Miquel Bassols – Una política para erizos, y otras herejías psicoanalíticas
Comentario por: Alejandra Glaze
Sin duda, diría que se trata de un libro sobre política del psicoanálisis. Me interesa en este comentario situar lo más precisamente posible este abordaje, teniendo en cuenta que hay muchos otros temas que pueden interesar al lector. Incluso, podríamos subtitularlo del siguiente modo: cómo los animales políticos encuentran (o no) la separación óptima (o la más aceptable) entre ellos –siguiendo a Schopenhauer y su famosa parábola del dilema de los erizos.
La pregunta que da inicio a estas reflexiones de M. Bassols importa a quienes se interrogan por el modo de lazo en una Escuela de psicoanálisis, y en su extensión, de qué manera ese modo de lazo puede incidir en la ciudad.
Así, los textos aquí reunidos describen una política para erizos mutantes, o de qué manera se vinculan quienes se orientan por el discurso del psicoanálisis. Así planteadas las cosas, en su lectura nos encontramos con los temas que hacen a la distancia entre unos y otros, y de qué manera los síntomas pueden ser la mejor brújula para esa sociedad de analistas que deberían alejarse de los fenómenos de grupo basados en la identificación, lo parecido y lo común, para enlazarse por lo singular, lo incomparable, y lo más propio de cada uno, partiendo de la certeza de que las singularidades son plurales, la singularidad no1.
Una Escuela de “más unos”. El equilibrio entre unos y otros siempre es inestable, debido a que el sujeto es un erizo para sí mismo, habitado por las púas del goce y del sentido.
“Es seguro que los seres humanos se identifican con un grupo. Cuando no lo hacen están jodidos, están para encerrar”, dice Lacan, haciendo estallar la idea de la caída de las identificaciones al final del análisis. Pero siguiendo a Bassols, hay una clara diferencia entre quedar capturado por las identificaciones con el grupo, o identificarse en el grupo: cada uno identificado con aquello del grupo que hace imposible al grupo mismo. Función no del Uno unificador sino del “más uno” que causa el deseo del sujeto, incluido en su propia división. Y es justamente la función del “más uno” la que hace aparecer lo real en que se funda el grupo como brújula, para así abordar los espejismos de lo imaginario y los impasses de lo simbólico. M. Bassols sostiene aquí la posibilidad de una democracia analítica, donde se encuentra cada uno identificado con aquello del grupo que no es idéntico a sí mismo. Un “más uno” que en cada caso se hace causa del sujeto de lo colectivo, para así ir a contracorriente de las identidades. ¿Sería esta la función de la interpretación del AE a la Escuela?
Precisemos: situarse como “más uno” de un grupo, es ser herético de ese grupo, lo que implica no poder aplicar ninguna ortodoxia, establecer un nuevo lazo social fundado en lo herético de la identificación con el sinthome, abriéndose a la dimensión de la elección. Una excepción singular que incluso puede constituir una práctica “entre varios”, un nosotros, pero distante de una enunciación colectiva por la vía de la identificación. Un nosotros que se despega de la lógica del grupo como un todo homogéneo, donde la singularidad siempre será una excepción.
¿Que significaría estar en una Escuela constituida por erizos mutantes anudados como “más unos” de esa misma Escuela? Sería el conjunto de los que no pertenecen a ningún conjunto, u otra forma de decirlo, es el sujeto colectivo de la experiencia del pase. O como dice J.-A. Miller en Sutilezas analíticas: “Mientras ustedes piensen que pertenecen a una categoría renuncien a hacer el pase”.
¿Qué decimos con esto? ¿Qué es identificarse con lo más singular de cada uno, para hacer comunidad con aquello que no se parece en nada? La identidad sinthomal es identificarse con lo más singular, con el sinthome, para así dejar de esperar que el Otro sea como uno mismo. Interesante formulación para comprender que de lo que se trata en la identificación al grupo, es del Otro. Pero Bassols, siguiendo a Lacan, presenta aquí una posible identificación lacaniana del analista, que tiene que ver con un posible saber hacer respecto a eso real que desborda la identificación, y que no es más que lo imposible, incluso lo imposible de decir, y que ya no habría que ir a buscarlo en el Otro. Por eso sostiene la necesariedad de identificarse no en el grupo sino con el grupo, en el punto en que cada uno puede ser un más uno de los otros, no buscando los parecidos sino la máxima diferencia. La singularidad sintomática es incomparable, no se parece a nada, es lo más idéntico a sí mismo, no habla al Otro. El sinthome como aquello que es lo más incomparable de un sujeto en relación a los otros. Una paradoja que aloja la posibilidad de que desde lo más singular, se produzca un lazo, también singular, a la comunidad.
Se hace ver así la importancia de la función del “más Uno” en una Escuela que prescinde de la identificación en el grupo. Que cada uno llegue a ser “más uno” de una experiencia tal de Escuela es el mejor rasgo de identidad que podemos esperar de “cada uno” de sus miembros, analistas y no analistas. Pasaje de la serie de individualidades dispersas a un sujeto de lo individual.
Un nuevo lazo social fundado en lo herético de la identificación con el sinthome, el no-todo de lo herético por excelencia, como una opción por otra cosa, más allá de la historia, el pasado y los mitos que siempre se tejen con otros. Una elección que siempre será entre el significante amo y el objeto causa de deseo. Una nueva lógica del no-todo abre así un espacio inédito, haciendo valer el derecho para cada uno, pudiendo así emerger una singularidad en el punto de ocaso del sujeto en tanto sujetado al Otro.
En la Escuela, poner a cada uno en su lugar de sujeto, hacerlo hablar más allá de sus identificaciones colectivizantes, como “más uno” de ese mismo grupo. Una sociedad de “más unos” identificados con aquello del grupo que no hace grupo.
Zadig: una conversación analítica. La política presupone una cierta experiencia de lo colectivo, es decir, la manera en que opera el poder para determinar las relaciones sociales. Pero desde el psicoanálisis, la apuesta tiene que ver con leer aquello que escapa a la política, es decir, lo político, entendido como lo enuncia Lacan con la frase: El inconsciente es la política, y que Miller reformula citando a un politólogo, Marcel Gauchet: “La política es el lugar de una fractura de la realidad”. Ese carácter transindividual del inconsciente, como variante de “el inconsciente es el discurso del Otro”, que extrae al sujeto del solipsismo, para ponerlo en La Ciudad. En resumen, la experiencia del inconsciente es una experiencia política. Pero no se trata de la política del amo, sino de una política más allá de la dimensión identitaria que aleja irremediablemente de la homogeneización que exige la masa. Y de paso, enfrentar a la moral liberal actual que no concibe a la comunidad más que como una suma de decisiones individuales fuera de la dimensión común.
Jacques-Alain Miller introdujo en este punto la conversación analítica sobre los impasses de la civilización teniendo en cuenta que la política es esa misma fractura de la verdad. Y considerando a la Escuela como la política misma, al igual que el inconsciente, Zadig es la extensión del espacio de la Escuela como sujeto, una operación analítica sobre lo social, sobre la “masa freudiana”. Una conversación analítica que será a partir de ese momento la operación analítica sobre el grupo social, pero basada en la autoridad analítica, una autoridad del deseo que pueda dar todo su poder a la palabra. Autoridad que solo puede ser concebida poniendo a cualquier otro en su lugar de sujeto, lo que quiere decir, escucharlo como sujeto de la palabra y del deseo, siempre inconsciente. Una autoridad reconocida por los otros y con los otros, pero sin un Otro que la garantice o la sostenga. Lo que M. Bassols define como una autoridad auténtica.
Relativismo y certeza. No hay ciencia sin creencia. Interesante formulación para hacer caer de un plumazo la falibilidad de la ciencia que se pensaba correlativa a la idea del Dios que no engaña, y denunciar de este modo la crisis de credibilidad de la misma, basada en el consenso de la comunidad científica. Pero si de consenso se trata, es el Otro el que nuevamente juega allí su partida, abriendo el camino al “relativismo moderado” de la ciencia (una prudencia pragmática). Cada vez que hablamos de relativismo, no hacemos más que denunciar un problema con la verdad, la afinidad de la ciencia con el discurso del amo y su carácter de semblante, lo que nos enfrenta al fracaso en cuanto a su estatuto de saber en lo real.
Es el psicoanálisis el que puede hablar de aquello que no tiene nada de relativo: el goce, que con su valor de significación absoluta, queda fijado en el fantasma de cada uno, convirtiendo toda verdad en sospechosa, pero estableciendo para el sujeto una certeza imborrable frente a la inconsistencia del Otro, en ese relativismo al infinito que da lugar a la pluralidad de creencias.
El objeto tecnológico. En el mundo de la globalización, el término “singularidad” ha sido abordado de distintas maneras. Pero se ha convertido en el Ideal del Yo de la humanidad. Para algunos tecno-científicos, la singularidad es el futuro mismo de la especie humana. ¿Pero qué es la singularidad tecnológica? En palabras de M. Bassols: el momento en que una serie de algoritmos materializados en el funcionamiento de una máquina podrá auto modificarse y automejorarse recursivamente, de modo que llegará a producir generaciones de máquinas cada vez más potentes y eficaces sin intervención del propio humano. Aquí nos encontramos con las singularidades plurales, compatibles con la repetición de lo idéntico. Ya no la excepción a la norma de una singularidad, sino lo singular normalizado en un para todos mítico e ideal. Interesante contrapunto para seguir pensando las cuestiones de la paradoja de una singularidad que no es normatizable.
Es justamente la tecnología la que ocupó el lugar de la ciencia, como deslocalización sistemática del objeto de goce. Así, técnica y religión se encuentran cuando se trata de contabilizar el goce, y el objeto sagrado no puede ya ser localizado en el mundo del sentido, siendo el objeto técnico el que viene a ocupar su lugar, sin importar el sacrificio que suponga. Pero hay algo que siempre escapa a esta contabilización del goce, y allí M. Bassols introduce la relación del dinero con lo real, en el punto en que siempre hay algo imposible de contabilizar que no cesa de no pagarse.
Toda crisis es una estafa. Debajo de la crisis, se esconde el superyó con su imperativo de goce imposible de cumplir. Idea central, para desde allí, abordar la crisis del capitalismo, que toma el relevo del discurso del amo. Crisis que se consume en su propia consumación. ¿Pero cuál es la estafa? …la pérdida de un goce que ha sido hurtado en el juego de manos de la maquinaria del discurso en la producción del “plus de gozar”, que no es equivalente a los bienes que se trata de distribuir. En definitiva, nuevamente una esperable crisis de la verdad toda vez que la verdad es dependiente del flujo de las significaciones en el transcurso del tiempo. Cada crisis de la verdad es entonces una irrupción del goce, de una satisfación pulsional frente a lo que el discurso no puede representar, apareciendo como un goce perdido. Estafa que siempre es atribuible al otro, en la contabilidad general de la justicia distributiva.
Pero como contrapunto, M. Bassols propone a la crisis y su irrupción de real, como la oportunidad para que surja una respuesta del sujeto, del ser que habla, del lado de la singularidad absoluta, y no buscando la manera de encontrar razones por la vía de Otro, lo que lleva a los carriles de la estafa.
Para terminar, este libro es una nueva contribución para seguir pensando de qué manera el psicoanálisis puede incidir en la política de la ciudad, pero no desde una posición esclarecida, sino desde una actitud analítica, que implica sostener una conversación en la que cada uno sea una excepción al mismo grupo, como “más uno” y no como uno más. ¡Buena lectura!
* Bassols, M., Una política para erizos, y otras herejías psicoanalíticas, Grama ediciones, Buenos Aires, 2018.
Alejandra Glaze es psicoanalista, reside en Buenos Aires.
Miembro de la EOL y de la AMP.
Notas:
1 Las cursivas remiten a frases textuales del libro. Los números de página son intrascendentes. Remitimos directamente a la lógica del libro que surge de su lectura.