorial Incendiar el Océano.
Notas:
1 Williams, R. (1992). Historia de la comunicación vol 2: de la imprenta a nuestros días. “Tecnologías de la comunicación e instituciones sociales”, Barcelona: Bosch Casa Editorial. pág. 191
3 Con 113 casos, el 31% del total, la intimidación y el hostigamiento en contra de periodistas es la agresión más recurrente en la primera mitad de este 2021. Le siguen las amenazas, con 54 casos documentados por Artículo 19; los ataques físicos, con 35; el bloqueo o alteración de contenido, con 32; la remoción de contenidos, con 20; y la privación de la libertad, con hasta 16 casos. Más información en: https://articulo19.org/informe-semestral-2021/
4 En cuanto a los agresores, el informe de Artículo 19 apunta que, continuando con la tendencia de los últimos años, el Estado mexicano es el principal agresor de la prensa. En total, llevan registradas 134 agresiones, el 37% del total. Dentro de este apartado, la organización civil documentó que las personas funcionarias públicas están vinculadas directamente a 83 agresiones, mientras que las fuerzas de seguridad civiles fueron responsables de 46, y las fuerzas armadas de cinco ataques.
2021: https://www.animalpolitico.com/2021/03/mananeras-amlo-escenario-estigmatizar-prensa-articulo-19/
5 Dr. en Ciencias Sociales por la UBA. Investigador del CONICET. Profesor en UNTREF (donde dirige el Centro de Estudios sobre Genocidio) y UBA (donde dirige el Observatorio de Crímenes de Estado). Fue Presidente de la International Association of Genocide Scholars, miembro de diferentes experiencias del Tribunal Permanente de los Pueblos y un importante activista en temas de memoria, verdad y justicia.
6Autores como Helen Fein y Kurt Jonassohn contribuyeron en los setentas y ochentas a poner énfasis en lo que constituye un “grupo social”, en su subjetividad y su identificación. Zygmunt Bauman en diálogo con la mirada de Arendt y las reflexiones de Theodor Adorno, sumó en el sentido de pensar la estrecha relación entre modernidad y genocidio. También contribuyeron Taner Akçam y su estudio sobre el Ittihadismo turco; Arno Mayer y su interpretación sobre el nazismo como producto de anticomunismo; Christopher Browning con su idea de una reorganización racial y el peso que la “raza” tiene en la determinación ideológica de la “solución final”; Enzo Traverso y el intento de una genealogía europea del nazismo a partir de la conformación de los Estados nacionales modernos.
7 Para conocer más sobre el contenido del mensaje estatal y las denuncias hechas por medios de comunicación alternativos, consúltese:https://periodistasdeapie.org.mx/2021/01/15/231-hechos-violentos-contra-la-prensa-durante-2020/ https://www.animalpolitico.com/2021/08/2021-agresiones-periodistas-mexico-libertad-expresion-asesinato/ https://www.animalpolitico.com/2019/11/ataques-prensa-fifi-redes-amlo/ https://www.animalpolitico.com/2019/03/que-es-la-prensa-fifi-asi-explica-amlo-de-donde-viene-ese-termino/