Olga González de Molina – El desorden de lo real en el siglo XXI

En una de las conferencias tendientes a organizar uno de los Encuentros internacionales del Campo Freudiano, año 2012, Jacques-Alain Miller escribe un título singular que adquiere su sentido actualmente, El desorden de lo real en el siglo XXI.

En esa conferencia anunció, como en la nostalgia de un oráculo posible, que se avecinaba para el mundo una tormenta –no pasajera, ni discursiva esta vez– sino generada, sin querer, por la conjunción de la ciencia y sus intervenciones en la naturaleza: En el clima por un lado, y por el otro, en el capitalismo, ocupado en sostener el poder económico, del que dicen que es para proveer al hombre de lo que necesita y que son los recursos que mueven al mundo. Pero esta vez, lo detuvieron.

Ciencia y capitalismo en una conjunción que culminó en el desorden de lo real que afectó el orden previsto de la naturaleza. Las consecuencias de ese desborde fueron muchas, suficientes para generar el terreno propicio para la eclosión de una epidemia. Que fue finalmente pandemia.

Y un día cualquiera nos enteramos que vivíamos en peligro.

Y en un instante nos llegaron mensajes con principios discursivos sosteniendo cómo generar capital necesario para… Ya no interesa.

La naturaleza, que no obedece leyes discursivas, mostró su cara más dura, su desorden más imprevisible… y la ciencia se asombró del poder de expansión de la pandemia, y los sistemas de poder advirtieron que hubiera sido mejor aportar antes, el capital a la investigación científica seria, y no cosmética, pero de todas esas buenas intensiones, el mundo está plagado, intoxicado. Las buenas intenciones, no alcanzaron esta vez y la naturaleza, dejó al descubierto un desorden natural, posibilidad que no se había investigado y para la que no se habían asignado recursos para prevenir sus efectos sobre ‘lo humano’.

Y como en toda guerra, los que pierden son los mismos, soldados rasos de la economía y de los valores humanos que sostienen todos los días los ciudadanos, permítaseme usar ese título, ciudadanos sin poder ni gloria.

El instante del asombro dejó lugar a la detención de la perplejidad, ninguna explicación dejó espacio al sujeto para situarse en el rumbo cotidiano de hacer la vida… razonablemente esperable. Todo es razonable, no se puede prevenir la expansión de un virus. Pero sí generar los medios para proteger a los ciudadanos de las consecuencias de la expansión. El tiempo de la urgencia se anunció con la necesidad extrema de proveer a los sistemas sanitarios de lo necesario, pero en muchísimos casos llegaron tarde.

El espacio, construido imaginariamente de un mundo, sin fronteras impuestas, desde la caída del muro de Berlín –después de años de servir de símbolo de la caída de una de las tiranías más trágicas del mundo– se redujo en un instante en la simple imagen de la puerta de mi casa, y de todas las casas.

El silencio de la ciencia dejó lugar al espacio inundado de conjeturas nutriendo con esperanzadoras ideas el vacío de su saber sobre: qué viene después. Pero como en las guerras se pone el acento en una defensa muy bien preparada, pero el enemigo es tan fuerte e imprevisible que… será necesario escuchar la voz que en la tele sostiene el mensaje esperado ‘Quedate en casa, el peligro está afuera’. Prima la sensatez.

Pero es necesario decir que el peligro ya había sido enunciado, pero no fue escuchado como en una profecía, que se cumple si no es leída, porque algo de verdad intenta transmitir si se la sabe leer, aún cuando no existan verdades proféticas, sino decires , es necesario saber escuchar. El psicoanálisis sabe de luchas porque tuvo que librar siempre muchas, desde Freud en adelante, lo había anticipado en un sencillo discurso, en “El malestar en la cultura1, y un tiempo después, lo reitera Lacan en el Seminario de La Ética del psicoanálisis, anunciando cómo el hombre se asoma muchas veces a lo que llama, “el campo innombrable del deseo radical”2 , aún con las mejores intenciones.

Claro, que este escrito breve, sólo es el relato de la realidad actual y generado probablemente por el malestar de las consecuencias que sufrimos como ciudadanos y desde ese punto de vista no tendría más sentido que expresar el pesar en lo que nos muestra el mundo hoy. Pero recordé que con Lacan comenzamos a ubicar campos diferentes para referirnos a cómo percibimos el espacio y el tiempo. Recordé, mientras buscaba en mi memoria como encontrar una vías que no sea la de la queja por lo no hecho, en nuestro acontecer como ciudadanos del mundo para prevenir esta realidad, encontré que en un seminario de Lacan podemos leer: “que el espacio implica el tiempo, y el tiempo no es más que una sucesión de instantes de tirón”3 ,que es necesario traducir como un instante de ver, para progresar al comprender; que nuestro espacio y nuestro tiempo como hablantes están íntimamente anudados; y que aún en los callejones sin salida que se presenta actualmente, es nuestro capital más preciado, atento a la subjetividad de la época que nos toca vivir. Es lo que aportamos cada día, esperando que se abran las puertas.

 

Olga González de Molina, psicoanalista, reside en Buenos Aires.

AME Escuela de la Orientación Lacaniana y la AMP. Doctorado Universidad Complutence de Madrid.

 

Notas bibliográficas:

1 Freud, S., (1930)“ El malestar en la cultura“, En Obras completas, Amorrortu, Vol. XXI, Buenos Aires, 1988.

2 Lacan, J., El Seminario, Libro 7, La Ética del Psicoanálisis  Paidós, Buenos Aires, 1981, p.223/4.

3 Lacan, J., Seminario 21 “Les Nom du Père errent”, Clase 3 ( 4/12/73), inédito.

 

 

 

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