La libertad de pluma es la única defensa de los derechos del pueblo
Emmanuel Kant
En todo primer momento hay un instante de privilegio, de epifanía, de anunciación, en este caso se trata de un instante inserto en una época marcada por un pensamiento hegemónico, por un discurso dominante y por pensadores que trabajan para la puesta en valor, para la legitimación de este discurso; este escrito reseña algunas consecuencias del paso por Buenos Aires de uno estos pensadores articulándolo con el texto de Javier Aramburu “Derechos Humanos”[1] (trabajado y debatido en el nudo “Psicoanálisis y Derechos Humanos”), y haciendo del mismo una condición de posibilidad para repensar la libertad de pluma kantiana, el estado de derecho y la cuestión del mal.
A fines de 2017 se presentó, en el Centro de la Cultura y de la Ciencia bajo el auspicio del Ministerio de Cultura de la Nación, Bernard Henri Lévy (BHL), polémico y mediático pensador francés; en el marco de las jornadas que allí se desarrollaron brindó una conferencia titulada “Del sueño a la pesadilla”, o sobre los usos del pueblo, en la cual presentó (casi a una escala performance) al populismo o a lo que él entiende por tal, como un sueño de angustia del cual nuestro país, afortunadamente habría despertado.
Haciendo dificultosamente a un lado las consideraciones de validación política de ciertas orientaciones del gobierno actual, BHL confrontó los términos griegos oclos y demos (traducibles laxamente como pueblo) para afirmar al primero como una deformación del segundo, un primer término que sería utilizado por el populismo para sustancializar a un segundo, (demos), que no debiera ser tomado más que como un “espacio de libertades individuales que deben garantizarse por el Estado a cada sujeto” a efectos que el mismo despliegue en él una forma relativa y contingente del Demos y su tiempo progresivo, siempre.
Ese espacio de libertad individual es, según BHL, inviolable y no duda en abrir en su favor el abanico entero de garantías de toda la Ilustración convocada, sesgadamente, en apoyo de su tesis como antídoto para garantizar la no sustancialización ideológica de este demos griego puro, prístino y apático.
Esa radical dimensión individual expresaría la posibilidad de que cada ciudadano desenvuelva las capacidades de su ser ahí, sus potencias, sus méritos y sus talentos en el sucedáneo epocal de la polis helénica, es decir en el Mercado contemporáneo, y que las realice sin las injerencias distorsionantes de ningún Estado asaltado por la desmesura populista u oclocratica.
Así, el Mercado, ese nuevo Otro que señala con acierto J.-A. Miller, se presenta entonces no solo como el único sino como “el mejor de los mundos posibles”; pase lo que pase a cada sujeto que resulte avasallado, estragado o segregado en miles de variantes por él no debemos olvidar que en el mejor de los mundos posibles, formalizado legalmente, es decir legitimado, tout est au mieux (todo sucede para bien); es entonces cuando deviene inevitable recordar tras estos enunciados la parodia leibniziana que Voltaire trabajara en Candide, y ver en ellos esa misma filosofía arrojada ahora a la voracidad de consumo de subjetividades que basculan, ellas mismas, entre el cinismo y la candidez manteniéndose siempre como espectadores de un mundo que, aun siéndoles esquivo o incluso productor de sus infortunios, deviene así y todo en el mejor de los mundos posibles; estos remedos contemporáneos retumban como cantinela mass mediática en el “si sucede, conviene”; los ecos de la volteriana parodia de Leibniz retornados (como en toda segunda vuelta) en una realidad trágica y devastadora.
Ahora bien, desde el psicoanálisis de orientación lacaniana, podemos, y tal vez debamos en estos momentos de particulares vicisitudes políticas, pensar estas afirmaciones de BHL en relación al mencionado texto de Javier Aramburu cuyas resonancias actúan como una respuesta a dicho discurso y los intereses que en el mismo se alojan.
Para ello, siguiendo los desarrollos de J.-A. Miller en su seminario El lugar y el lazo[2] me permitiré afirmar que en efecto no hay una substancia en la juridicidad, al menos a partir de Hegel y la convocada Ilustración, pero que tampoco se deriva de ello la reducción del Otro de la Ley a la sola accidentalidad del positivismo jurídico, y que en este impasse del discurso iusfilosófico el discurso psicoanalítico permite ofrecer una alternativa a la disyunción entre la substancia que no hay y el accidente (que es siempre resultado de mayorías tan contingentes como manipulables), disyunción en la que parece extraviarse la contemporaneidad política; dicha posibilidad es la que hallamos en la noción de ‘ex-sistencia’ tal como la elabora Miller en su seminario arriba mencionado y (a decir del mismo) en perfecta consonancia con el significado de la misma en la filosofía heideggeriana, es decir, la ex-sistencia entendida como lo que remane, lo que adviene, lo que aparece más allá de la debacle del Otro del sentido y su colapso, como aquello que permanece e insiste (aunque en riesgo constante) más allá de los accidentes del positivismo jurídico de todo orden legal, no como sustrato/substancia, sino como exterioridad absoluta, fuera de toda relación y ajena a la mutabilidad de todo sistema, ex-sistencia entonces que podemos hacer extensiva a lo que Aramburu nos recuerda en este texto: los DD.HH.
Así resulta cuando podemos pensarlos, en un ejercicio de ampliación del campo de batalla, como ex-sistentes al Otro de la Ley, ex-sistentes a los principios de la kelseniana teoría “pura” del derecho, a esos principios relativos y mudables, ex-sistentes al juego legal de mayorías contingentes, al iusnaturalismo de naturalezas varias y, por último, ex-sistentes a ese peligro que en su riesgo histórico máximo ubica y presentifica Aramburu en el Nacional Socialismo Alemán, pero que podemos ubicar también, junto a su polémica con Allouch, en la tortura policial o en la desaparición forzada de personas por una fuerza estatal represiva.
Es decir, lo que advino, lo que apareció (en los términos de la aletheia heiddegeriana) cuando el colapso absoluto de la juridicidad moderna en los juicios de Nuremberg, revelándose como lo supérstite del Otro de la Ley, lo sobreviviente y en tanto tal como lo Real (fuera de sentido) de toda posibilidad para la filosofía del derecho, son los DD.HH. como ex-sistencia.
Porque, y he aquí otra tesis a sostener tal vez en otro espacio, el mal no es banal, el mal es apático. El mal que Hannah Arendt atribuye en Adolf Eichmnann a una incapacidad de juicio encuentra su verdad en el fantasma perverso que Lacan señala en su obra «Kant con Sade»[3] es decir, en el formalismo vacío, retórico y apelativo de una posverdad legalista, forcluidora del pathos, productora de un goce oscuro que le será reintegrado, siempre, en el más crudo real.
Porque los DD.HH. no dicen, como en ese espacio de garantías insípidas, que todos somos iguales, dicen que todos renunciamos igualmente al goce de aniquilar las diferencias, en términos de Aramburu, positivizan la castración, instauran una ética.
Podemos entonces oponer ahora, a esa perspectiva Cándida, panglosiana, del “si sucede conviene”, del “mejor de los mundos posibles”, la perspectiva de Zadig obra en la cual el mismo Voltaire da cuenta de las implicancias éticas que infunde todo acto al tránsito por el que circula el sujeto en relación a la adversidad del fatum, del destino, del Dios, del Otro y hoy, del Mercado. El acrónimo de Miller y la obra de Voltaire se anudan así, con el texto de Aramburu, permitiendo dar una respuesta a las tesis neo-liberales sean estas expresadas en sus vertientes cándidas o cínicas.
Entonces, la «realidad», lo Real de los DD.HH., se sostiene porque los mismos ex-sisten al Otro de la ley positiva y son consecuencia del derrumbe de aquel; pensamos Auschwitz por Nuremberg, sin cuyos procesos lo humano entero habría sido reducido a una metafísica iusnaturalista sin renuncia al goce absoluto que indica Aramburu.
Nuremberg como S2 de Auschwitz, porque los DD.HH. que allí se establecen après-coup (desafiando las lógicas positivistas de las defensas de los jerarcas nazis nulla poena sine legem) no pueden ser reducidos a significantes fagocitados y fagocitables ya que constituyen lo que escapa a esa praxis apática, cuantificadora y mensuradora y es allí donde podemos ubicar un punto de falla a la máquina de este neokantismo BHL, pues no logra instalar el rechazo de la pulsión; la doctrina del derecho positivo, natural, no intervenible, fracasa y deviene en iuris-verwerfung frustra.
Hacer “realidad” los DD.HH. es hacerlos ex-sistir, es hacerlos estar por fuera de un derecho positivo mudable y contingente, de la debacle generalizada de un Otro legal astillado en relativismos culturales, teorías literarias, mundos líquidos y posverdades; la invocación de Javier Aramburu: “No retroceder ante el horror no solo es reconocerlo sino también condenarlo”, nos confronta con una peligrosa regresión social ocurrida (y ocurriendo) en los últimos años, que nos muestra una cotidianeidad donde esa condena no encuentra su espacio porque se ha desvanecido, o casi, la capacidad, la posibilidad de reconocer, de advertir ese horror que es presentado ahora con las galanuras de los discursos de la posverdad.
El texto de Aramburu deviene entonces más contemporáneo que en su propio tiempo pues en su inactualidad, en su intempestividad, tiene mucho para decirnos, o quizá mejor, para ayudarnos a recordar, y esta vez no repetir.
Alejandro Sánchez Rudegar es psicoanalista, reside en Buenos Aires.
Psicólogo, psicoanalista, ATP Psicoanálisis Freud 1, UBA.
Notas bibliográficas:
[1] Aramburu, J., “Derechos Humanos”, en El deseo del analista, Tres Haches, Buenos Aires, 2000. [2] Miller, J. A., El lugar y el lazo, Paidós, Buenos Aires, 2013. [3] Lacan, J., “Kant con Sade”, en Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 2008.