Osvaldo L. Delgado – El patriarcado y el empuje al sacrificio

En homenaje a Nora Cortiñas

I

Respecto al patriarcado, he notado que hay un aspecto que no ha sido demasiado interrogado y debatido en la actualidad. Y tratándose la cuestión que desarrollaré, me llama mucho la atención.

Me refiero al padre del sacrificio, aquel del cual vemos y hemos visto demasiados efectos de su presencia. Uno de los más notables es el del sacrificio de los hijos en la ofrenda al padre.

Ya Freud, en Tótem y tabú1, nos habla de dos tiempos, que hay que entenderlos como lógicos. Debe ser pensado el segundo como el primero lógicamente en una perspectiva fantasmática. Las honras al padre sacrificador que permiten distanciarse de las mujeres, construyen en los rituales, vía el sentimiento de culpa, a ese protopadre.

Por esto es que Freud va a desplazar en El yo y el ello2 al sentimiento inconsciente de culpabilidad en el núcleo del síntoma, y va a ubicar en su lugar a la necesidad de castigo.

Efectivamente, esto no es sin el fantasma pegan a un niño3 y su fundamental segundo tiempo. Recordemos que Freud anuda allí masoquismo moral y femenino, y que femenino no tiene nada que ver con femineidad.  La libido es siempre activa, sea cual sea la elección de posición sexuada, y el fantasma es siempre de finalidad pasiva, sea la elección sexuada que sea.

Lacan nos va a decir en lo que llama la “Historieta de Cristo” que este se dio la tarea no de salvar a los hombres, sino a Dios, y “pagó lo suyo por ello: ‘Padre, ¿por qué me has abandonado?’”.

“Freud, afortunadamente, nos brindó una interpretación necesaria (que no cesa de escribirse, como definió a los necesario) del asesinato del hijo como base de la religión de la gracia. No lo dijo del todo así, pero marcó bien que ese asesinato era un modo de denegación que constituye una forma posible de la confesión de la verdad. Freud salva así, de nuevo, al padre. En lo cual imita a Jesucristo”4.

Indudablemente, el punto crucial de la argumentación de Lacan en el capítulo “Del barroco” es que la encarnación del padre en el cuerpo de Cristo como pasión sufrida, va a dar cuenta del goce de Dios mismo.

Kierkegaard lo dice claramente: (Abraham) “desde el momento mismo en que se decide a sacrificar a Isaac, la expresión ética de su acción se puede resumir con estas palabras: odia a Isaac. Pero si verdaderamente odiase a su hijo, es seguro que Dios no le pediría una acción semejante, pues no es idéntico a Caín. Es necesario que ame a Isaac con toda su alma, y amarle aun más (si ello es posible) en el momento mismo que Dios se lo exige, sólo entonces estará en condiciones de sacrificarlo”5.

Por eso, citando a Pascal, Miller va a decir que “Dios no es un sujeto supuesto saber, sino un Dios con un deseo, y finalmente que los Nombres del Padre son cuentos que tratan de explicar la transferencia del goce hacia el Otro; esos son los Nombres del Padre”6.

II

Llegado a este punto, pasamos a interrogar cómo el neoliberalismo contemporáneo se ha anoticiado completamente de esta cuestión, por eso se puede gozar del odio sin velos tal como lo formula Aristóteles en su Retórica. Es en ese texto donde va a formular que el que está indignado sufre, pero el que odia, no. Sólo quiere que el otro no exista.

Sabemos, a partir de Lacan, de la conjunción de Kant con Sade, de tal modo que podemos leer en el testimonio de Eichmann en Jerusalén la particular interpretación del imperativo kantiano, a pesar de confesar que era un gran lector de la Crítica de la razón práctica. Según lo que nos transmitió Arendt, Eichmann había actuado de acuerdo al imperativo categórico.

Todo hace pensar que para él, el Führer seguía viviendo después del suicidio y de la capitulación de Alemania, ya que asesina a cientos de judíos posteriormente. “Es la forclusión de todo deseo, de toda modalidad que pueda provenir del amor”, según la expresión de J. A. Miller en Lakant7.

Diego Tatián, siguiendo a Spinoza en la referencia de este a Aristóteles, se va a referir a que “finalmente el iracundo, que a diferencia de quien odia, experimenta él también pesar (busca causar un mal a quien es objeto de su ira), el que odia desea que el objeto odiado no exista”8.

La posverdad se ha develado tal como lo que es: la canallada más despiadada siguiéndole los pasos a Goebbels en la época del reinado del mercado financiero.

Más allá de las categorías hegeliano-marxistas, como decía Lacan, la terrible ofrenda a los dioses oscuros se puede expresar en la servidumbre voluntaria, como lo ha formulado lúcidamente Etienne de la Boétie, en Discurso sobre la servidumbre voluntaria9, donde se da cuenta de ese empuje al sacrificio, al goce oscuro.

Además, se mata y se muere en nombre de Dios, como afirma Jacques-Alain Miller, y se puede formular como el presidente de Brasil: “somos terriblemente cristianos”, fórmula que puede tomar el valor simbólico de la época. Ya que podemos ser amados por buscar y consentir al sacrificio de una vida de miseria sin límites.

No se trata acaso de una caída del patriarcado, sino de una versión absolutamente cruel.

Lacan lo denominó en “Los no incautos yerran”, no como declinación del Nombre del Padre, sino forclusión y su retorno en lo real como ley de hierro.

III

Jacques Alain Miller dice lúcidamente que tenemos que salir del reino del Nombre del Padre, que se trata de lo intolerable del padre para nuestra civilización, en el texto “Feminismos”10.

La salida del patriarcado es un gran avance de la civilización. Pero como toda subversión, debemos estar atentos a sus efectos y consecuencias, a sus impasses y desvíos.

Finalmente, el régimen venturoso del no todo, ¿elimina el empuje al sacrificio en las pasiones singulares y en el destino de las comunidades?

Es más acorde al psicoanálisis y a los Derechos Humanos, eso seguro que sí.

Un psicoanálisis, uno por uno, orientado por una clínica del sinthome, sí puede resolver la pasión fantasmática del sacrificio. El canalla, ídolo del neoliberalismo, no es analizable, se lo impide su ética del mal.

IV

Más allá del uno por uno y la propuesta del último Lacan para la resolución de la posición de goce, debemos plantear otras cuestiones con relación a los colectivos sociales.

Para decirlo de una vez, el neoliberalismo es un proyecto totalitario, enmarcado en el odio.

Tomemos sólo estos ejemplos: el desempleo, los bajos salarios, la miseria de los jubilados y la desnutrición infantil son un lento genocidio en nuestra Argentina de hoy; en vez de cámaras de gas, el Mediterráneo convertido en sepultura de miles de inmigrantes; la frontera de México con Estados Unidos convertida en un cerco donde se arrancan los hijos a sus padres y se los hacina en campos de detención; las masacres en Siria y los fundamentalismos en el mundo árabe como respuesta; el crecimiento vertiginoso de partidos fascistas en Europa.

El llamado mundo occidental y nuestra Latinoamérica están siendo objeto de una pasión oscura, que promueve el sacrificio de millones de seres. Se trata de una ética del mal con la trama del mercado financiero.

Se alienta el sacrificio mediante operaciones masivas de comunicación, buscando producir sujetos como desechos humanos que se encaminen a un holocausto de masas, adormecidos y sugestionados.

Hoy los guardias de los campos de concentración son periodistas, jueces, fiscales, ciertos políticos, CEOs, gendarmes. Se trata de la universalización de lo que postula Kant como el mal radical, en su texto “La religión dentro de los límites de la mera razón”. ¿Y cuál es el látigo neoliberal? Las mentiras seguidas de decepciones, y el arrasamiento acelerado de todos los derechos, según mi colega Miguel Furman, el poder sabe cómo angustiar para paralizar y debilitar la voluntad liberadora.

El presente y el futuro cercano se encaminan a la construcción de sociedades neofascistas. ¿Cuál será nuestro ghetto de Varsovia?, para que no acontezca lo que formula el personaje llamado Barsut, en Los siete locos11 de Roberto Arlt: “(…) ¿cómo es posible que la gente no se haya dado cuenta de la extraordinaria belleza que hay en ese acto (…) en el de quemar vivo a un hombre? Y por no creer en Dios, ¿se da cuenta usted? Por no creer en Dios”. En el dios oscuro.

 

Osvaldo L. Delgado es psicoanalista, reside en Buenos Aires

Doctor en Psicología, Universidad de Buenos Aires, Analista Miembro de La Escuela de la Orientación Lacaniana y de la AMP, Docente del ICdeBA y de la Maestría en Psicoanálisis del ICdeBA-UNSAM, Profesor Titular Cátedra I de Psicoanálisis Freud, Director del Dispositivo Asistencial de Psicoanálisis y Derechos Humanos del Hospital de Clínicas, CABA.

 

Notas bibliográficas:

1Freud, S. (1913) “Tótem y tabú“, En Obras completas, Amorrortu. Vol. XIII, Buenos Aires, 1986.

2Freud, S. (1923) “El yo y el ello“, En Obras completas, Amorrortu. Vol. XIX, Buenos Aires, 1984.

3Freud, S. (1919) “Pegan a un niño“, En Obras completas, Amorrortu. Vol. XVII, Buenos Aires, 1988.

4Lacan, J.: (1972) Seminario 20: Aún. Barcelona: Paidós, p.131/2, 1981.

5Kierkegaard, S. (1843) Temor y temblor, JCE ediciones, Buenos Aires, p.98, 2008.

6Miller, J. A., Comentario del seminario inexistente, Manantial, Buenos Aires, p.41, 1992.

7Miller, J. A., Lakant, Grama, Buenos Aires, 2000.

8Tatián D., La cautela del salvaje. Pasiones y política en Spinoza. Adriana Hidalgo editora Buenos Aires, p.94, 2001.

9De La Boétie, E. (1576) Discurso sobre la servidumbre voluntaria, Las cuarenta, Buenos Aires, 2010

10Miller, J. A., Feminismos, Grama, Buenos Aires, 2018.

11Arlt, R. , (1929) Los siete locos, Barenhaus, Buenos Aires.

 

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