Silvia Ons – El feminismo que marcó mi infancia

Hay tantas versiones sobre lo que se entiende por feminismo, tantas significaciones y momentos históricos, como quizás diversidad de mujeres de las que Lacan dijo que habría que contar una por una. Hablaré sobre el que marcó mi infancia como la de tantas mujeres de mi generación, hijas de madres amas de casa, con ideales fuertes relacionados con la cultura, lectoras ávidas e insatisfechas del lugar que ocupaban. Es que esas influencias junto con la “liberación sexual” de los 60 y la militancia de los 70 hicieron –en parte– de mí y de tantas otras las que fuimos y las que somos.

Mi madre solía verbalizar poemas y seguramente la soledad de sus lecturas y cierta ansia por compartirlas hacían que yo me enterase de ellas desde pequeña. Así nombres –entre otros– como Stefan Zweig, Thomas Mann, Dostoievski me eran familiares, como el de Nietzsche tan preciado en la vanguardia juvenil a la que mi madre había pertenecido y Jung, Adler y Freud ya que lo poco que había oído ella del psicoanálisis le fascinaba por el misterio que atesoraba. Así, escritores y escritores eran mencionados cada vez que me llevaba junto con mi hermano a su paseo favorito que consistía en una librería de libros usados de la calle Gaona donde el gran festín estaba ubicado de manera desprolija en unos anaqueles viejos que brillaban ante sus ojos. Hasta recuerdo el rostro del librero que, gran sabedor, conocía lo que era valioso y por ser mi madre una asidua visitante del lugar no era difícil adivinar fácilmente sus gustos. También había revistas para niños y mientras yo me entretenía con la pequeña Lulú y mi hermanito con su gato Félix, mi madre y el señor revisaban lo último que había llegado. En una mesa estaban apilados esos más recientes como el gran banquete al que ella se aproximaba, olores inolvidables destilaban esas páginas. Nunca visité en mi infancia otra librería que no fuese esa, la de libros usados que cada vez que se leían se cambiaban por otros, eran baratos y mi padre no hubiese permitido gran gasto ya que la lectura le era ajena.

Mi madre siempre repetía los versos de las tres célebres poetizas de América: Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou1 como si ellos expresasen lo más recóndito de su anhelo, su pesar por ser ama de casa esposa de un hombre de negocios. Las tres fueron íconos del feminismo ya que si bien a nivel histórico, hubo marcas mucho más importantes, estas no se extendían a las mujeres de los hogares, como sí esos poemas repetidos. Quiero decir que ellas no conocían ni a la británica Mary Astell ni a Mary Shelley, como tampoco los movimientos anarquistas feministas tan presentes en esos años, aunque fuesen latentes sus influencias. Eran las poesías las que se hacían sentir. Y también en las escuelas: ¿quién no recitó La higuera? Desde el psicoanálisis sabemos de la relevancia de los efectos de resonancia, en mi caso perdura como ninguno uno de los preferidos de mi madre llamado justamente “Mujer”:

Si yo fuera hombre, ¡qué hartazgo de luna,
de sombra y silencio me había de dar!
¡Cómo, noche a noche, solo abularía
por los campos quietos y por frente al mar!

Si yo fuera hombre, ¡qué extraño, qué loco,
tenaz vagabundo que había de ser!
¡Amigo de todos los largos caminos
que invitan a ir lejos para no volver!

Cuando a mí me acosan ansias andariegas
¡qué pena tan honda me da ser mujer!

Las marcas de Rosalía de Castro, primera escritora gallega del siglo XIX cuyo leitmotiv fue la sexualidad y el poder patriarcal, se hacían oír en la prosa de esta gran poetiza uruguaya. En cuanto a Alfonsina Storni nada mejor que sus versos para captar el lugar de una mujer en el supuesto fantasma de un hombre:

Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.

Y, al mismo tiempo el deseo de libertad donde se identifica a la mujer con un pájaro2 capturado por el “hombre pequeñito”:

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar…
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
Déjame saltar.

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
Hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
Ni me entenderás.

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
Ábreme la jaula que quiero escapar;
Hombre pequeñito, te amé media hora,
No me pidas más.

Y aquí su propósito:

Cada día que pasa, más dueña de mí misma,
sobre mí misma cierro mi mirada interior;
en medio de los seres la soledad me abisma.
Ya ni domino esclavos ni tolero señor.

Pero también se dibujaba la figura del hombre-causa que no solo deja volar sino que lo alienta y lo propicia expresado en el bello poema “Pasión”:

Unos besan las sienes, otros besan las manos,
otros besan los ojos, otros besan la boca.
Pero de aquél a éste la diferencia es poca.
No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

Pero, encontrar un día el espíritu sumo,
la condición divina en el pecho de un fuerte,
el hombre en cuya llama quisieras deshacerte
¡como al golpe de viento las columnas de humo!

La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
haga noble tu pecho, generosa tu falda,
y más hondos los surcos creadores de tus sesos.

¡Y la mirada grande, que mientras te ilumine
te encienda al rojo blanco, y te arda, y te calcine
hasta el seco ramaje de los pálidos huesos

 

Lo que el psicoanálisis y la vida enseñan

Muerto mi padre y ella ya “libre” de su dominio, conoció al hombre de sus gustos literarios que sin llegar a ser el de la pasión de Alfonsina se acercaba al modelo pretendido por las feministas de hoy en día. No duró mucho, ella no quiso proseguir argumentando un sinfín de pretextos. Mujer histérica se diría y sin duda lo fue que muestra que los ideales no siempre responden a las fijaciones de goce, si mi padre fue el único hombre de su vida ello no respondía solo a la impronta cultural, ese “dominio” que el ejercía era también objeto de satisfacción inconsciente.

Soy feminista y no por pregonarlo sino por revisar lo que fue mi vida, mis derechos, mi independencia económica, mi vocación fueron –como el de tantas mujeres de mi generación– los pilares de mi vida, ningún hombre haría  que me desviase de esa brújula. Es así que no conocí la jaula del “hombre pequeñito” pero eso no hizo que no tuviese otras jaulas: la de los pensamientos como parásitos del alma y fundamentalmente la de los imperativos superyoicos de los que padecemos las mujeres modernas, que mi madre, contenida en la “prisión” paterna, nunca conoció. Lacan llama al inconsciente discurso del Amo, ese que nos determina sin que exista sujeción externa, el psicoanálisis muestra las quimeras de la liberación, repetimos programas de goce, cadenas que en el mejor de los casos pueden reamarse pero no suprimirse.

 

Silvia Ons es psicoanalista miembro de la EOL y la AMP y ensayista. Reside en Buenos Aires.

Autora de Amor, locura y violencia en el siglo XXI, Comunismo sexual y El cuerpo pornográfico.

 

Notas:

1 Juana de Ibarbourou fue una de las primeras mujeres feministas de América Latina. El feminismo de Ibarbourou es evidente en poemas como “La Higuera”, en el que describe una higuera como más hermosa que los árboles rectos y florecientes a su alrededor.

2 La obra Pájaro de barro, de Samuel Eichelbaum.

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