I
En tanto que el Nudo Política∞Extimidad es parte integrante de la Red Zadig, resulta interesante adentrarnos no solo la obra de Voltaire, sino también su figura y posición. No como un modelo, pero sí como un ejemplo del cual servirnos para ubicar algunas coordenadas del trayecto y movimiento que implica el llevar el psicoanálisis a la política.
Fernando Savater sostiene en “La invención del intelectual” que la gran hazaña de Voltaire fue inventar lo que hoy llamaríamos un “intelectual mediático”, debido a su maestría en saber llegar a la “opinión pública”. Voltaire encarna la figura del intelectual comprometido que participó activamente en todos los combates de su tiempo contra el fanatismo, la injusticia y el abuso de poder, siendo su divisa “¡Aplastad al infame!”, también traducida como “Erradicad la intolerancia del fanatismo”.
II
Hay una sola referencia a Voltaire en los Escritos, se encuentra en la primera página de la “Obertura de esta recopilación”:
“Porque el hombre blandido en el adagio, ya para entonces clásico por haber sido extraído de un discurso en la Academia, muestra en ese lápiz ser un fantasma del gran hombre, que lo ordena en libreto para apoderarse allí de toda su casa. Nada hay aquí que surja de lo natural y Voltaire, como es sabido, generaliza maliciosamente sobre ello.”[1]
Lacan toma la figura de Voltaire en relación al adagio “El estilo es el hombre mismo”, y tiene como correlato, tanto su obra, como su impronta en relación a la historia de las ideas. Cuestión que nos señala, por lo menos, dos perspectivas. Por un lado, lo que la referencia implica en la historia del pensamiento. Por otro, lo que podemos ubicar como el uso que hace Lacan de la figura, la obra y el tema en cuestión. Sin embargo, debemos superar la tentación reduccionista de ver en la referencia particular la causa o el fundamento como antecedente del pensamiento de Lacan. Por lo tanto, el uso de Lacan nos enseña, nos marca una línea de trabajo. En particular, sobre Voltaire, por ejemplo, con su Cándido, una de sus más agudas novelas, que constituyó una vigorosa embestida contra el optimismo leibniziano, según el cual vivimos “en el mejor de los mundos posibles”, y cuya actualización resuena en las vertientes del discurso capitalista, en las formas actuales del neoliberalismo y su impresionante fuerza simbólica, tratando de opacar, borrar, anular las singularidades. Fuerza simbólica que, a nuestro entender, tiene y sostiene la premisa de que es posible un individuo sin Ideal.
A su vez, la figura de Voltaire, vuelve a ser tomada por Lacan en su clase del 8 de Mayo de 1973:
“Lo divertido, desde luego –ya les eché el cuento, pero no me escucharon− es que el ateísmo sólo pueden sustentarlo los clérigos. Para los laicos, cuya inocencia en la materia es siempre supina, es mucho más difícil. Recuerden al pobre Voltaire. Era un tipo listo, taimado, astuto, muy saltarín, pero muy digno de entrar en la cesta esa para vaciarse los bolsillos que queda en frente, el Panteón.”[2]
Sin intentar declinar todas las derivaciones de la semblanza realizada por Lacan, tomemos particularmente que señala a Voltaire como una figura, como un ejemplo del deseo de saber que caracteriza el espíritu de las luces; deseo de saber que J.-A. Miller ha ubicado en la traducción del discurso de la ciencia newtoniana a las denominadas ciencias humanas, dejando su impronta sobre la moralidad, sobre la naturaleza del poder, sobre la distribución de goce y la defensa del derecho a saber sin prejuicios –todos temas caros a Voltaire. En este sentido, las luces son exactamente la extensión del deseo científico a un nuevo objeto: la cultura y al estudio del vínculo social mismo, cuestiones fundamentales en nuestro intento de llevar el psicoanálisis a la política. En Voltaire, la denuncia es su fuerza motora, su lanza contra las diversas formas de dominación del significante amo, de su carácter arbitrario, pero no es su intención la destrucción de esos semblantes, sino su conservación por parte del pueblo[3].
Voltaire fue una figura del siglo XVIII, “Siglo de las Luces”, de la “Ilustración”, del “Iluminismo”, en definitiva, “Siglo de la razón”, lo que implica un doble carácter: poder de la razón y conquista de la naturaleza. Todo el panorama intelectual está cubierto por el juego entre la razón, la ciencia y la naturaleza. Y será Voltaire un abanderado de una religión natural, de una moral natural, y de un derecho natural, que implicaron la sustitución de las Sagradas Escrituras por las leyes naturales[4].
III
Sumemos a nuestras notas una semblanza de Paul Valéry[5] realizada en su discurso en la Sorbona de 1944 con motivo del 250 aniversario del nacimiento de Voltaire. Allí lo ubica como uno de los posibles integrantes de una imaginada obra singular, una Comedia del Intelecto, que ocupa su lugar en las letras inmediatamente detrás de la Comedia humana. La razón dada está en que decir Voltaire no sólo evoca una nación y obras admirables, sino que sugiere un tipo de vida creadora. Cuestión que intentamos resaltar en estas notas, ya que entendemos que la posición de Voltaire ilumina la existencia misma de la Red Zadig.
Lo que vale para la obra en general, vale específicamente para su comedia Cándido que, con un estilo sumamente irónico, dividió las aguas a la manera de Erasmo; unos aborreciendo a quien se complació en burlarse del objeto de sus creencias en múltiples chanzas e ironías sobre la fe[6], otros viendo en Voltaire, no sólo el apóstol de la libertad de pensamiento, sino también al paladín de los derechos del hombre. Cándido refleja la amplia interrogación de Voltaire, y sus respuestas, donde nada de lo que considera ridículo, injusto u odioso, se le escapa; en palabras de Valéry “hasta el final de sus días sigue manteniendo una irritabilidad exquisita”. “Se hace admirar, adorar, aborrecer, odiar y venerar, apalear, coronar, con una especie de maestría enciclopédica en el arte de suscitar los sentimientos más diversos, de crearse enemigos mortales, adoradores devotos y fanáticos, de no resultar indiferente para nadie, mientras que a él nada humano le es extraño y una curiosidad insatisfecha lo atormenta.”[7]
No es estrictamente un filósofo, él mismo sostuvo su gusto por la poesía y la dramaturgia, sino alguien que explora una diversidad de géneros –tragedia, comedia, historia, ensayos y un largo etcétera− que incluye su burla a Leibniz. No encontramos en Cándido extensas argumentaciones, sino que con brevedad e ironía, ridiculiza los argumentos del ‘mejor de los mundos posibles’, pasa de lo lógico a lo cómico, tomando con mordacidad los argumentos leibnizianos, puestos en diferentes personajes, debilitando a su contrincante y dejándolo en ridículo.
Será característico de Voltaire defender diversidad de causas en contra del poder público, proclamando tanto los crímenes contra la humanidad, como los contrarios al pensamiento y de carácter fanáticos. Los penaliza con el poder de su escritura, con la destreza de su talento que estremece a su época. A juicio de Valéry será el primero de los hombres de letras que usó y abusó de la autoridad que las letras le confirieron “… un derribador de ídolos [que] muere siendo un ídolo.”[8]
Un ídolo que comienza su conquista de París con la representación de Edipo, su primera tragedia, en la Comedia Francesa. Gran éxito, y aclamada por la oposición que, debido a su tono anticlerical, relaciona al Regente con la temática del incesto. La audacia de la obra conquista; y, con sus veintidós años, adopta el nombre de Voltaire, dejando el de su familia: Arouet. No se sabe a ciencia cierta de dónde saca su nuevo nombre, algunas versiones lo relacionan con la abreviatura de un apodo, Le volontaire (el voluntarioso) que le fuera dado en su paso por el colegio de los jesuitas, al que fuera mandado por su padre a pesar de su fe jansenista.
Hasta aquí hemos presentado algunas coordenadas que, el comentario de Lacan señalado al inicio de estas notas, nos generó y que nos llevó a valorar la imagen de Voltaire. La misma ha sido vista por numerosos estudiosos como la del apóstol de una religiosidad, el deísmo. Deísmo condensado en los postulados de la existencia de Dios y la libertad e inmortalidad del alma. “Si Dios no existiera habría que inventarlo.” Ya que, en vida Voltaire, se consideró como una suerte de formador cristiano. “He hecho más en mi tiempo que Lutero y Calvino”. Recordemos también que, en sus últimos años, levantó una capilla –Deo erxit Voltaire− a ese Dios de la razón suprema, y cabe relacionar que encabezó sus cartas con la consigna Ecrasez l´infame (Aplastad a la –o al− infame), dejando la incógnita de si se trataba en general, de la superstición y el oscurantismo, o en particular, de la iglesia.
IV
El año 1755 señala el inicio de la segunda gran etapa de la vida de Voltaire, momento en que bajo la profunda impresión que le causó el terremoto de Lisboa, escribe el poema sobre El desastre de Lisboa y Cándido, aprovechando el fenómeno sísmico para ridiculizar las teorías de Leibniz, y cuestionar el sentido cristiano de la providencia. También encontramos en su sátira, reflejados diversos acontecimientos de la época, como la guerra de los siete años, las derrotas francesas, y lo absurdo de las diversas alianzas, donde el enemigo de ayer es el amigo de hoy, así como su decepción ante el rechazo de sus propuestas de cambios y reformas políticas, sin dejar de lado sus diversas campañas contra los enciclopedistas. Variedad de hechos absurdos que aparecen bajo la cándida mirada del personaje, presentado casi como un niño que asiste atónito e impotente al espectáculo de la locura que lo rodea. Personaje que ante lo absurdo de los sucesos que le acontecen, denuncia no sólo al sistema de Leibniz sino también a las diversas convenciones en las que se basan los hombres para justificar sus acciones injustas.
Cabe la pregunta sobre porqué la elección de un género considerado menor por parte de Voltaire, para presentar su crítica a Leibniz. La respuesta parece ubicarse con relación a la prudencia del autor ante el poder político y religioso que lo jaqueó a lo largo de su vida, pero también tiene su peso el hecho de que el género elegido le permitió la ironía necesaria para burlarse de esos mismos poderes.
Como muestra citemos un fragmento de una de sus cartas en donde niega la paternidad del relato: “Al fin leí Cándido: tienen que haber perdido el juicio para atribuirme semejante majadería: tengo, a Dios gracias, mejores ocupaciones. Si alguna vez llegara a excusar a la Inquisición, les perdonaría a los inquisidores de Portugal el haber ahorcado al razonador Pangloss por haber defendido el optimismo.”[9] Negar su paternidad, escribir con nombres supuestos, presentar su narración como una traducción, etc., no podían ocultar su presencia y su autoría reflejadas en el estilo mismo, recordemos “es el hombre mismo.” Un estilo que tiene en Cándido su unidad, en la ridiculización del sistema de Leibniz, a través de esquematizar y en algunos casos distorsionar ese pensamiento −según comentaristas. Una unidad en donde se van enlazando diversas problemáticas que la ficción le permite a Voltaire describir y que pasarán desapercibidas en su época; baste como ejemplo la pregunta de Rousseau: ¿es Cándido una proclamación de ateísmo? Creemos encontrar la respuesta en el texto, en las páginas dedicadas a Eldorado, donde el personaje interroga al anciano sobre sus creencias y a ellas remitimos al lector. Otra problemática que es eje en el texto, es la finalidad del hombre, que se refleja en el diálogo con el Derviche.
“Cándido: Maestro, venimos a rogaros que nos digas por qué ha sido formado un animal tan extraño como el hombre.
Derviche: ¿A ti qué te importa, acaso es asunto tuyo?
Cándido: Pero… hay un mal horrendo en la tierra.
Pangloss: ¿Entonces qué hay que hacer?
Derviche: Callarse.”
Finalmente, luego de las innumerables desgracias acontecidas a Cándido, Voltaire da fin a la historia poniendo en boca de Pangloss (es decir, de Leibniz), el encadenamiento de todos los sinsabores bajo el mejor de los mundos posibles, en tanto ellos han llevado a Cándido a su “destino”. Cándido responde: “bien hablado, pero es menester labrar nuestra huerta.”[10] Llamando al trabajo en la naturaleza, a cultivar. La experiencia en Fernev muestra a las claras la pasión de Voltaire por la tierra. Recomendamos al lector el ejercicio de acompañar la lectura de Cándido haciéndose una lista de semblantes, y de su destrucción por parte de Voltaire, con relación a los acontecimientos de la vida del personaje; veremos así cómo esto atraviesa toda la novela bajo el estribillo “todo es óptimo”. Sin embargo, el contraste entre estas palabras y las imágenes que nos presenta, ubican la pulsión de muerte y destruye toda posibilidad del optimismo de las luces.
“Voltaire, que pasa en general por un pequeño tunante se sostenía allí duro como el hierro.”[11] Duro como un hierro, campo unificante para Voltaire, campo de la razón suficiente como último sentido. Pero no sin humor, y transmitiendo que puede ser muy divertido pensar por cuenta propia como lo ejemplifica su cuento Zadig o el destino, donde Voltaire nos muestra su manera no conformista de encarar las cosas.
Me atrevo a sostener que hoy Voltaire levantaría su pluma y su ironía en contra del aserto “esto es lo que hay” que sostiene el neoliberalismo, la infamia de nuestros días.
Aníbal Leserre es psicoanalista, reside en Buenos Aires.
AME EOL AMP – AE periodo 1996-99. Autor de: A cada uno…, El deseo del analista, una cuestión de horizonte, entre otros y la novela Contra el destino…
Notas bibliográficas:
[1] Lacan, J., Escritos, “Obertura de esta recopilación”. Siglo XXI, Buenos Aires, 1971. [2] Lacan, J., El seminario, Libro 20, Aun, cap. “Del Barroco”, Paidós, Buenos Aires, 1992, p. 132. [3] Miller, J.-A., “Patapum: Sobre el fracaso de las luces, en Uno por Uno N° 32, Octubre-Noviembre, 1992. [4] Babini, J., El siglo de las luces: ciencia y técnica, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1971. [5] Valéry, P., “Voltaire” en Estudios literarios, Visor, Madrid, 1995. [6] Vale como ejemplo el cap. VI “Del magnífico auto de fe que se hizo para que cesara el terremoto y de los doscientos azotes que pegaron a Cándido. Voltaire, Cándido, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1969. [7] Valéry, P., “Voltaire”, op.cit. [8] Ibíd. [9] Citada en Voltaire, Cándido. Micromegas. Zadio, Cátedra, Madrid, 1994. [10] Voltaire, Cándido, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1969. [11] Lacan, J., El Seminario, Libro 16, De otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008.