Khalil Sbeit – La democracia israelí y su inconsciente.

La petición de Marco y Perla de que participe en esta mesa se produjo durante los terribles días que vivimos el pasado mayo, días en los que los cañones rugieron y las palabras perdieron su valor debido a las terribles escenas que presenciamos: un estallido de guerra y conflictos violentos entre judíos y árabes en el país, acontecimientos de violencia desenfrenada por parte de grupos de ambos bandos que impusieron su dominio sobre el dominio público. Con un sentimiento de desamparo y la sensación de amenaza por el abismo hacia el que nuestras vidas, aquí, podrían precipitarse, respondí que sí. Sí a la petición de mis colegas con los que comparto un interés que, considero, atraviesa todas las divisiones relativas a nuestros origines y contextos a los que la contingencia nos destinó a cada uno de nosotros al momento de nacer. Un interés en el campo del psicoanálisis, un campo de exilio de la masa y lo universal, un campo de alienación hacia nosotros mismos, que está en el corazón de la más íntima experiencia de cada uno de nosotros en el encuentro con el extraño interior, con el inconsciente.

Al principio, el titulo que Marco propuso para esta noche, me pareció enigmático y extraño. Me pregunté cómo abordarlo. ¿Cómo es posible hablar sobre el inconsciente y relacionarlo con la democracia, un modelo de organización política social que respecta a la vida civil, si hablar del inconsciente suele ser sobre la experiencia y la vida de una sola persona?

Encontré una orientación, que hizo que este titulo fuera accesible, al leer el acto de valor de Miller en su presentación de la Teoría de Turín, durante la creación de la Escuela Italiana de Psicoanálisis. En esta presentación, y no sin cierta preocupación de que le fueran a “tirar piedras”, propuso la teoría del sujeto de la Escuela. Propuso la existencia de un inconsciente relativo a la escuela, un inconsciente que está instalado en esta forma colectiva llamada escuela, un inconsciente que se compone de individuos o de la soledad subjetiva de los sujetos que participan en la escuela y son miembros de ella.

Miller elaboró esta teoría a partir de la lectura de Lacan de “Psicología de las masas” de Freud, que nos enseña que “lo colectivo no es nada más que el sujeto de lo individual”. Con la concisa lectura de Miller de “Psicología de las masas”, proporcionó una lógica a la forma colectiva de la escuela diferente a la lógica que está en la base de la psicología de grupo que Freud analiza en su libro, en la que el colectivo se compone de una multiplicidad de individuos que toman como Ideal del Yo un mismo objeto, un ideal que se postula como el común denominador del yo para varios individuos. Como aprendemos de Freud, el grupo está hecho de lazos afectivos a través de la identificación en dos ejes: el vertical, que se relaciona con el ideal que une a los miembros a través de los lazos de los individuos con él, y el horizontal, que se relaciona con la conexión que se establece entre los miembros del grupo a partir de la creencia de que “todos somos iguales”, que todos somos hermanos. El psicoanálisis es el campo del extrañamiento y la alienación en relación al ideal, es el campo de una causa que apunta a la diferencia absoluta del individuo respecto a los otros, el campo de la soledad de aquellos que no tienen un grupo. Aquí es donde Miller propone la lógica paradójica de la escuela como campo de un grupo de los que no tienen grupo, de diferentes «soledades subjetivas», con la alienación de todos y cada uno de ellos con el ideal.

En un grupo basado en una lógica como esta, la conexión entre los miembros es la diferencia entre ellos, es una conexión basada en la multiplicidad y no en la similitud entre los miembros, su apego al Uno o su identificación con él.

Los grupos de las naciones se construyen de acuerdo al modelo de “Psicología de las masas”, debido a la identificación con un ideal mutuo, tal es el caso de Israel. De acuerdo con el ideal sionista, el Estado que debía ser estaba destinado a poblar la diáspora del pueblo judío junto con su multiplicidad de culturas, lenguas y diferencias, ya que todo se enmarca en el ideal nacional de un Estado judío. Este ideal de Estado judío, que abrazó un orden democrático para organizar su vida civil, tiene muchas cuestiones de gran tensión que no son fáciles de desenredar. De una manera especial y en la dimensión de lo imposible de desenredar, el intento de incluir bajo el mismo ideal a la población árabe palestina en Israel es sintomático. Me centraré en este punto concreto, en lo imposible de la democracia israelí, ya que me afecta personalmente, y ya que mi vida está entrelazada con el ámbito israelí, mientras siga siéndolo, y por tanto se ve afectada por las consecuencias de esta situación política.

Es posible ver el estallido de los últimos acontecimientos como una expresión de esta imposibilidad de tensión que existe entre el estado, como estado judío, y su democracia. El grupo nacional palestino en Israel, que pertenece históricamente al pueblo palestino, obviamente no puede ni podrá ser incluido bajo el significante judío del estado, y debido a la definición del estado como judío, el significante democrático no puede ser válido para él.

La propia definición del estado como judío lo excluye del colectivo, y naturalmente lo discrimina como grupo civil al proporcionar superioridad y prioridad a quien se define como judío en comparación con quien no lo es, una prioridad a todo aquel que cae bajo este nombre en comparación con todo aquel que no se somete o no puede someterse a este grupo y su ideal. La Ley del Estado-Nación proporciona una validez legal a este aspecto de discriminación y superioridad al otorgar privilegios al grupo nacional judío sobre los ciudadanos árabes del país. La existencia del conflicto continuo entre el pueblo palestino y el judío por la tierra no sólo no alivia, sino que además intensifica los síntomas de esta tensión y la problemática de su desenredo y/o tratamiento para lo que llamamos democracia israelí.

Me parece que el tratamiento de esta tensión de la democracia israelí no se solucionará mientras el conflicto entre los dos pueblos no encuentre un giro en la dirección. Un giro que lleve a los dos pueblos a un destino diferente en la vida respecto a su presencia en este lugar, que sea diferente a la horrible repetición de una guerra continua entre ellos por la existencia, con aspectos de celo religioso, como Freud predijo en su carta a Chaim Koffler, el jefe del Keren HaYesod en Viena. Koffler pidió a Freud una carta de apoyo en el asentamiento judío en el país, debido a los terribles acontecimientos ocurridos en 1929, de naturaleza similar a los sucesos del último período. Freud, quien nunca negó su herencia judía, e incluso podría haber mostrado cierta comprensión en relación con el deseo sionista de establecer un lugar en el que todos los judíos pudieran reunirse, rechazó educadamente la petición, con el adecuado distanciamiento que mantenía de los ideales y mitos nacionales, y señaló que no parece que el deseo de establecer un estado para los judíos sea posible en un lugar tan cargado de significado histórico y religioso. Desde esa carta, lo real de la vida impuso la existencia de Israel aquí, y el terrible objetivo de la aniquilación organizada de los judíos por los nazis aceleró el proceso imposible y convirtió a Israel en un hecho establecido. Esta situación cargó sobre los palestinos los resultados de este crimen bien organizado que se llevó a cabo en Europa.

Por lo tanto, ya que tenemos que soportar los resultados de esta historia, surge una pregunta: ¿puede el psicoanálisis proporcionarnos un mejor consejo o contribución, para obtener una dirección que sirva para desenredar la tensión entre estos dos pueblos que luchan por la propiedad de una tierra, y para tratar la compleja situación creada en Israel por esto? Una dirección que no sea el destino de una repetición en forma de guerras que pretenden ganar la partida o imponer el dominio y los ideales de un bando sobre el otro.

Cuando se trata del síntoma, a diferencia de otras prácticas terapéuticas, el psicoanálisis ofrece una relación diferente con una posición ética única, que no intenta hacer desaparecer el síntoma o aniquilarlo en el esfuerzo de arreglarlo. El psicoanálisis ofrece otra ruta al sujeto, en dirección a la reconciliación con el goce imposible anclado en el síntoma, y finalmente, saber hacer con él. Es una ética que va en dirección opuesta a derrotarlo. Esta ética se apoya en la lógica del inconsciente, donde la contradicción puede coexistir y la pregunta del sujeto respecto a este hecho es -cómo hacer con esto.

Desde mi punto de vista, el camino de la reconciliación al que se dirige el trabajo analítico, es el único posible para hacer frente a la compleja situación política que vivimos. Mi opinión es que, sin esa reconciliación con la presencia del otro pueblo, con su diferencia, no habrá un despliegue del camino hacia el saber hacer con los síntomas derivados del hecho de una vida mutua bajo el mismo cielo. ¿Puede existir ese camino para nosotros, en este país? ¿Un camino que esté pavimentado por las pulsiones de eros, y no por las pulsiones de muerte? Mi esperanza es que sea posible, pero sólo los próximos días lo dirán.

 

Khalil Sbeit es psicólogo clínico y psicoanalista, reside en Haifa.

Miembro de la New Lacanian School, fundador y director de “Pequeño Hans”, Centro Arabe – Hebreo de consulta y tratamiento en Haifa.

 

Traducción: Ana Inés Berton

 

  *Texto presentado en la mesa redonda «Democracia e Inconsciente» en la «La noche de filosofía» en Tel Aviv, organizado por el consulado francés.

 

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