Stella Jimenez Gordillo – Democracia y psicoanálisis: la vida exige coraje

Los historiadores narran los turbulentos debates que surgieron en la época en que se implantaron las democracias modernas1 (finales del siglo XVIII y principios del XIX). Tradiciones, «naturaleza», costumbres y necesidades fueron algunos de los argumentos invocados para rebatir la posibilidad de un gobierno de representatividad popular. Apoyándose en la historia y en sus ejemplos, los opositores a la idea insistían para que los pueblos fuesen, por vocación, súbditos y no ciudadanos.

Podemos pensar que esto es una verdad, pero no toda. Es verdad que las democracias no solo deben protegerse contra personas o instituciones con vocación autoritaria – líderes autocráticos, fuerzas armadas, potencias extranjeras, etc., que eventualmente quieran imponerse para establecer dictaduras o tiranías – sino que también deben protegerse contra el deseo consciente o inconsciente de los sujetos para establecer a alguien en el lugar de su Ideal del yo, contra la dificultad de pensar por sí mismos, contra la fantasía de que el orden y la jerarquía son necesarios para protegerse de los peligros de la vida, contra el goce de la servidumbre voluntaria, contra el que augura Lacan, poniendo en duda la previsión de Hegel2: «el goce es fácil para el esclavo y dejará el trabajo en la servidumbre”3. Y, last but not least, teniendo en cuenta la posibilidad del ser hablante de mirarse a sí mismo fuera de su lugar, las democracias también deben protegerse contra la capacidad que los sujetos tienen para gozar, identificándose con el opresor y con el placer sádico que se ejerce sobre ellos. Estos son algunos de los motivos por los cuales las personas eligen ser conducidas, aunque sea para lo peor.

Todavía hay goces que hacen alianza con el deseo de dominar de algunas personas, mediante el cuerpo de los otros, lo que, en el fondo, no pueden dominar en sí mismos. Lacan nos muestra el juego de palabras que en francés aparece en Maestro, maitre, m’être. Lacan ironiza diciendo que la verdad del Maestro (Señor, Amo, que no debe confundirse con un profesor ni con un posgrado) es que la verdad quiere me ser, para lograr lo imposible de la unidad y del dominio de su propio cuerpo.

Pero, como dije antes, estas tendencias humanas son ciertas, pero no son toda la verdad. Hay otras propensiones.

Poco tiempo después del comienzo de las democracias modernas y, posiblemente, facilitado por otras revoluciones anteriores del conocimiento, surgió un gran estudioso del psiquismo, Freud, que mostró al mundo que el hombre no es dueño de sus pensamientos, sino que estos pensamientos son generados en un Otro lugar, en el inconsciente. Lacan, a continuación, demostró que el inconsciente tampoco es dominante, ya que no hay un lugar central. No existe un lugar «dominante», como el hombre se esforzaba en creer. El hombre, LOM, como lo llama Lacan con cierta ironía, lejos de ser una unidad dirigida por una racionalidad superior, es mucho más un conjunto desagregado de «piezas sueltas» que, como dijo J. A Miller, está constituido por tres redondeles de hilo que solo conforman un nudo borromeo, en la medida en que cada uno de ellos se considera como extranjero para los otros dos.

Las ideas de jerarquías, de superioridad, de supremacía están apoyadas por el prejuicio de que hay un dominio y un centro. Son proyecciones en el exterior que el narcisismo del hombre quiere para sí mismo: m’être.

 La idea de democracia, por el contrario, se opone a este prejuicio. Idealmente, sería un sistema político en el que, casualmente o no, la estructura mínimamente tripartita del ser hablante parece relativamente respetada. Sistema lleno de tensiones, conflictos y sabotaje, pero, como ya se dijo, «el peor de los sistemas, excepto todos los demás»4.

Las democracias, entonces, tienen todo que ver con lo que revela el psicoanálisis: el sujeto está fragmentado. No solo es necesaria la democracia para poder tener libertad en los consultorios, para que los sujetos puedan estar seguros de que se respetará la confidencialidad, sino también para que los analistas sepan que no pueden ser incriminados a consecuencia de los pacientes que recibirán.

La democracia corresponde a una forma de pensar diferente de la forma jerárquica de lo que es el hombre y, en consecuencia, de cómo debe organizarse la sociedad. La democracia respeta más la estructura imposible del ser hablante.

La pregunta es: ¿qué se impondrá a lo largo de los años? ¿La tendencia narcisista a imponer jerarquías o la conformación más acorde con la estructura psíquica? 

Algunos paralelos más entre democracia y psicoanálisis

“El transcurrir de la vida lo envuelve todo, la vida es así: se calienta y se enfría, se aprieta y de ahí se afloja, se sosiega y después se inquieta. Lo que ella quiere de nosotros es coraje”5.

Se necesita coraje para tomar la palabra y responsabilizarse. Aunque la democracia es representativa y no participativa, los ciudadanos deben tener el coraje de buscar quién los representa mejor, para informarse a sí mismos, para involucrarse de diferentes maneras y para luchar cuando la democracia se ve amenazada.

Obviamente, el psicoanálisis necesita coraje: para responsabilizarse de la parte que nos corresponde en el desarreglo del mundo, para hablar sobre lo que no queremos saber sobre nosotros mismos, para confrontarse con el fracaso del sentido y con lo imposible de decir. Y también se necesita coraje para atravesar lo que Lacan llama un «agujero verdadero», que corresponde a la falta de sentido último de la vida, para profundizarse en los sueños, para afrontar nuestros «exilios», para dar una palabra a lo que no corresponde a nuestros deseados ideales y, por fin, para encontrar la singularidad solitaria.

Los autoritarismos se desarrollan en el territorio del miedo. Los sujetos delegan sus responsabilidades: el amo lo sabe. Solo lo que resta es obedecer y ordenar a los que se supone que están debajo. Como en el ejército, minuciosamente descrito por Freud, como una masa artificial y jerárquica.

Cuanto mayor es el autoritarismo, más se apoya sobre el miedo. Se trata del miedo de estar solo en la singularidad, de ser diferente de los demás: el pensamiento único de los autoritarismos determina lo que uno debe ser y pensar. También se trata del miedo al pensamiento libre, del miedo a las minorías que, como en el psicoanálisis, nos confronta con lo que no está estandarizado, del miedo de “pensar fuera de la caja”, del miedo a lo que puede ser desordenado, incontrolable, en fin, del miedo incluso al arte, lo que nos lleva a los terrenos de lo que es impredecible e indomable. Hemos visto en algunos movimientos históricos autoritarios cómo el arte debía ser conformista o conformado. Tanto en los movimientos totalitarios de izquierda como de derecha, el arte controlado tendía a ser monumental, tal como el hombre lo desea ser para dominar sus temores. Las personas retratadas deberían ser perfectas, puras, sin complicaciones extrañas u obscuridades. He ahí el miedo a la imaginación, al futuro, al infinito, a los sueños y el miedo al psicoanálisis, que nos muestra todo lo que no queremos ver.

Estos miedos están presentes en todos nosotros. Son otras de las grandes apelaciones psíquicas que llevan a los sujetos a querer que sean dominados.

No es casualidad que muchas fake News, que últimamente han obstaculizado nuestras democracias ya imperfectas, usen y abusen de las teorías de conspiración y del miedo a la sexualidad.

Ante la manipulación de estos temores, los sujetos, acobardados, intentan alertar rápidamente a sus amigos y compañeros de posibles amenazas. Se sienten débiles, inseguros, desvalidos e intentan apoyarse en el grupo y en alguien que aparezca como un salvador. Juntos e identificados con la personalidad autoritaria, se sienten lo suficientemente fuertes para destruir o matar lo que creen que los amenaza: diferencias, minorías, expresiones de complejidad humana. Es por eso que, cuando comienzan los movimientos autoritarios, aparecen grupos de personas que se permiten golpear o matar eso que, al final, los atemoriza.

Ante el aumento de la sensación de inseguridad, los sujetos buscan fuerza: militares, armas. Y se subordinan, se identifican con alguien que les parezca ser valiente, alguien que «se encare».

Otra de las grandes fuerzas que obstaculizan la democracia hoy en día es la de algunos movimientos evangélicos neopentecostales. La dimensión del miedo siempre ha sido el arma de las religiones. El mayor temor, el de la muerte, ha encontrado tradicionalmente refugio en la promesa de la vida eterna. La falta de sentido último de la vida, como dije antes, algo por lo que los analizantes deben cruzar, se resuelve mediante creencias. Pero estos nuevos movimientos no se limitan a esto: dan fuerza al grupo, prometen éxito y riqueza, justifican la meritocracia y generan las fantasías de que sean los representantes de la única religión posible y de que puedan dominar la política y el país. ¿Qué encuentran estos grupos en la vida de Jesús que los autoriza a hacer esto? Es un tema a estudiar …

El neoliberalismo o ultraliberalismo, como algunos teóricos ahora prefieren llamarlo, necesita apoyarse en regímenes autoritarios para controlar la insatisfacción necesaria de las grandes masas excluidas de las condiciones de vida elementales. Es por eso que las democracias están tan débiles hoy. El neoliberalismo instrumenta las fake News y algunos movimientos neopentecostales para lograr sus objetivos. Engaña con la ilusión de libertad, incluida en la palabra neoliberal. Crea la quimera de que la democracia y el neoliberalismo son concomitantes, pero lo que estamos viendo en la actualidad denuncia que no lo son.

 

Stella Jimenez Gordillo es AME, reisde en Río de Janeiro.

Miembro de la EBP/AMP.

Traducción de: Ana Paula Britto.

Revisión: Marcela Ana Negro

 

Notas:

1 Sábato, Hilda, disponível em: HI002-12_La_reaccion_de_america-Sabato.

2 Hegel predijo que el futuro está destinado para el esclavo, porque él conoce el trabajo. En esa teoría se apoya el determinismo histórico, que piensa que el futuro estaría reservado para la dictadura del proletariado.

3 Lacan, J. A subversão do sujeito e os princípios de seu poder, in: Escritos, Jorge Zahar ed., 1998, p. 825.

4 Frase atribuída a W. Churchill.

5 Guimarães, R., O grande Sertão: Veredas.

 

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