Lúcia Helena Galvão Maya – Libertad: una perspectiva filosófica

Libertad es una palabra que alimenta el sueño humano;
no hay nadie que la explique
y nadie que la entienda.

La poetisa y escritora brasileña Cecília Meireles, en su “Romanceiro da Inconfidência”, nos deja esta tan sonora definición de libertad, citada y repetida por tantos, a lo largo de los tiempos. Pero es necesario constatar que exactamente el aspecto “tiempo” hay que tomarlo de forma relativa aquí, es decir, no había, en aquel tiempo (o tal vez no lo hubiese, según el punto de vista de la escritora), quien no entendía la libertad. En nuestro tiempo, sin embargo, seguramente hay muchos que no la comprenden.

La razón de tal «malentendido» sobre una palabra tan utilizada en nuestra vida cotidiana no es difícil de entender: libertad, libertario, liberación y similares se convirtieron en lemas políticos, la mayoría de las veces, asociados con grupos de todos los colores que se oponen a algún «opresor», real o imaginario, y lo hacen, casi siempre, también oprimiendo de forma agresiva el derecho del otro a pensar de forma diferente, es decir, de forma “libre”.

Tampoco fue algo infrecuente asociar la idea de libertad a un concepto que comparte la misma raíz con ella, pero que expresa precisamente su contrario, que es el «libertinaje», asociado al desenfreno total, la ausencia de compromiso con cualquier cosa y la negación a subordinarse incluso a los preceptos de la buena salud o, la mayoría de las veces, al sentido común.

Bueno, para que podamos encontrar salidas en medio de tantas definiciones e indefiniciones de todo tipo, recomiendo que tomemos orientaciones, en primer lugar, con la etimología, que es siempre una consejera sensata.

El origen de la palabra libertad se encuentra en el vocablo latino liber, que designaba tanto a los seres humanos nacidos libres (ingenui) como a los que habían sido liberados (liberti).

Se trataba, evidentemente, de una oposición al concepto de esclavitud, pero se referían a la esclavitud de una manera más amplia que la simple sujeción de cuerpos, incluyendo otros tipos de sujeción, como la sujeción de aquellos que, ahora, pudiendo elegir su forma de pensar, hablar y actuar, volviéndose efectivamente libres al hacerlo, luchan por conquistar este derecho, pero no lo usan. El espacio entre el poder ser libre y el hecho de efectivamente serlo puede ser bien ilustrado a través del habla de un famoso filosofo estoico latino, Epicteto, que era esclavo de un amo insensato, Epafrodito, que lo sometió a muchos sufrimientos. En una ocasión, cuando fue llamado esclavo por alguien que pretendía humillarlo, Epicteto habría dicho que esclavos son aquellos que vociferan contra lo que no depende de ellos y, cuando les toca actuar, no hacen absolutamente nada. En otras palabras, la libertad no sería meramente un derecho, sino su ejercicio.

El indoeuropeo del que deriva el liber latino sería leudh, que significa crecer, emancipar. Un origen curioso, éste, que saca a la luz exactamente lo que buscábamos: el crecimiento y la emancipación, no sólo del cuerpo, sino de la conciencia, sería el verdadero proceso de liberación del hombre, sólo pasible de ser realizado por él mismo; cualquier circunstancia solo puede desbloquear la cerradura, pero jamás obligar a nadie a pasar por el portal. Pero es un hecho que estas mismas circunstancias pueden sugestionarlo a hacer esta travesía o no, y esto, ellas frecuentemente lo hacen, de lo que deducimos que la verdadera libertad demanda también un buen nivel de identidad propia y autonomía en relación con el medio.

Además, todavía hay el sentido común (a menudo poco sensato) que relaciona la libertad con la falta de compromiso y responsabilidad. Frente a nosotros, casi todos los días, circulan aquellos empleados de alto rango de las empresas, que conquistaron una gran libertad de acción en sus puestos de trabajo, comprometiéndose profundamente con el emprendimiento en su conjunto, actuando en paralelo con los llamados empleados «estacionales», cuyo compromiso es bajísimo y, consecuentemente, su libertad también.

También interactuamos frecuentemente con amigos, parejas o familiares en general, quienes, por el profundo compromiso que tienen con nosotros, fundamentado en sólidos lazos de afectividad, pueden decirnos casi todo: pueden y deben apoyarnos en nuestros aciertos y señalar nuestros desvaríos ocasionales, ya que están comprometidos y asumen sus responsabilidades en esta relación.

Sin embargo, los ignoramos, ciegos como estamos por la alienación de la “libertad no comprometida”.

Qué curioso y peculiar es el comportamiento de los seres humanos que niegan las evidencias de su experiencia de vida para hacerse eco de ideas y conceptos traídos desde afuera; ¿cuán pocos pensamientos y sentimientos residen en nosotros a los que podamos llamar legítimamente nuestros? Nuestra mente acaba poblada por mutilaciones de nuestras propias ideas e “implantes” de ideas de la moda que nos hacen, por momentos, la realización de un “Frankenstein” mental, mucho más fragmentado y aterrador que el creado por la imaginación de Mary Shelley.

Para establecer un poco mejor la comprensión de los ángulos poco apreciados y discutidos sobre el concepto de libertad, pido permiso para tomar prestadas algunas frases de un clásico: El Profeta, de Gibran Khalil Gibran, el poeta libanés que no necesita ningún tipo de introducción ni adjetivos, en su capítulo donde se trata precisamente de este tema. Vayamos, pues, a la Filosofía expresada en prosa poética con tanta maestría por este autor.

Y un orador dijo:

– ¡Háblanos de la libertad!

Y él respondió:

-En las puertas de la ciudad y al borde de vuestro fuego, yo os he visto postraros y alabar vuestra propia libertad, como esclavos que se humillan ante un tirano y lo alaban, aunque él los maltrate.

 

Como nos diría el filósofo Platón, en su diálogo La República, el tema “la comida” es el favorito entre los hambrientos. Así también lo será el asunto «libertad» entre los esclavos. La mención y el elogio incesante a este concepto en nuestro momento histórico puede llevarnos a una indagación: ¿de qué o de quiénes somos esclavos? Desde el punto de vista de la Filosofía, la respuesta sería, antes que cualquier otra, o incluso prescindiendo de cualquier otra: somos esclavos de nosotros mismos y de nuestra renuencia a negar las máscaras que nos ofrecen desde la cuna y a irnos en la dirección de la construcción de nuestros propios rostros.

 

Sí, en el interior del templo y en las sombras de la ciudadela, vi a los más libres entre vosotros usar vuestra libertad como una cadena y un par de esposas.

Y mi corazón sangró dentro de mí; porque sólo podéis ser libres cuando el deseo de buscar la libertad se vuelve como una carga, y cuando cesáis de hablar de la libertad como un objetivo y una meta a ser adquirida.

Al negarnos la construcción de nosotros mismos, a través de un propósito consciente de la vida que nos permita elegir principios y valores, optamos por cambiar nuestra libertad por esposas, al aceptar que nos digan o incluso nos impongan opiniones, sentimientos y metas para nuestra vida. Nos convertimos en una pluma en el viento; nada hay de libertad en el vuelo de esta pluma: ella es solo una esclava de los caprichos del viento.

Creo que no es excesivo recordar el célebre diálogo de Alice de Lewis Carrol con el llamado gato de Cheshire, cuando ella le pregunta cuál es el camino correcto y le informa que no sabe adónde quiere llegar: para quien no tiene una meta elegida, cualquier camino es el correcto. Esta reflexión funciona no solo en lo correcto y lo incorrecto, sino también en lo honesto y deshonesto, lo  íntegro y lo corrompido, el bien y el mal, y otros semejantes. ¿Cómo definirlos cuando no se tiene un propósito de vida muy bien establecido?

Por eso, hay que dirigir nuestra atención e interés en la construcción de un propósito de vida humanista, fundamentado en valores y principios; la libertad nacerá como consecuencia de esta actitud, provista de voluntad, desempeñando el papel de franquearnos la travesía de todos los obstáculos que se interpongan en nuestro camino. Anhelar la libertad sin tener un propósito es como anhelar un pasaje sin tener un destino.

Solo seréis verdaderamente libre no cuando vuestros días no tuvieren una sola preocupación, y vuestras noches, una sola necesidad y una sola tristeza, sino cuando estas cosas sometan vuestra vida y, aun así, vosotros os elevéis sobre ellas, sin ropa y sin amarras.

 En buen dialecto de “filósofos”, podemos afirmar que las circunstancias siempre serán duales (luminosas y oscuras), como es típico del mundo manifestado. La decisión de dejarse arrastrar por ellas, en lugar de caminar en la dirección elegida, aun sabiendo que nuestros vehículos físicos, emocionales y mentales tienen capacidad de «tracción» (como en los autos proyectados para circular por caminos de tierra) para atravesar diferentes tipos de medios, es también un ejercicio de libertad. Somos libres para matar nuestra libertad y entregar las riendas de nuestra vida en manos de aquellos que las quieran manejar en beneficio propio, por muy extraña que pueda parecer esta decisión, cuando se la considera de manera consciente y lúcida.

 ¿Y cómo os elevaréis más allá de vuestros días y  noches si no rompéis las cadenas que vosotros, en la aurora de vuestro conocimiento, habéis atado alrededor de vuestro mediodía? De hecho, lo que llamáis Libertad es la más fuerte de estas cadenas, aunque sus eslabones brillen al sol y ofusquen vuestros ojos…

En la aurora de nuestros días, es decir, en la juventud donde la energía es más abundante y los ideales humanos más nobles podrían tomarse como meta, se induce a los jóvenes a desperdiciarla en «hábitos de moda», como la pereza de aprendizaje, el libertinaje, el consumo excesivo de alcohol, drogas, etc. Al buscar la llamada “libertad”, se encadenan en vicios que no los limitarán en la edad adulta (mediodía), si no hasta el crepúsculo. Así, la falsa libertad se convierte en la más resistente y despiadada de las corrientes.

¿Qué, además de fragmentos de vosotros mismo, descartaréis para que seáis libres? Si es una ley injusta la que abolís, esta ley fue escrita con vuestra propia mano en vuestra propia frente; no podréis borrarla quemando vuestros libros de la ley, ni lavando la frente de vuestros jueces, aunque derraméis el mar sobre ella.

Es evidente que sin un propósito de vida humanista, sin un espíritu de misión que oriente toda nuestra vida, nuestro discernimiento, nuestra capacidad de elección es pobre y limitada. ¿Cómo elegir herramientas para construir algo que no sé lo qué es? ¿Cómo puedo evitar manipulaciones y elegir lo que necesito, si no tengo mis propias necesidades reales, a largo plazo, sino que vivo solo de las «necesidades» inventadas por el entorno? Sin la conciencia despierta y atenta, corremos el grave riesgo de descartar lo mejor que hay en nosotros: la honestidad, el autocontrol, la coherencia, la fraternidad… ¡Al fin y al cabo, estos artículos no están de moda!

La ignorancia, sin duda, es el tejido de todas las corrientes. Atacar las leyes y convenciones equivocadas de la sociedad sin atacar los defectos de carácter que las engendraron, que viven cómodamente asentadas en nuestras vidas, es como culpar al espejo de nuestros granos. Lo justo sería cambiar nuestro propio rostro, lo que generó reflejos como estas leyes y convenciones, y quizás otras creaciones incluso peores.

Y si es un déspota que destronaréis, aseguraos de que vuestro trono, erigido dentro de vosotros, sea destruido, porque ¿cómo puede un tirano gobernar a los libres y a los orgullosos, excepto por la tiranía de su propia libertad y la vergüenza de vuestro propio orgullo?

Y si es una preocupación de la que queréis libraros, esa preocupación fue elegida por vosotros, y no impuesta a vosotros.

“Cuida tus defectos para no ser explotado por ellos”, dice la máxima filosófica. Si una incapacidad para comprometernos se disfraza de “espíritu libre”, habrá tiranos que nos inflarán el odio y la persecución a los que se comprometen y abren nuevas rutas. Si un orgullo inútil por nuestras pocas conquistas es lo que domina nuestra mente, seremos enemigos acérrimos de quienes nos señalan que es necesario levantarse y seguir luchando contra muchas otras aristas que aún deben pulirse.

La respuesta a las dificultades en forma de autocompasión y pensamientos circulares que buscan culpables por todos lados por las experiencias que necesitábamos vivir no es más que un patrón de respuesta de la sociedad que elegimos «clonar», aunque siempre resulta ser  ineficaz para todos los que la utilicen.

Y si es un miedo del que queréis abandonar, este miedo está en vuestro corazón y en las manos de los que son temidos.

Cabe señalar que son nuestros apegos los que generan nuestros miedos: si entendemos que nada que es realmente nuestro se nos puede quitar, buscamos lo que es nuestro, la base de nuestra verdadera identidad, y ya tenemos una tierra firme bajo nuestros pies, que nada ni nadie puede sacudir. Ya no flotamos sobre bases inestables, que tanto nos asustan.

Si miramos la larga trayectoria de la humanidad, veremos que estos hombres que encontraron en sí mismos este “nombre interno”, esta identidad constituida por valores atemporales, aunque pocos, fueron los que escribieron la historia. Los inestables hombres-masa, normalmente, ni siquiera lo leen. Por tanto, podemos concluir de forma coherente con todas las fuentes filosóficas y artísticas que utilizamos, diciendo: ¡si quieres ser libre, sé humano, en el verdadero sentido de la palabra!

 

Lúcia Helena Galvão Maya es filósofa, reside en Brasilia.

Disertante, profesora de filosofía, escritora, guionista, poetisa. Profesora voluntaria desde hace  más de 31 años en la Escola Internacional de Filosofia Nova Acrópole.

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