Más allá de la ironía
Los psicoanalistas, por lo menos es lo que siempre se pensó, son irónicos en relación a los grandes ideales políticos, y el apoyo que dan a esos ideales ha sido, a lo sumo, de carácter táctico. En principio, ningún ideal los representa, no tanto porque se ocupan de lo individual, del uno por uno, mientras que los grandes ideales se refieren a un todo supuesto; sino porque el ejercicio de la política, en el sentido banal del término, se hace, casi naturalmente, a costa de la verdad.
Pero, ¿cómo se puede entender lo que sería, en la práctica, una presencia de los psicoanalistas (como psicoanalistas, no como ciudadanos) en la política? Podemos partir de lo siguiente: el funcionamiento democrático que incluye, antes de todo, el derecho de mantener hablas diferentes, es la primera condición política para que el psicoanálisis pueda “traer algo para la humanidad”, como se expresó Miller.
Si eso es verdad, la lucha por la democracia es un deber elemental del psicoanalista: no como un gran ideal que nunca será alcanzado, sino como la práctica de una conversación permanente. Eso no se debe simplemente al apego que cada uno de nosotros tiene en relación a la libertad, sin la cual, decía Lacan, “los pueblos están en duelo”[1]. Se debe también al hecho de que toda situación perdurable de autoritarismo degrada el uso de la lengua, como lo demostró Victor Klemperer en su importante estudio sobre el lenguaje burocrático en el Tercer Reich[2]. Y los psicoanalistas son, creo poder decirlo, responsables en parte por el bien decir, individual y colectivo.
El diablo existe
Jacques-Alain Miller coordinó, como se sabe, una amplia lucha contra la candidatura de Marine Le Pen, del Front National, a la presidencia de Francia. Varios foros de discusión fueron organizados, decenas de personas tomaron la palabra, y a partir de ellos pudimos reforzar la idea de que entre los varios segmentos de la democracia de un lado, y el fascismo del otro, hay un abismo que es necesario profundizar. En la imagen usada por los franceses, era necesario no permitir que Marine Le Pen y su partido sufriesen una ‘desdemonización’. Era necesario no permitir que estuviese en vigor la vieja táctica del diablo, apuntada por Baudelaire, de intentar convencernos de que no existe.
El fascismo existe, bajo formas sin duda diferentes del de los años treinta y cuarenta, y alimenta siempre la idea de que la política y el poder son, antes que nada, aplicaciones de una violencia selectiva, es decir, de una violencia que rompe selectivamente con lo universal de la ley. Para el fascismo, basta con que se invente una mayoría mítica, llamada, por ejemplo, de la ‘gente de bien’ (esta expresión fue usada en Brasil, en el auge de las manifestaciones por la destitución de la presidenta Dilma Rousseff), y que se contraponga a esa mayoría mítica una escoria que en rigor no debería existir. Sino como escoria, justamente.
Cuando, por ejemplo, el diputado Jair Bolsonaro, representante de la extrema derecha brasileña y partidario de la dictadura, afirma en una conferencia que los quilombolas (descendientes de los antiguos esclavos huidos del cautiverio) “no sirven para nada, ni para procrear”, él está incentivando el exterminio, sepa sobre eso o no.
Por increíble que pueda parecer, eso funciona como propaganda, porque carga en sí el verdadero alimento del fascismo: el odio de la diferencia (la otra cara del “odio de sí”, que Eric Laurent puso en evidencia recientemente), sentimiento prepolítico cuya frontera es trazada por quien tiene el poder de trazar: del lado de acá la ‘gente de bien’, y del otro, aquellos a los cuales se les supone un goce bárbaro: indios, habitantes de la favela, inmigrantes, homosexuales y LGBT en general, miembros de las religiones afrobrasileñas, habitantes del nordeste del Brasil, etc …
Esas diferencias probablemente nunca serán eliminadas –y quizás muchos de los fascistas lo sepan–, pero poco importa, es necesario para ellos que esa bandera permanezca en el horizonte, como promesa de una conciliación final de la supuesta élite.
Romildo do Rêgo Barros es psicoanalista, reside en Río de Janeiro.
Miembro (AME) de EBP-AMP. Fue Presidente del Consejo de la EBP. Trabajos publicados en varias revistas del Campo Freudiano. Es autor de “Compulsões e Obsessões – Uma Neurose de Futuro” – Editora Civilização Brasileira.
Traducción de: Ana Paula Britto
Notas bibliográficas:
[1] Lacan, J., “Kant com Sade”, Escritos, Jorge Zahar Editor, Rio de Janeiro, 1998, p. 779.
[2] Klemperer, V., LTI: a linguagem do Terceiro Reich. Editora Contraponto, Rio de Janeiro.