Steven Forti – ¿Qué es la extrema derecha 2.0?

En los últimos tiempos se habla mucho de la nueva extrema derecha. Se han vertido ríos de tinta al respecto, sobre todo tras la victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses de 2016 y la de Jair Bolsonaro en Brasil dos años más tarde. Monografías científicas, ensayos, artículos en diarios y revistas han propuesto desde posiciones distintas, y a veces distantes, análisis históricos, politológicos y sociológicos. Si sobre las causas del avance de las nuevas ultraderechas parece existir un cierto consenso, estamos aún lejos de llegar a él en lo que respecta a cómo llamar este fenómeno. Hay quien propone llamarlo populismo de derecha radical, quien se decanta por nacionalpopulismo, quien aboga por posfascismo y quien defiende la utilización del término fascismo a secas. Parece evidente que existe una cierta confusión. Además, hay divergencias también sobre si tiene sentido o no utilizar una macro-categoría en la cual incluir todos estos partidos y movimientos que, además de unas notables analogías, tienen también unas diferencias nada desdeñables. ¿La española Vox sería algo distinto a Alternativa para Alemania? ¿El trumpismo sería algo distinto a la húngara Fidesz? No se trata de una cuestión baladí, ni, aunque pueda parecerlo, de un debate terminológico tan solo académico, enclaustrado en la angosta torre de marfil de los intelectuales. Definir un fenómeno es el primer paso necesario para poder entenderlo.

Un fenómeno radicalmente nuevo
Por un lado, debemos partir de una premisa: nos encontramos delante de un fenómeno radicalmente nuevo. La Liga, el Partido de la Libertad holandés, la Agrupación Nacional francesa o Fidesz no son el partido milicia fascista de la época de entreguerras. No quieren encuadrar a la sociedad, instaurar un régimen autoritario unipartidista o construir un “hombre nuevo”. No tienen un proyecto imperialista en política exterior. Como mucho, llenan su retórica de la grandeza nacional del pasado: la Hungría milenaria, Make America Great Again, etc. Tampoco son algo parecido a los partidos neofascistas de la segunda mitad del siglo XX. Los ultras de la actualidad visten camisa y americana, a veces incluso se ponen una corbata: ya no se les ve con cabeza rapada, chupas de cuero y esvásticas tatuadas haciendo el saludo romano en concentraciones autoguetizantes. Hablan, así dicen, el lenguaje de la gente corriente, defienden el “sentido común”, se alejan formalmente de las ideologías del pasado. Al mismo tiempo, el mundo ha cambiado. Radicalmente. Aunque nuestros sistemas institucionales son hijos de la época contemporánea y no han sufrido grandes transformaciones, nuestras sociedades ya no son las mismas. Por más inri, el miedo a los cambios rápidos que estamos viviendo –en el mundo del trabajo, las comunicaciones, la tecnología, etc.– han conllevado una verdadera crisis cultural y de valores difícilmente comparable con épocas anteriores. Estas formaciones son hijas de este comienzo de principios de siglo XXI, de sus transformaciones, miedos y percepciones.
No tiene sentido pues hablar de fascismo o neofascismo para definir estas formaciones políticas. Para un fenómeno nuevo es necesaria una definición nueva: no podemos recurrir a conceptos ya existentes. Ahora bien, si consideramos que el populismo no es una ideología, sino un estilo, un lenguaje o una estrategia política, tampoco nos sirve el concepto de populismo, se decline como se decline. Eso sí, todas estas formaciones y sus líderes son demagogos y utilizan las herramientas populistas porque nos encontramos en una fase o momento populista. Definirlos por lo que es una marca de los tiempos –y, a fin de cuentas, un adjetivo– no ayuda en su comprensión. Al contrario: acaba, consciente o inconscientemente, blanqueándolos.

Tres consideraciones
A todo esto hay que añadir otras tres consideraciones. Por un lado, aunque Trump, Salvini, Le Pen y compañía rechacen definirse de extrema derecha y jueguen con el desdibujamiento de las ideologías y la superación del eje izquierda-derecha, no cabe duda alguna de que se sitúan, ideológicamente y políticamente hablando, en la extrema derecha, aunque puedan tener algunos elementos inusuales o peculiares en sus discursos y propuestas. No olvidemos que también el fascismo del periodo de entreguerras se diferenciaba de las derechas reaccionarias del siglo XIX: sin embargo, esto no implica que no se le considere de (ultra)derecha.
Por otro lado, las nuevas tecnologías han revolucionado nuestras sociedades: no hace falta recordar aquí cómo y cuánto han cambiado el papel de los medios de comunicación, las mismas relaciones sociales y la propaganda política en los últimos veinte años. Todas estas formaciones han demostrado ampliamente saber aprovechar más y mejor que los partidos tradicionales estas nuevas tecnologías, empezando por las redes sociales –Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp, TikTok– y continuando con la perfilación de datos de forma a-legal o directamente ilegal, como demostró el escándalo de Cambridge Analytica.
En tercer lugar, las macro-categorías son útiles para entender los procesos históricos. Nadie, por ejemplo, ha puesto en duda la utilización del concepto de liberalismo o comunismo para hablar de fenómenos muy distintos en la época contemporánea. Como sabemos, en el caso del fascismo no ha sido lo mismo: hay quien defiende que el de fascismo es un término correcto solo para hablar del régimen de Mussolini o como mucho de Italia y Alemania y quien lo amplía a todos los regímenes autoritarios de derecha que llegaron al poder en la Europa de entreguerras. De fondo, la cuestión es si es útil una macro-categoría o no lo es. Personalmente, creo que lo es en la estela de lo que planteó hace más de tres décadas Enzo Collotti. Y lo mismo pienso para la actualidad. Volveríamos de alguna forma a la cuestión primigenia: ¿por qué entonces no podemos definir fascistas a Salvini y Trump? La respuesta está en los contextos históricos: el fascismo es una experiencia que tiene unos límites cronológicos claramente establecidos (1919-1945), así que la macro-categoría de fascismo es útil para el periodo de entreguerras. Ahora es necesaria otra macro-categoría para definir este nuevo fenómeno que se ha dado en la actualidad.
Resumiendo, considero que: a) nos encontramos delante de un fenómeno radicalmente nuevo; b) aunque pueda tener –y de hecho los tiene– algunos elementos que ya encontramos en los fascismos de entreguerras, este fenómeno no puede llamarse fascismo ni neofascismo; c) aunque utilice las herramientas populistas, tanto en su discurso como en su práctica política, tampoco puede llamarse populismo, nacionalpopulismo o populismo de derecha radical porque el populismo es un adjetivo, y no un sustantivo, y porque nos encontramos en una fase o momento populista que lo empapa todo; d) aunque no se definan de extrema derecha y jueguen con el fin de las ideologías, todos estos partidos se sitúan claramente en la extrema derecha; e) entre sus características, resulta particularmente importante la capacidad de utilizar las nuevas tecnologías, sobre todo en lo que respecta a la propaganda política; f) acuñar, crear y utilizar macro-categorías para entender los procesos históricos es útil y, en el caso concreto que nos atañe, es necesaria una macro-categoría para incluir todos estos partidos, más allá de las diferencias que tienen en los programas políticos, las formas organizativas y las decisiones que toman una vez lleguen al gobierno.

Una nueva definición: extrema derecha 2.0
Por estas razones, propongo definir este fenómeno como extrema derecha 2.0. En esta definición entrarían toda una serie de formaciones políticas (la Agrupación Nacional francesa, la Liga italiana, el Partido de la Libertad de Austria y Holanda, Hermanos de Italia, Vox, Chega!, el Brexit Party, Fidesz, Ley y Justicia, Alternativa para Alemania, el Partido Popular Danés, los Demócratas Suecos, el Partido del Progreso noruego, el Partido de los Finlandeses, Solución Griega, etc.) que son miembros de los grupos de Identidad y Democracia y de los Conservadores y Reformistas Europeos en el Europarlamento. Entrarían también movimientos identitarios que se mueven en las mismas coordenadas y fenómenos sui generis como el trumpismo y el bolsonarismo. Se trata de una macro-categoría en la cual, sin embargo, no entrarían los partidos de la derecha tradicional aunque en algunos casos, como los tories británicos o el Partido Popular en España, vemos un más o menos marcado proceso de ultraderechización, es decir lo que Roger Eatwell y Matthew Goodwin llaman «nacionalpopulismo ligero». Tampoco entrarían los gobiernos y los movimientos políticos liderados por Duterte en Filipinas, Modi en India o Erdoğan en Turquía, tratándose de experiencias fruto de culturas y contextos políticos muy distintos de los occidentales: Duterte, Modi y Erdoğan, así como Putin, responden más bien a la ola autoritaria global y van más allá de una definición como la de extrema derecha 2.0. La que aquí se propone es una macro-categoría no definitiva que podría ser sustituida por otra con el paso del tiempo, pero que como mínimo permite, por un lado, ubicar ideológicamente sin medias tintas estas formaciones y, por el otro, subrayar su diferencia respecto al pasado, poniendo de relieve la importancia de las nuevas tecnologías.
Todas las formaciones de la extrema derecha 2.0 tienen de hecho unos mínimos comunes denominadores –un marcado nacionalismo, la recuperación de la soberanía nacional, un alto grado de euroescepticismo, un general conservadurismo, la importancia de la identidad verdadera del “pueblo”, la islamofobia, la condena de la inmigración tachada de “invasión”, la toma de distancia formal de las pasadas experiencias de fascismo–, pero también unas diferencias nada desdeñables en temas como la economía –hay formaciones ultraliberistas como Vox y otras que abogan por un Welfare Chauvinism como la Agrupación Nacional francesa–, los derechos civiles –hay quien defiende una postura muy dura sobre el aborto, los derechos LGTBI o la familia y otras que son más abiertas sobre estos temas– o la geopolítica –hay atlantistas y rusófilos. Efectivamente, como sugiere Clara Ramas San Miguel, se podrían clasificar estas formaciones bajo dos categorías, los “social-identitarios” y los “neoliberales autoritarios”. Esto no significa que no sean parte de la que la misma Ramas San Miguel define como “Internacional Reaccionaria”. Adaptando lo que comentó Ricardo Chueca hablando de los fascismos de entreguerras, “cada país da vida a la extrema derecha 2.0 que necesita”. En síntesis, sus diferencias no impiden incluirlas en una misma macro-categoría.

¿Hacia una democracia iliberal?
Además, todas estas formaciones muestran otras características comunes. En primer lugar, en cuanto a las estrategias políticas su principal objetivo es polarizar a la sociedad, marcar el debate político con temas divisivos y escorar hacia la ultraderecha la opinión pública. Un objetivo facilitado por las redes sociales: de ahí que el tema de la posverdad y las fake news no sea algo baladí, sino central en su modus faciendi. En todo esto, directa o indirectamente, se percibe también la influencia del trabajo teórico que ha venido desarrollando Alain De Benoist desde principios de los años setenta: a través de la relectura de Antonio Gramsci, el filósofo francés propuso que la ultraderecha abandonase el objetivo de la toma del palacio de Invierno y se centrase en la batalla cultural, sustituyendo, por ejemplo, los temas raciales, inaceptables después de Auschwitz para la mayoría de la sociedad occidental, con cuestiones identitarias. Es ahí cuando empiezan a utilizarse los conceptos de etno-pluralismo y diferencialismo, hoy en día en boga.
En segundo lugar, todas estas formaciones muestran un exacerbado tacticismo: lanzan continuamente globos sondas en el debate público para ver si tienen recorrido y pueden cambiar de postura sobre temas cruciales en poco tiempo. Piénsese en la postura sobre el euro y la Unión Europea: Salvini y Le Pen han pasado en pocos meses de defender el Italexit y el Frexit a abanderar una reforma del proyecto comunitario. O, más recientemente, a las posiciones contradictorias de estas formaciones y sus líderes acerca de las medidas para combatir el coronavirus.
En tercer lugar, todas estas formaciones, más allá de sus programas económicos, no niegan formalmente la democracia en sí, sino que critican la democracia liberal tachándola de no democrática, es decir como algo desconectado de la voluntad del pueblo: de ahí su irritación por la separación de poderes y las reglas de funcionamiento básicas de las democracias liberales, pero también su más o menos explícita defensa de un modelo que el premier húngaro Viktor Orbán, retomando la expresión de Fareed Zakaria, ha definido democracia iliberal. Como recuerdan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, las democracias pueden morir no solo a manos de hombres armados, sino también de líderes electos, presidentes o primeros ministros que las erosionan lentamente, de forma casi imperceptible. Esta es quizás la gran novedad que ha introducido la extrema derecha 2.0 en comparación con sus antecesores del siglo XX.
Queda aún mucho por estudiar, analizar y escribir acerca de este fenómeno, sin duda complejo, resbaladizo, heterogéneo y en continua evolución. No cabe duda de que lo que aquí se ha lanzado es una propuesta interpretativa que, de momento, es más bien un work in progress, o una aproximación, y no una teoría definida y cerrada. Para esa hace falta tiempo. Y perspectiva histórica.

 

Steven Forti es historiador, reside en Barcelona.
Investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa y profesor asociado en la Universitat Autònoma de Barcelona. Sus investigaciones se centran en los fascismos, los nacionalismos y las extremas derechas en la época contemporánea. Entre sus publicaciones destacan El peso de la nación. Nicola Bombacci, Paul Marion y Óscar Pérez Solís en la Europa de entreguerras (USC, 2014); con Enric Ucelay-Da Cal y Arnau Gonzàlez i Vilalta, El proceso separatista en Cataluña. Análisis de un pasado reciente (2006-2017) (Comares, 2017); con Francisco Veiga, Carlos González Villa y Alfredo Sasso, Patriotas indignados. Sobre la nueva ultraderecha en la Posguerra Fría. Neofascismo, posfascismo y nazbols (Alianza, 2019).

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