Los invito a pensar sobre los textos que conforman el apartado “Variaciones: Populismos” del N° 3 de La libertad de pluma.
De su lectura articulada vemos que los cuatro autores (E. Adamovsky, E. Peruzzotti, M. Anselmi y H. Brienza) coinciden en un punto: lo que es nombrado como ‘populismo’ remite a un abanico muy amplio de posiciones que lo único que tienen en común entre sí es el hecho de presentarse como opuestos a los ‘ideales’ de la democracia liberal (mantengamos ambos a distancia del neoliberalismo).
Hay, aun otra diferencia entre populismo y democracia liberal. El populismo tiene, como particularidad, el hecho de caracterizarse por tener un líder fuerte. En este punto, caemos en la cuenta de que hay distinciones dentro de lo que llamamos ‘populismo’. Y, así, tenemos que hablar de ‘populismos’, en plural. Lo que distingue un populismo de otro es la especificidad relativa a esa función, es decir, el modo en que se ejerce el liderazgo. Mientras que el liberalismo acusa a los populismos de totalitarismos, debemos saber distinguir que hay ciertos líderes que se constituyen con condiciones particulares que llevan a la transformación de la democracia en un totalitarismo y hay otros que, sin lugar a dudas, sostienen el fundamento democrático. Esto nos lleva a hacer una distinción dentro mismo de lo que ahora ya discernimos como populismos, en plural. Así, primero, el acento de la disparidad entre populismos y democracia liberal toma otro cariz y debe, en principio, pasar por el término ‘liberal’ y no por el de ‘democracia’, y debemos hablar con mayor rigurosidad, de democracia liberal o democracia popular. Y además, debemos distinguir entre los distintos tipos de populismos. ¿Cómo?
La figura y función del líder es el cuestionamiento que la democracia liberal hace a la popular desde la idea de que ese jefe, que es cabeza del poder ejecutivo, se impone sobre los otros dos poderes del estado: el legislativo y el judicial. ¿Sobre qué se sustenta esta crítica? ¿Es posible que con ella estén olvidando que el presidente es el encargado del poder ejecutivo, es decir, el encargado de las acciones de gobierno, confundiendo así el ejecutar con un supuesto estar por encima de los otros poderes? ¿No es esa idea de caudillismo, acaso, una generalización peligrosa? ¿Es que unifican todas las formas de liderazgo dentro de uno solo? Debería estudiarse el caso por caso, especialmente porque es allí donde radica la distinción entre las diversas formas de populismo.
Ubiquemos la posición desde la que, un líder, ejerce su liderazgo. Para Sigmund Freud, líder es quien ocupa el lugar del ideal del yo para un sujeto, haciendo que los individuos se identifiquen entre sí en su yo, a partir de tener un mismo ideal. El ideal, entonces, es lo que aglutina, lo que hace masa. Hoy en día, masa es un término muy depreciado. Pongámoslo en otros términos: lo que hace lazo social (y dejemos en suspenso el desarrollo de la idea de que hay distintos tipos de masa de la que solo una forma es lo que ‘el populismo’ llama ‘pueblo’). Para Freud, solo deviene ideal aquel al que el sujeto le confiere el poder de tocar un punto muy arcaico y reprimido, que es del orden del valor del primer objeto de amor.
Algunos líderes toman un carácter despótico y feroz que los ubica, no del lado del ideal, sino del lado de lo que Freud llama el ‘padre de la horda’ (mito de una primera forma de organización social alrededor de un líder tiránico y cruel, poseedor de todas las mujeres y esclavizador de todos los hijos). Estos tipos de líderes, ocupan, más bien, el lugar de superyó (es el caso de los totalitarismos como el de Franco o Hitler). Estas formas de populismo son las realmente cercanas al totalitarismo y tienen, en verdad, poco de populares.
Por otro lado, el psicoanalista Eric Laurent propone que también hay otro modo de realizar esa función y es la de ocupar el lugar del que encarna un ‘nombre’. Laurent habla de la “confianza inédita en un nombre”1 producto de un nuevo modo de amor, de un modo distinto de hacer lazo. La distinción entre la función de ‘ideal’ y la de ‘nombre’ es que en el segundo caso se trata de depositar la confianza en un nombre sin que se ponga en juego la carga libidinal que es el factor que hace de tapón a lo imposible estructural y empuja a la masa a convertirse en algo cercano a un grupo de fanáticos que no piensa sino que se deja llevar por los impulsos más bajos (estos efectos deberían ser estudiados con detalle para poder ubicar cuál es el factor que es el capaz de producir ese efecto). Tal vez Eva Perón –quién se vuelve Evita– sea un buen ejemplo de este tipo de líder que encarna ese punto de ‘confianza’.
También se puede pensar en otra forma posible de liderazgo sirviéndonos de la enseñanza de Jacques Lacan: una modalidad en la que el líder no se posiciona ni como ideal, ni como superyó, ni como nombre, sino como objeto causa de deseo. Gandhi o Martin Luther King pueden ser pensados como ejemplos de este modo de ejercer la función. Objeto causa de deseo que impulsa a expresar activamente la posición de los ciudadanos a participar en la vida cívica, a una toma de posición decidida respecto de la condición ciudadana. Deseo que no es de ‘ganas de’ sino de lo que a cada uno lo causa como aquello que le hace falta. Tal vez, cada líder singular encarne una, o más, de estas cuatro formas.
Entonces, podemos deducir que las distinciones dentro del populismo se vinculan al modo de liderazgo. Y debemos discernir dentro del mismo, solo un modo que no sería populismo democrático: es aquel en el que el líder encarna el lugar del superyó.
Veamos aún otro punto de oposición entre la democracia liberal y la popular. La preocupación depositada por el liberalismo sobre el populismo es que solo atiende las demandas de las mayorías, descuidando las de las minorías. Los populismos, en cambio, acusan a los liberales de exactamente lo contrario. Dónde hay que poner el acento es en el hecho de que para la democracia liberal, el valor en cuestión es la noción de ‘las minorías’ desde las que se derramará hacia las mayorías, mientras que para, el populismo, el valor es la noción de ‘pueblo’ (que nombra a las mayorías, que son las clases más bajas) pero que no necesariamente excluye las minorías –por ej., hay populismos, como es el caso de Argentina, que han legalizado el matrimonio igualitario, o el cambio de sexo, puesto en valor a los pueblos originarios, etcétera). Las minorías excluidas por el populismo son específicamente de un determinado tipo: son las que responden a lo que llaman ‘los ricos’, esas que para las liberales son aquellas que deben ser privilegiadas porque así derramarán sus ganancias, luego, sobre las mayorías (la concepción fordista de la economía).
En este sentido, lo que verdaderamente distingue populismos y liberalismo es el reparto de la riqueza. Así, hablar de gobernar para ‘las minorías’ o para ‘las mayorías’, en el fondo, remite a cómo se distribuye la riqueza, es decir, a quién retiene el plus de goce, o, en términos de Marx, la plusvalía. Aquí es donde tenemos que hacer una distinción, no ya entre diversos populismos, sino entre populismos y movimientos nacionales y populares propios de América Latina (aunque no únicamente surgidos en ella).
Ahora bien, al menos en América Latina, el movimiento de traspaso de riqueza hacia las mayorías nunca se llegó a producir sin la intermediación de la figura del líder. Sería interesante pensar la función de bisagra del líder que parece ser el operador necesario de la transferencia de goce hacia un sector amplio de la ciudadanía. ¿Qué hace que sea esta una condición determinante para el reparto más abarcativo del plus de goce?
Para cerrar este recorrido, por el momento, subrayemos que lo que distingue las democracias liberales de los populismos, no es ni la figura del líder, ni la diversidad de sus ideales, sino lo que se esconde tras ellos que es, exclusivamente, el sistema de reparto del plus de goce. Que el acento de la descripción se ponga en la figura del líder no es más que poner el énfasis en el operador de la transferencia. La partida se juega en otra parte.
Marcela Ana Negro es psicoanalista, reside en Buenos Aires.
Miembro de EOL-AMP. Doctora en Psicología (UBA). Magister en Psicoanálisis. Directora Editorial de La libertad de pluma.
* Basada en la nota aparecida en el diario Página/12 del 30/08/18, «Populismo o liberalismo», https://www.pagina12.com.ar/138727-populismo-o-liberalismo
Notas bibliográficas:
1 Laurent, E., “¿Un nuevo amor para el Siglo XXI?”, en El Caldero de la Escuela, Nueva Serie, N° 18, Año 12, Ed. Grama, Buenos Aires, p. 2.