Días atrás tuve la oportunidad de mirar por Netflix una serie de documentales llamada Tales by light. Los primeros capítulos, promovidos por Unicef, nos acercaban las realidades de lxs niñxs más pobres de los países más pobres. Protagonizado por el actor Orlando Bloom como “embajador de buena voluntad” de Unicef, y un fotógrafo reconocido. La lente lograba eternizar con efectividad y belleza estética los rasgos de la situación que se presentaba. Difícil describir la crudeza que las imágenes mostraban. El documental se inscribe en el marco de una siempre ‘bien intencionada’ campaña de Unicef para ‘despertar conciencias’. Las mejores fotos obtenidas terminaban su círculo convertidas en inmensos carteles luminosos, exhibidos en las calles de N.Y. Las imágenes además estaban acompañadas por alguna frase marketinera: “Para cada niño, seguridad”; “Para cada niño, esperanza”; “Para cada niño, un champion” (tal la palabra elegida en inglés para enmarcar la foto de Bloom abrazando a un niño. Elijo dejarla en inglés porque su traducción es equívoca y seguramente no es casual su uso: como sustantivo champion puede significar ‘protector, promotor’, pero como adjetivo, y he aquí su acepción más habitual, significa ‘campeón’. Todo estaba en su lugar: el niño pobre del país remoto abrazado por el champion americano. El periplo bien intencionado había convertido a las realidades más ominosas en carteles dignos de una publicidad de Benetton, ofreciéndoles a lxs ciudadanxs de la 5ª avenida un encuentro edulcorado con lo real del capitalismo que habitan.
Una frase del final del capítulo, completó la composición que se venía armando en mi cabeza: “Las personas pueden verlos y motivarse a querer ayudar a generar el cambio”.
Todo el documental había sido armado para despertar la conciencia OeNeGeista de los espectadores y adormecer la conciencia política. Hablar de pobreza no es despertar conciencia, muchas veces puede ser incluso lo contrario. La verdad que subyace tras este tipo de iniciativas es el adormecimiento de la pregunta por la causa. Sabemos que tal pregunta es siempre de difícil aparición, en el plano singular pero también en el social; y tanto en uno como en otro, lo es por motivos estructurales. En el plano de la singularidad el agujero de la causa es velado con una respuesta fantasmática de aceptable efectividad que solo se interroga en los momentos que esa efectividad tambalea. En cuanto a lo social habría que pensar si a la causa le corresponde tal agujero -no estoy tan segura de ello- pero lo que se vuelve evidente es la estructura por la cual la pregunta queda obturada. El desplazamiento de las responsabilidades de lo social a lo individual resulta un buen tapón. El éxito o el fracaso son explicados en términos de ‘meritocracia’, entonces la solución a los problemas de la pobreza sería una responsabilidad individual y no política: “Las personas pueden verlos y motivarse a querer ayudar a generar el cambio”. Adjudicar a las personas la responsabilidad de generar el cambio sobre la pobreza del mundo es cínico pero no inocente. Por supuesto que toda época y todo modelo produce su malestar, pero este es en el que estamos inmersos y el que elijo pensar.
Si queremos entender el fenómeno de la pobreza comencemos por hablar de la riqueza. En nuestro documental eso quedaba estratégicamente omitido, y con esa omisión, se eludía hablar de modelos, de políticas sociales, económicas, distributivas.
La economía se ha convertido en la variable que organiza lo político, lo social, incluso al aparato del Estado. Lo económico parece ser el principio y el fin del modelo. Sin embargo, “el neoliberalismo no es el reino de la economía suprimiendo la política, sino la creación de un mundo político que surge como proyección de las reglas y requerimientos del mercado de competencia”1. “La creación de un mundo político” implica que para cumplir con los objetivos económicos es preciso ocuparse de la construcción de la subjetividad. En esta nueva subjetividad, el individuo se trata a sí mismo como un producto más del mercado consintiendo a convertirse, en palabras de Byung-Chul Han, en un sujeto de rendimiento (cuánto gana, cuánto pesa, cuánto produce, cuántos pasos camina por día…). Vacío, soledad, depresión, exigencia, violencia, angustia, pánico, son algunas de las respuestas sintomáticas que se evidencian. El tratamiento también es por la vía del exceso: todxs medicados. El agujero de la estructura subjetiva no solo no se colma con los gadgets del mercado, sino que incluso, con su mascarada de solución, lo profundiza. La lógica del exceso ha vuelto a los gadgets objetos de la necesidad y es sobre los cuerpos que recae esta aparente necesidad. Se constata además que esta lógica atraviesa a todas las clases sociales con igual fuerza. El neoliberalismo también es una laminilla que lo cubre todo con sus aparatos ideológicos.
El capitalismo, en su forma neoliberal, marida bien con el empuje superyoico al goce, produciendo encuentros cada vez más cercanos con el más allá del placer. La farsa de la ‘libertad individual’ y ‘la igualdad de oportunidades’ retorna bajo la forma feroz del ‘sálvese quien pueda’. Parafraseando a Lacan, a la fascinación por el goce que promete el capitalismo “se entra por las cosquillas y se termina en la parrilla”2.
Paula Gil, es psicoanalista, reside en Buenos Aires.
Miembro de la EOL y la AMP.
Notas:
1 Gago, Verónica; La razón neoliberal: economías barrocas y pragmática popular, Tinta Limón, Bs. As., 2014. p. 202.
2 Lacan, J.; El Seminario: Libro 17, Paidós, Bs.As., 1992, p.77