Freud necesitó descubrir la pulsión de muerte para ubicar, aislar este problema y al mismo tiempo separar sus dos aspectos. En un partido de fútbol, los intersticios están reglados. Se sabe cuando es un foul, una pelota afuera, un penal, un offside. Para cada una de estas eventualidades, el referee, en posición de juez, sabrá cómo aplicar el reglamento, y la sanción correspondiente. Anteriormente al año 1920, crucial, de la pulsión de muerte y sus consecuencias clínicas y sociales, el precio a pagar por un síntoma social, es decir, un fracaso de la represión, es decir un fracaso de la fuerza del complejo del padre, para Freud era simplemente la neurosis o la religión, una estructurada como la otra. La sociedad es neurótica o religiosa. En caso de no haber resuelto el complejo de Edipo, el resultado sería o uno o lo otro. O bien la hipocresía compartida respecto al sexo, o bien la hipocresía de la sublimación religiosa. Después de 1920 las cosas se hicieron más difíciles, y también más claras. No hay legalidad que se imponga claramente en el deporte civilizatorio, puesto que el fin de la partida es parte integrante, está incluido desde el vamos en el juego. Puede existir un deseo de perder, no solo la partida, sino de perderlo todo. El suicidio, la compulsión de repetición, el anhelar el mal para si mismo, el goce en el dolor y en el sufrimiento, e inclusive la necesidad de castigo o de seguir en la enfermedad, son un hecho clínico y por lo tanto, para Freud, también social. El castigo y la sanción no solo no son eficaces para poner orden en la cancha de juego- del lenguaje, como diría Wittgenstein-, sino que castigo y sanción pueden ser deseables en sí mismos. Ya Bertrand Russell lo comento hace mucho tiempo a propósito de gozar de la posible destrucción de la guerra, pero Freud lo transformó en un concepto transmisible.
Lejos de bajar los brazos frente a este descubrimiento, Freud rehizo su mapa, tanto de su trabajo clínico psicoanalítico como de la civilización. En su texto crucial “El malestar en la cultura” (1930), constata que ni las identificaciones y vínculos amorosos de meta inhibida, ni tampoco la fuerza de la ley y el castigo, métodos de la cultura para prevenir o inhibir la agresividad inherente al ser humano, logran su propósito. Del sistema comunista, declara como ilusoria la premisa psicológica según la cual abolir la propiedad privada resolvería el problema de la agresión. Y todavía más, aún anota como son las comunidades vecinas las que se hostilizan. Lo llamó “narcisismo de las pequeñas diferencias”, dice, pero esto no aclara las cosas. El amor universal de Pablo el apóstol, fundamento de la comunidad cristiana, resultó en la intolerancia más brutal hacia los que quedaban afuera. Hay dificultades inherentes a la esencia de la cultura, concluye, que ninguna reforma podrá salvar.
Este es el “teorema de imposibilidad” de Freud, en relación al malestar en la cultura, y, agreguemos, en la democracia.
La política de las identidades está en cuestión, he ahí un traumatismo, como lo señaló Eric Laurent muy claramente en un texto en el año 2017. Lo que podría significar “un súbdito del reino de Jordania”, o “un ciudadano palestino”, o también “nacido de una antigua familia Palestina”, perdió buena parte de su peso político, como puede verse en los fundamentos y los resultados que supo leer el periodista del Haaretz Zvi Barel1 de la reciente guerra Hamas-Israel.
Todo partió del intento de desalojar 23 familias palestinas del barrio de Jerusalem este de Sheikharraj. Esas familias y otras 5 habían sido trasladadas allí por el gobierno jordano. La ley de Propiedades de ausentes, de 1950, (חוק נכסי נפקדי) es una ley de emergencia que intentaba establecer el estatuto de personas y propiedades después de la guerra de 1948. Si bien la ley no especifica “arabes” o “ judíos”, la interpretación de la ley varió como es de esperarse según el intérprete. Ahora bien, ese barrio recibió su nombre por Hussam al-Din al-Jarrahi, el médico personal de Saladino, el líder musulman que conquistó Jérusalem de las cruzadas en el siglo XII.
Aunque Sheikh Jarrah se desarrolló durante el siglo XIX como un vecindario externo a la Ciudad Vieja de Jerusalén, ganó un estatus importante en términos de herencia nacional palestina porque miembros de familias palestinas eminentes y respetadas residían durante el tiempo del Mandato, como individuos como el mufti Amin Al-Husayni, el alcalde de Jérusalem Raghib al-Nashashibi, el historiador George Antonius y el escritor Is’af al-Nashashibi, que son símbolos de primer orden de la identidad palestina2.
En el mismo barrio se encuentra lo que se considera la tumba de Shimon Ha Zadik, un alto sacerdote judio de la era del segundo templo de Jerusalem. Este lugar fue reconocido como territorio judío durante la época otomana, y los Árabes lo denominaban “el sitio judío” (“Al – Yahuddyah”)3. En los años que siguieron hubo adquisición legal por comunidades judías de la parcela de terreno.
El psicoanalista francés Eric Laurent detalló muy claramente el proceso, en el texto citado previamente, de final de la política de las identidades, y del traumatismo que ello implica.4 Volvamos al contrapunto con el artículo de Zvi Barel. Las campañas políticas en USA que apuntaron a lograr el voto de comunidades identitarias no dieron resultado. Por otra parte, los gritos de “occupy!”, así como en Paris “la noche en pie”, eran manifestaciones donde no es la identidad la que estaba en juego, sino una política del cuerpo, del cuerpo presente. Zvi Barel5, por su parte, extrae las conclusiones pragmáticas del último enfrentamiento entre Israel y Hamas. Hasta ese momento, eran Jordania y la Autoridad Palestina quienes tenían tanto la autoridad simbólica como la autoridad religiosa sobre los lugares musulmanes sagrados en Jerusalem. Cuando Hamas, el grupo musulmán fundamentalista de Gaza respondió con un ataque a Israel a los desalojos de Sheik Jarrah, antes de que Jordania o la Autoridad Palestina reaccionaran, de hecho se adjudicó, con este movimiento, prácticamente sacrificial, el liderazgo simbólico. Los cuerpos de los creyentes son un factor de peso real, entre las fallas identitarias de la democracia.
Marco Mauas, Psicoanalista, reside en Tel Aviv.
Miembro AP de la NLS y de la AMP. Pertenece al GIEP de Israel. Es coordinador de Dor-a, Estudios Freud-Lacan en Tel Aviv.
*Texto presentado en la mesa redonda «Democracia e Inconsciente» en la «La noche de filosofía» en Tel Aviv, organizado por el consulado francés.
Notas bibliográficas
1https://www.haaretz.com/.premium-israel-is-hard-pressed-to-offset-hamas-gains-in-jerusalem-1.9820725
2 The Sheikh Jarrah Affair: The Strategic Implications of Jewish Settlement in an Arab Neighborhood in East Jerusalem Yitzhak Reiter and Lior Lehrs
3 Reiter, Lehrs, op cit.
4 Laurent, E., El traumatismo del final de la política de las identidades, http://identidades.jornadaselp.com/textos-y-bibliografia/texto-de-orientacion/el-traumatismo-del-final-de-la-politica-de-las-identidades/
5 https://www.haaretz.com/.premium-israel-is-hard-pressed-to-offset-hamas-gains-in-jerusalem-1.9820725