Jacques Rancière – “Odio  a la democracia”. Comentario por: Marcela Beatriz Gutman.

“Odio a la Democracia” es un título muy sugerente que invita a leerlo. Nada menos distante, podría pensarse, entre el odio y la democracia.

El odio es una pasión. Y es este el rasgo que me interesa destacar y explorar del texto. Tomé ciertas citas e ideas  para ejemplificar su argumento.

Comienza Rancière por comentar hechos sucedidos en Francia en carácter de subversiones, insubordinaciones sociales, políticas, educativas, mediáticas, sexuales, tecnológicas. Estas cuestiones, considero, son actuales. Las toma Rancière para desplegar su tesis.

Dice: “todos esos síntomas traducen una misma enfermedad, todos esos efectos tienen una sola causa. Esta causa se llama democracia, es decir, el reinado de los deseos ilimitados de los individuos en la sociedad de masas moderna”[1]. Idea casi central de su tesis.

Opone la democracia a la ley divina revelada, la civilización.

Por otro lado, atribuye a la democracia, por su tesis misma, el caos, la libertad y “la libertad de obrar mal”[2], exceso, imposibilidad. Fue al principio, dice, un oxímoron.

Sabemos, y Rancière nos  advierte, acerca de guerras hechas en nombre de la democracia y dentro de la democracia, “porque la democracia no es lo idílico del gobierno del pueblo por el pueblo, porque es desorden de pasiones ávidas de satisfacción”[3]. He aquí la mención que  Rancière refiere  a la democracia como pasión.

Es esta una paradoja, dice Rancière, consecuencia de “una perversión inherente a la civilización misma”[4]. La democracia, en tanto equívoco, es “el único nombre del mal que nos corrompe”[5], “catástrofe antropológica, una autodestrucción de la humanidad”[6].

En sí dice, la democracia  es un “escándalo”. Pero intenta “redescubrir el vigor y la contundencia de esta idea”[7].

Alinea la democracia a la política diciendo que  “la política es el fundamento del poder de gobernar en ausencia de fundamento”[8]. No deja esto de hacernos recordar la afirmación de Freud acerca de la imposibilidad de gobernar, educar y psicoanalizar.

“La democracia moderna significa la destrucción del límite político por la ley de ilimitación propia de la sociedad moderna”[9] lo cual es ayudado por la técnica como “invención moderna por excelencia”[10].

En este punto Rancière introduce el ejemplo del genocidio nazi que proponía desembarazarse del pueblo judío portador de transmisión, tradición, filiación y nombre a través de la técnica y opuestos según él a la democracia. Por siniestra que nos parezca esta idea, es desplegada rigurosamente por Rancière.

En relación a los Derechos del Hombre y relacionado también a la democracia, Rancière cita  a Hannah Arendt para quien “los derechos del hombre son una ilusión puesto que son los derechos de ese hombre desnudo que carece de derechos”[11].

 Esto “inspiró el análisis de Giorgio Agamben para quien el contenido real de nuestra democracia es el “estado de excepción”. Lo que declina en: “los derechos del hombre son los derechos de los individuos egoístas de la sociedad burguesa”[12]. Individuos egoístas como consumidores ávidos, narcisistas.

Democracia, entonces, como capricho, azar y desamparo.

Dice: “el que nos gobierna es un “hombre-Dios-muerto”. Y este no puede gobernar sino haciéndose garante de los “pequeños goces” que monetizan nuestro gran desamparo de huérfanos condenados a vagar por el imperio del vacío”[13].

No obstante esto, el proceso democrático, dice, implica formas de invención de subjetivación. Y es esta idea la que puede orientar al psicoanálisis en su relación con la política.

Rancière nos ofrece un panorama muy sombrío de la democracia pero nos ilumina (al menos así lo creo luego de leído el texto) acerca de las encrucijadas a las que la democracia y el Estado de derecho nos confrontan. Nos aporta, por otro lado considero, elucidaciones acerca de la relación entre psicoanálisis y política y acerca de la incidencia del psicoanálisis en la política.

Culmina: “Pero en los que saben compartir con cualquiera el poder  igual de inteligencia puede suscitar, a la inversa, coraje y, por lo tanto, alegría”[14].

Inteligencia, coraje y alegría puede ser lo que nos ofrece Rancière en su texto para hacer del odio a la democracia (pasión triste) una pasión alegre, tal como nos sugieren variados textos introductorios y relativos al Debate Zadig, lo cual puede orientar para continuar con esa vía. Como decía Rancière: “redescubrir el vigor y la contundencia de esta idea”[15].

*Rancière, Jacques, Odio a la democracia, Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2012.

Marcela Gutman es psicoanalista, reside en Buenos Aires.

Miembro Adherente de la Escuela de Orientación Lacaniana, Licenciada en Ciencias de la Educación, Integrante del Nudo Política-Extimidad de la Red Zadig Argentina.

Notas bibliográficas.

[1] P. 9.

[2] P. 16.

[3] P. 16.

[4] P. 20.

[5] P. 20.

[6] P. 41.

[7] P. 41.

[8] P. 47.

[9] P. 21.

[10] P. 21.

[11] P. 30.

[12] P. 31.

[13] P. 51.

[14] P. 138.

[15] P. 6.

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