Maximiliano Fabi – La letra indiscreta. Notas para un carnaval.

De cualquier manera, se trata de la creación
de una mujer a la que se ama.
De una mujer que sea amable.
Germán García
¿Acaso nosotros, hombres del siglo xx,
reímos como lo hacían Rabelais
y los lectores de su época?
Mijail Bajtín

 

I

En los ’70, y casi como haciendo gala de cierto espíritu anti-tout que Marcelo Izaguirre evocaba recientemente1, un Documento se alzaba contra la política: “Toda política de la felicidad instaura la alienación que intenta superar. Toda propuesta de un objeto para la carencia no hace más que subrayar lo inadecuado de la respuesta a la pregunta que se intenta aplastar”2.

Pero no era contra la política, sino contra el sentido de una política que negaba el ocio –cierto ocio– y hacía, pues, de la escritura un neg-ocio: “El periodista que cambia un sueldo por palabras que remiten a una realidad reconocida por otros, pareciera no haberse masturbado nunca”3.

Para peor, se trataba de un mal negocio ya que “la elevación del nivel de vida, la redistribución de la riqueza, sólo pueden ocultar en parte cuál es el sentido de la vida que proponen y cuál el sinsentido (la explotación) que hace posible esa riqueza” (El matrimonio entre la utopía y el poder).

Es por eso que no se trataba de la política ninguna sino de “una política diferente”4… Una política que Germán García iría de nuevo a exponer entre las líneas de D’Escolar.

 

II

García comienza ese libro de una forma curiosa: luego de una obertura que pareciera oficiar a manera de prólogo, inscribiendo al libro en la atmósfera del malentendido, abre el primero de cuatro apartados con la que fuera la segunda de sus conferencias sobre Oscar Masotta en Barcelona (a saber: “Una escuela fallida”), literalmente in media res: al texto no le preocupa remitir a una explicación que se hallaría presente en una allí inexistente “conferencia anterior”. El lector, entonces, ya puede ir intuyendo que se halla en presencia de una clave.

Para seguir, digamos que aquel apartado –primer apartado del libro– se titula “De Prisa”, lo cual nos mueve de inmediato a la risa: como es sabido (si hablamos del “saber” cómo se habla de una “sabiduría popular”), la letra “p” –su sonoridad quiero decir– seguida de ciertas consonantes como por ejemplo la “s”, tiende a desaparecer (y se trata de un fenómeno que –si escribe– no debería pasar desapercibido a ningún sicólogo, siquiatra o sicoanalista…). En el caso de la “r”, es cierto que esta regla no se cumple… sin embargo, creo que bien podríamos tomar esa cualidad evanescente de la “p” y aislarla, quedándonos pues: “De (P)risa”.

En aquel texto –Una escuela fallida– Germán García refiere el concepto de “parodia” para exponer el núcleo de algo que, al modo de una reivindicación para la frase, bien podría llamarse una “operación Masotta”. Al hacerlo citaba precisamente a Bajtín, y digo “precisamente” porque más adelante, en Intrusión textual –cuarto texto del apartado de (p)risa–,Germán García diría lo siguiente: “En 1971, cuatro años después de la “Proposición…”, Lacan escribe: “…que actualmente Rabelais sea finalmente leído, muestra un desplazamiento de los intereses con los cuales concuerdo mejor”. Rabelais había sido leído: ¿de qué nueva lectura se trata?, ¿cuáles son esos desplazamientos de intereses? Es el año en que aparece otra edición del insólito libro de Bajtin sobre la risa en Rabelais, donde la cultura cómica popular –cuyo escenario es la plaza pública, su máxima expresión el carnaval y su característica más acusada lo grotesco– es estudiada como inversión topográfica de lo establecido»5.

García mentaba pues la lengua bajtiniana, la cual –a pesar de que algunos puedan considerarla científicamente superada– no será sino por siempre el eco de la risa de Rabelais; de lo que en ése, su libro sobre Rabelais, Bajtin supo descular acerca de la risa.

En Intrusión textual, Germán García decía también lo siguiente: “Ahora que algunos ponen el grito en el cielo por el uso metafórico, cuando no lúdico, que Jacques Lacan hizo de ciertos términos de la ciencia, no está de más recordar qué hace Rabelais con las disputas teológicas, médicas y filológicas”.

¿Pero qué hizo Rabelais con esas disputas sino estropear toda la solemnidad de sus autoridades mediante el arte subversivo de la risa? Un salmo implora “ad te levavi” (“me elevé hasta ti”) y entonces Rabelais escribe: “Ad forman nasicognoscitur ad te levavi” (“por la forma de la nariz conocerás [cómo] me elevé hasta ti”).

“La primera parte de la frase –comenta Bajtín– alude al prejuicio difundido en esa época (compartido incluso por los médicos) según el cual la longitud de la nariz estaba en relación con la longitud del falo, lo que expresaba a su vez la virilidad del hombre. La segunda parte (…) es el principio de un salmo (CXXII) que tiene también una connotación obscena, acentuada por el hecho de que la última sílaba de la cita, vi, puede identificarse con el nombre del falo por analogía fonética con la palabra francesa”6.

“El psicoanálisis –dirá García en otro lado– no puede demostrar que sea una ciencia pero le puede arruinar a cualquier otro discurso su pretensión de ser ciencia”7. Algo así, diríamos, como una eterna ironía…

 

III

En La comunidad inconfesable” (otro texto que puede leerse en D’Escolar), Germán García citaba este fragmento de un libro homónimo de Blanchot: “Simplificando mucho, se podría reconocer aquí la confirmación del conflicto que, siguiendo a Freud (un Freud bastante caricaturesco), se declara, implícita o explícitamente, entre los hombres, hacedores de grupo, gracias a su tendencia homosexual, sublimada o no (los S.A.), y la mujer, que es la única que puede decir la verdad del amor, el cual es siempre invasor, exclusivo, excesivo, aterrador. La mujer sabe que el grupo, repetición de lo Mismo o de lo Semejante, es en realidad el sepulturero del verdadero amor que nutre la diferencia”.

A continuación de este párrafo, García comentaría lo siguiente: “La mujer, entonces, es -como en el famoso cuento de Borges, La intrusa: ‘Ella participa de lo inconfesable’”.

El psicoanálisis (digamos pues: la risa) sería algo así como una suerte de feminidad política: todo muy lindo en la polis, pero algo va mal… Parafraseo a Germán García, quien mentando a las anfitrionas de Proust –expertas en el arte de circunscribir la nada– dirá algo semejante acerca de las mismas, al final de este otro texto que también puede hallarse en D’Escolar: “Psicoanálisis y política –Discurso, valor, síntoma–”, donde además va a señalar que “no se trata de psicoanalizar la política, tampoco de politizar el psicoanálisis, sino de entender que el psicoanálisis es una política que –pensando en nuestros amigos italianos– llamamos transpolítica”.

Una transpolítica entonces sería el arte irónico de una urbana cortesía. Reflexionando en torno a la noción hegeliana de feminidad, Graciela Musachi ponía el acento en el concepto de ironía y explicaba que la misma, si recibiese cierta orientación –digamos– lacaniana, sería capaz de brindar recepciones muy a otro modo que la histeria8: ahí donde ésta antes provocaba malestar, la anfitriona ahora –bueno– también provocaría malestar… pero lo haría de una manera distinta: una que haría reconocer, sabrosamente, la cuota de participación que se tiene en lo inconfesable, asemejando así su operación a la de aquel caballero –evocado por Borges– que habiendo recibido un vaso de vino en la cara durante una discusión, responde: “Esto, señor, es una digresión; espero su argumento”.

Una ironía que recibiese una orientación por el estilo haría quizás de la ciudad –de la política– un escenario a cuyo costado la campaña presidencial de Macedonio terminaría pareciendo una novela de David Viñas… En Diversiones psicoanalíticas (ed. Otium, Bs. As., 2014), libro que compila sus clases del año 1988 en Tucumán, Germán García explicaba lo siguiente: “Y este es el problema que Lacan plantea. ¿Puede haber escuela de psicoanalistas? Pero escuela en el sentido antiguo, ¿saben cuántos miembros tenía la Academia, el liceo de Aristóteles? ¿Ustedes creen que Aristóteles se hizo famoso diciendo, como se hace ahora, que trabaja en su casa y no le interesa juntarse con nadie? No, ¡Aristóteles tenía miles de alumnos! Era una potencia, un peligro para el gobierno, porque eran unos tipos formados que podían armar y desarmar cualquier discurso. Los griegos hacían eso, eran unos vagos que se juntaban, armaban espacios, academias, lugares de formación que no eran controlados por el estado”.

Una academia entonces –una banda– que operase en la polis como el eterno femenino: una sofisticada y constante ironía que como Chantecler (el gallo, y también el cabaret), mantuviese a todos despiertos en la ciudad…

Y después de todo, acaso no por nada aquel prólogo a D’Escolar termine precisamente con esta cita de Macedonio: “…él creía en la mujer, era un enamorado…”

“Se trata –concluirá entonces García– de alguien que hace el amor con el inconsciente y, en consecuencia, crea una mujer en la que cree”.

Del matrimonio de varios con el inconsciente quizás pueda crearse entonces la risa: una amable feminidad, gigantesca… ¿y acaso no eran gigantes Gargantúa y Pantagruel?

 

IV

En el año 2004, la editorial Altamira reunió en sus oficinas a un grupo de pensadores para tratar de averiguar qué piensan los que piensan… Germán García, uno de los convocados, diría allí lo siguiente: “… yo creo en las bandas, creo en los grupos”; y daría una idea acerca de aquella pantagruélica feminidad:

“Si nosotros -dijo entonces- hubiéramos esperado que los españoles nos den un lugar en la universidad… Todavía estaríamos esperando. Fuimos y nos plantamos ahí con la institución trucha y les armamos un embrollo que todavía sigue con el psicoanálisis”9.

Una amiga, sin embargo, me decía hace un tiempo que no puede ser suficiente con desarmar los otros discursos; que también tiene que proponerse algo… pero es que yo no puedo creer que alguien pueda pensar que Antígona, cuando desarmaba la política de Creonte, no estuviese proponiendo nada…

En Antígona entre Hegel y feministas, Graciela Musachi comenta que la ironía romántica… “cómo un acto lingüístico es usado para definir el lugar y los movimientos del sujeto y cómo la ‘autorrevelación’ pasa necesariamente por el otro que forma la comunidad, autorrevelación que parmanece, empero, incompleta (la ironía no acepta la idea de una autoconciencia personal o una intencionalidad conciente), es una ‘dialéctica no sintética que emerge de y reformula el consenso social’, una dialéctica no hegeliana”.

Alguna vez, en Tucumán, Germán García afirmaría lo siguiente: “Podemos decir que Lacan es una especie de hegeliano sin síntesis”10.

En ese género entonces de la ironía (el de los “hegelianos sin síntesis”), incluyamos también a Walter Benjamin, quien en su Libro de los pasajes (ed. Akal, Madrid, 2011) hablaría de una “dialéctica detenida”. La imagen –dirá allí– es auténtica imagen cuando no permite el discurrir del tiempo y estampa más bien su discontinuidad. De ese modo logra que el pasado y el presente aparezcan como en una superficie –o más bien, como en un firmamento–, permitiendo así la configuración de ideas que semejan la articulación de las constelaciones.

La dialéctica, entonces, sería el intento de decir un imposible: la imagen de la temporalidad, y si uno considera ahora que para Benjamin, estas imágenes sólo podían hallarse en el lenguaje, se comprende mejor su arte de citar, pues hay que visualizar cada palabra de sus textos como esas inmóviles estrellas de los cielos nocturnos con las cuales han sabido jugar sendas humanidades.

Estas ideas de Walter Benjamin iban a ser reconsideradas para una especie distinta de la dialéctica: la de su amigo, Theodor Adorno, quien más adelante –y con objeto de corregir las ansias de absoluto que Hegel le había imbuido a aquella lógica– escribiría acerca de una Dialéctica negativa: “Su nombre –dirá allí refiriéndose a ella– no dice en principio nada más que los objetos no se reducen a su concepto, que éstos entran en contradicción con la norma tradicional de la adaequatio. La contradicción no es aquello en que el Idealismo absoluto de Hegel debía inevitablemente transfigurarlo: algo de esencia heraclítea. Es un indicio de la no-verdad de la identidad, del agotamiento de lo concebido en el concepto”11.

En la mesa de “psicoanálisis castellano”12, Graciela Musachi recordó las joyas indiscretas de Diderot (Les bijouxindiscrets). Puede nombrárselas –dijo– con una letra: la “G”, y el asunto es que aunque en principio se resisten a hablar, luego al fin cuando lo hacen… ¡qué desparramo, sí! ¡qué sálvese quien pueda!

Es entonces notable –se me ocurre– que la bijouterie (Theodor Wiesengrund Adorno) quiera allí mostrársenos con tanta (im)potencia enunciativa, o más bien: como “… síntoma de lo imposible que la habita y que, por pura lógica, no cesa de no escribirse”13… y más aún, por supuesto, si consideramos cuál era para Adorno la única propuesta que podía esperarse de su negatividad: “decir contra Wittgenstein lo que no se puede decir” (Dialéctica negativa, p. 21).

Pero a él sin embargo –se preguntaría allí Musachi– ¿cómo llamarlo…? y entonces recordaría esta frase de Lacan en La tercera: “analistas no muertos, va carta”; “una carta” subrayó; es decir: una letra (lettre)… y doble –agregaríamos–, porque ante lo que es imposible de decir, mejor G.G.: la risa (el psicoanálisis, la feminidad, la ironía…).

En “La comunidad inconfesable”, G.G. citaba estas palabras de Caillois: “La secta, si llegó a formarse, se disolverá un buen día y sus proyectos audaces no serán más que un recuerdo. Cada uno, por consiguiente, trabajó para sí mismo». Y hay algo de lo indecible realmente en esa cita… como una suerte de epifanía que más bien evocase a aquel G.G. (a aquella risa) que Indart, en la tarde del homenaje, refirió como siendo, a veces, demasiado sarcástica: si los audaces proyectos de la secta terminasen siendo olvido, entonces se revelaría –como se dice que se revela un truco de magia– algo, sí, bastante inconfesable: que “cada uno, por consiguiente, trabajó para sí mismo”.

 

V

“Un Rabelais hecho trizas”; estas palabras de Hugo Ball que Germán García recuerda en Para otra cosa (Otium, Bs. As., 2019), representan la más literal expresión que podría alcanzar la subordinación de la risa a la política de los neg-ocios… En aquel comentario al libro de Blanchot, García también citaba este párrafo de Caillois: “La realidad de la guerra –dice allí García o Caillois– corresponde a la realidad de la fiesta. Además, la conciencia inventa mitologías paralelas a partir de una y otra. La guerra y la fiesta son dos períodos de movilidad y estrépito, de reuniones masivas en el curso de las cuales una economía de derroche sustituye a una economía de acumulación (…) Guerra y fiesta se acompañan también de un cambio radical de los mandamientos morales (…) El ciclo de la guerra y la paz reproduce al de la fiesta y los tiempos profanos, con sus alternaciones de concentración y dispersión, de turbulencia y trabajo, de dilapidación y economía”.

Y es que hay que considerar que el libro de Bajtín sobre Rabelais no era sólo sobre Rabelais sino también sobre el carnaval, esa fiesta en donde se invertían todos los valores. Entonces, o bien Rabelais (un rato la fiesta, otro rato la economía), o bien las trizas –las tripas– de Rabelais (un rato la guerra, la rapiña –los morlocks–, y otro rato las redes sociales, esa taquigrafía de probeta para una mansedumbre técnico-científica de elois14).

De ahí entonces que si fracasase la sublimación, sería la guerra. En un artículo de 1980, Germán García preguntaba: “¿es posible que la femineidad no sublime porque es la femineidad lo que debe ser objeto de sublimación?”15… y en otra ocasión, hablando de Leonardo da Vinci, diría que cuando la sublimación fracasa aparecen las máquinas de guerra e inventos semejantes, pero que sin embargo, cuando opera, lo que aparece es la sonrisa de la Mona Lisa: no la sonrisa de su madre sino –justamente– esa sonrisa que no tuvo.

Entonces creo que vale la pena citar en extenso estas palabras de G.G., también en aquella reunión de pensadores: “Yo creo que sin la banda, sin el grupo no hay polémica. ¿Por qué? Te quedás afuera, solo. Te quedás sin un medio de vida, para comer. En nombre de la verdad ¿yo quién soy? Cuando ves que se ponen de acuerdo para decir lo mismo y se van repartiendo lo poco que hay. ¿Vas a ir a hacer polémica? Entonces, el problema de la polémica es que se creó un terror, primero, económico después. Después del terrorismo político, vino el terrorismo económico. Hablo de mi generación, tuvimos que ponernos la corbata, educarnos, oficializarnos un poco. Conseguir papelitos, etcétera, etcétera. Volverse un poco académicos. Porque se acabó. Se acabó la banda, entonces no había sostén, no había cómo sobrevivir. Nosotros habíamos creado una economía paralela con Masotta. Masotta tenía cuatrocientas personas alrededor de él. Había más gente al lado de Masotta que en la facultad de psicología. Todo eso desapareció. Tenés que portarte bien, sentarte en una mesa. Hay un nabo diciendo cualquier cosa. Se dice: “Evidentemente tiene una divergencia”. La domesticación de nuestra generación ha sido una obra maestra del terror”. (¿Qué piensan los que piensan? La transmisión del conocimiento.)

Negar el ocio –las letras– es preciso en algún momento si se quiere la vida en sus términos más crudos, materiales. El trabajo –solía recordar García– viene de tripalium, y el marxismo no por nada lo ha llamado “coacción de la economía”. Un cuerpo –ya lo dice el Bhagavad-Gita– no puede renunciar a los actos, y una política del deseo que se sustrajese de la economía terminaría encallando en el mortífero sueño de los fumaderos de opio. Sin embargo, política –lo que se dice literalmente política– no es neg-ocio; no puede serlo por definición… y si aún así quisiera serlo, entonces se trataría de una política ya muy diferente.

El deseo es lo que se hace porque sí, como insistencia de una energía que no quiere vender la palabra, ni dejarse vender por ella. En entrevista con Gabriel Pandolfo, Germán García decía que “no hay cosa más solidaria que tener en común un negocio con otro”16, pero ya el dicho lo advierte acerca de la risa: una cosa es con y otra cosa es de… porque como decía Bajtín mentando ciertos simpáticos atavismos que acaso debamos a Rabelais: “Es muy conocida la existencia de fenómenos similares en la época actual. Por ejemplo, cuando dos personas crean vínculos de amistad, la distancia que las separa se aminora (están en ‘pie de igualdad’) y las formas de comunicación verbal cambian completamente: se tutean, emplean diminutivos, incluso sobrenombres a veces, usan epítetos injuriosos que adquieren un sentido afectuoso; pueden llegar a burlarse la una de la otra (si no existieran esas relaciones amistosas sólo un tercero podría ser objeto de esas burlas), palmotearse en la espalda e incluso en el vientre (gesto carnavalesco por excelencia), no necesitan pulir el lenguaje ni evitar los tabúes, por lo cual se dicen palabras y expresiones inconvenientes, etc.” (La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento).

Si no existieran esas relaciones, sería pues muy otra cosa pero no el carnaval, y de ahí que política, literalmente hablando, sea entonces la economía subordinada al deseo (… de leer, de escribir; de hacer la red-tórica del Fausto de Estanislao del Campo), pero no la negación de una ociosidad cum dignitate et studium para financiamiento de una carrera de los honores o de alguna que otra pasión patronal.

Porque “después del terrorismo político, vino el terrorismo económico…”, y entonces habría que pensar si como en la extimidad, no será que a partir de las trizas de una generación, ahora nos enfrentamos –en las pretendidas compulsiones del consumo– a una muy íntima, inconfesable, metonimia.

Después de todo, así como Hegel supo sospechárselo a la razón, el capital tiene también sus astucias… y luego de licenciar a los guerreros en Santa Elena, no puede extrañarnos que ahora se encuentre parapetado a la sombra de unos mercaderes que asimismo mañana terminarán siendo licenciados.

“No creo –decía García en aquella charla con Tatián, Forster, González y Lewkowicz– que, por ejemplo, nosotros no seríamos capaces desde distintos campos de volver a hacer una Eudeba como cuando la universidad influyó al comienzo de los sesenta. Uno compraba libros de Eudeba en todos los quiscos de Buenos Aires, y cualquiera leía cosas que en sus respectivas disciplinas eran de primera… después la dictadura destruyó eso. No creo que haya ninguna pasión democrática por construirlo de nuevo. Te enterás que existen los libros de Eudeba si vas al local de Eudeba y a veces encontrás cosas muy buenas. La Universidad no tiene ningún interés en difundir lo que hace. A veces encuentro en una revista trabajos importantes, pero tienen interés en el referatum. Hacemos la revista, nos quedamos con la cátedra de otro…”.

La audacia, los proyectos, la ironía… G.G., la política. Es él quien la ha llamado.

 

Maximiliano Fabi es profesor de historia por la UNLP. Es autor de «Cuadernos de sí y de no» (ed. Otium, 2016) y ha publicado artículos en las revistas Descartes, El Prismático y exordio. Actualmente reside en la ciudad de Buenos Aires.

 

Notas bibliográficas:

1 Ver: La conquista, intervención de Marcelo Izaguirre en la mesa “Psicoanálisis castellano» de Germán García, hoy, aún y todavía, el sábado 14 de diciembre de 2019 en el Centro Descartes.

  “El matrimonio entre la utopía y el poder”, en: revista Literal, nro. 1 (edición facsimilar), Biblioteca Nacional, Bs. As., 2011.

3   “No matar la palabra, no dejarse matar por ella”, en: revista Literal, op. cit.

   Ver: Marcelo Izaguirre, Jacques Lacan: el anclaje de su enseñanza en la Argentina, ed. Otium, Bs. As., 2017, p. 68.

5    En: Germán García, D’Escolar, ed. Atuel, Bs. As., 2000.

6   Mijail Bajtín, La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, ed. Alianza, Madrid, 2003. Una colega me informa que la palabra francesa aludida es evidentemente «bite».

    Germán García, Palabras de ocasión, César Mazza (comp.), ed. Los ríos, Córdoba, 2018.

    Ver: Graciela Musachi, “Antígona entre Hegel y feministas”, en: Encanto de erizo, ed. Katz, Bs. As., 2017.

      Ricardo Forster, Germán García, Horacio González, Ignacio Lewkowicz y Diego Tatián, ¿Qué piensan los que piensan? La transmisión del conocimiento, ed. Altamira, Bs. As., 2004.

10     Ver: Germán García, En torno de las identificaciones, ed. Otium, Tucumán, 2009.

11    Th. Adorno, Dialéctica negativa, ed. Akal, Madrid, 2005.

12    En: Germán García, hoy, aún y todavía. Ver nota nro. 1.

13    Graciela Musachi, “Antígona, entre Hegel y feministas”,en: op. cit., pp. 50-51.

14    Ver: Germán García, “Kojève, la trama secreta”, prólogo a Alexandre Kojève. La filosofía, el Estado, y el fin de la historia, de Dominique Auffret, ed. Letra Gamma, Bs. As., 2009.

15     “La sublimación. Los textos de Freud”, en: Germán García, Psicoanálisis, una política del síntoma, ed. Alcrudo, Zaragoza, 1980.

16    En: Palabras de ocasión, op. cit., p. 69.

 

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