En su libro “La construcción del enano fascista” Ud. pone en cuestión las condiciones de posibilidad del surgimiento de un movimiento de masas con las características de los totalitarismos fascistas europeos del siglo XX. A la vez detecta, y se dedica a argumentar, que hay discursos neofascistas y prácticas sociales que los legitiman. ¿Cree que en la composición actual del tejido social en nuestro país son más permeable dichos discursos de odio que en otros tiempos de la democracia? De ser así ¿Cuáles considera son las causas?
Efectivamente hay varios factores que vuelven más permeable al neofascismo a la situación actual que a otros momentos de la historia argentina. De una parte, la crisis económica a nivel internacional ha cobrado un nivel mucho mayor, llevando a la desintegración del tejido social, en función de un capitalismo que opera fundamentalmente a partir de una lógica de desposesión (David Harvey ha trabajado esto con mucha riqueza) y que, a partir de ello, condena a fragmentos importantes de la población a la exclusión y la miseria. Por otra parte, la crisis en relación a la representación política (que tuvo un momento extremo en el 2001) ha vuelto a crecer, con una percepción generalizada acerca de una clase política que se estructura a partir de una lógica de privilegios y corrupción y que aparece totalmente desligada de los problemas y realidades de la mayoría de la población. La conjugación de estos dos procesos habilita el terreno para la utilización política del odio y el crecimiento de propuestas o discursos neofascistas.
¿Cuál es su lectura de los fenómenos surgidos durante la pandemia caracterizados por el reclamo al derecho a la libertad? Me refiero a los movimientos anti vacuna, las movilizaciones en contra dela cuarentena, tanto aquí como en el resto del mundo. ¿Cree que hay una devaluación del concepto libertad? ¿O un nuevo uso que se distancia de la idea clásica?
Creo que se trata absolutamente de un nuevo uso del concepto de libertad, que se centra en el surgimiento de nuevos procesos de subjetivación. En su formulación clásica, el concepto de libertad se vinculaba a la construcción de la norma, como expresión de la voluntad general. Ser libre (en los autores contractualistas, por ejemplo) significaba la posibilidad de atarse a la ley como posibilidad de liberarse del yugo del deseo. Ser libre era no ser dependiente meramente de nuestros impulsos. Las formas de subjetivación posmodernas han quebrado totalmente esta concepción, construyendo una noción de libertad exactamente como su opuesto: ser libre sería “hacer lo que se me canta”. En ese sentido, el concepto de libertad comienza a oponerse al de ley y se estructura a la puesta en cuestión de cualquier sistema normativo. Lo que aparece es la duda sobre la existencia del propio lazo social: ¿por qué tendría que aceptar algún tipo de regulación? Esto es lo que está detrás de quienes hoy se llaman “libertarios”, que reniegan de cualquier posibilidad normativa (incluso de la existencia de la fuerza pública, de los sistemas de asistencia social, de la salud o la educación pública). La idea actual de libertad es la de que cada quien quede librado a sus fuerzas, solo, aislado, luchando individualmente contra todos los demás, lo cual no puede conducir más que a la ley del más fuerte o a la ley de la jungla: quien tenga más poder podrá someter a los demás desde la fuerza descarnada.
En con estas metáforas que se articulan estas ideas de “despertar a los leones”, “no ser corderos”, todas figuras que se entroncan perfectamente con la imaginería neofascista que reniega de la propia existencia del bien común.
En una nota brindada al diario Página 12, (septiembre del 2020) Ud. ubicaba la negación y la proyección como mecanismos psíquicos inevitables, haciendo hincapié que aún en situaciones dramáticas, como los genocidios, estos mecanismos pueden llevarnos a negar lo evidente. ¿Qué lectura hace llevado ya un año y medio de pandemia?
Efectivamente la primera nota al respecto la publiqué el 16 de marzo de 2020, antes del inicio de la cuarentena. Lo que vimos a partir de allí fue una minimización constante del efecto de las lógicas de negación, que jugó un rol muy significativo en la dificultad para sostener las medidas de cuidado necesarias para intentar suprimir la circulación del COVID-19. Aun meses más tarde (en las notas que comentas de agosto o septiembre del 2020) se seguía sin tomar conciencia de estas variables como elementos a tomar en cuenta en cualquier diseño político. En el caso de la proyección, afortunadamente fueron arranques (primero contra las comunidades orientales, luego contra los jóvenes, luego con los funcionarios políticos) pero nunca se consolidaron hasta ahora como tendencias tan fuertes. Ello no implica que no exista el peligro de importantes respuestas proyectivas en la post-pandemia, cuando el sufrimiento vivido decante y se intenten buscar responsables a los que transferir toda la bronca acumulada. Sería importante estar muy atentos en este sentido. El crecimiento de opciones que atizan el odio, como ha ocurrido con la aparición de una nueva derecha radicalizada, son signos a tomar en cuenta en la coyuntura por venir.
Daniel Feierstein es sociólogo, reside en Buenos Aires.
Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como profesor titular de la cátedra Análisis de las Prácticas Sociales Genocidas en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y como director del Centro de Estudios sobre Genocidio y de la Maestría en Diversidad Cultural, ambos en la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Es experto independiente por las Naciones Unidas para la elaboración de las Bases de un Plan Nacional de Derechos Humanos argentino.