La propuesta de Perla y Marco para que participe en esta Noche de Filosofía con el título «El futuro de la democracia», y el título específico de la mesa «La democracia y (su) inconsciente», llegó la misma noche que mi hijo mayor, de 17,5 años decidió participar en las manifestaciones en Haifa como protesta contra lo que llamó la injusticia de lo que los judíos están haciendo a los árabes en Sheikh Jarrah. Mientras trataba de hacerle cambiar de opinión, le pregunté si tal vez podría encontrar otras formas de hacer pasar su voz (¿¿más civilizadas??), Me respondió: “mamá, es una acción democrática”.
A la mañana siguiente respondí que sí a participar en esta noche, aunque no tenía idea de qué diría, dependía del conocimiento que no tengo, con tres palabras grabadas en mi mente: Futuro, Democracia e Inconsciente. …
En Paralelo me he encontrado, quizás por casualidad o quizás no, con el texto de Freud «De guerra y de muerte. Temas de actualidad» que escribió en 1915 pocos meses después del estallido de la Primera Guerra Mundial. Digo quizás no por casualidad, porque sucedieron durante el período de mayo hechos que estallaron en el país, en los que ciudadanos árabes y judíos se atacaron por motivos de afiliación racial, en paralelo a la guerra de Gaza, y mi barrio fue uno de los lugares atacados, algo que me dejó un impacto significativo. A pesar de la angustia, el dolor y la desilusión, no podría sorprenderme, después de todo, en la era de la inexistencia del Otro, y con el nuevo conocimiento de mi experiencia analítica, en la que me enfrento al diablo dentro de mí, llego a saber que el mundo no se puede dividir en bueno y malo, ángeles y demonios, verdad y mentira, ya que «la verdad está fatalmente dividida» como J.-A. Miller dice en «Intuiciones Milanesas» en 2002. Estos pares de opuestos implican la inhibición de los impulsos primitivos, dirigidos hacia otros fines y campos, alterando sus objetos.
Y más allá de la desesperación no podía seguir siendo pasiva y comencé una búsqueda de explicaciones y consuelo, hablando, escribiendo y respondiendo a la gente, una especie de «pasaje al acto», un acto de habla, y mientras leía el fascinante, consolador texto, mencioné antes que me llamó la atención un párrafo y me gustaría leerlo aquí con ustedes:
«La sociedad civilizada, que exige buena conducta y no se preocupa por la base instintiva de esta conducta, ha ganado así para la obediencia a un gran número de personas que no están en su propia naturaleza«.
… La presión de la civilización puede manifestarse en las malformaciones de carácter y en la perpetua disposición de los instintos inhibidos para abrirse paso hacia la satisfacción en cualquier oportunidad adecuada.
Cualquiera así obligado a actuar continuamente de acuerdo con preceptos que no son la expresión de sus inclinaciones instintivas, está viviendo, psicológica o psicoanalíticamente hablando, más allá de sus posibilidades, y puede ser objetivamente descrito como un hipócrita, ya sea que sea claramente consciente de la incongruencia o no. Es innegable que nuestra civilización contemporánea favorece extraordinariamente la producción de esta forma de hipocresía. Uno podría aventurarse a decir que está construida en tal hipocresía y que tendría que someterse a modificaciones de gran alcance si la gente se comprometiera a vivir de acuerdo con la verdad psicológica. Así, hay muchos más hipócritas culturales que hombres verdaderamente civilizados; de hecho, es un punto discutible si un cierto grado de hipocresía cultural no es indispensable para el mantenimiento de la civilización, porque la susceptibilidad a la cultura que hasta ahora se ha organizado en las mentes de los hombres de hoy en día tal vez no resulten suficientes para la tarea … Podemos obtener ya un consuelo de esta discusión: nuestra mortificación y nuestra dolorosa desilusión por el comportamiento incivilizado de nuestros conciudadanos del mundo durante esta guerra fueron injustificadas. Se basaban en una ilusión a la que habíamos cedido. En realidad, nuestros conciudadanos no se han hundido tanto como temíamos, porque nunca se habían levantado tan alto como creíamos. El hecho de que los individuos colectivos de la humanidad, los pueblos y los estados, derogaran mutuamente sus restricciones morales, naturalmente incitó a estos ciudadanos individuales a retirarse por un tiempo de la presión constante de la civilización y a otorgar una satisfacción temporal a los instintos que habían estado reteniendo… El alma primitiva es, en el sentido más amplio de la palabra, imperecedera (eterna) «
Y si volvemos a la democracia, la pienso como una ilusión, que necesitamos desesperadamente para tener una buena imagen o idea de nosotros mismos, una bella mentira, pero lamentablemente el instinto no es democrático. Volviendo al texto de Freud en la crítica de la decepción del hombre incivilizado que actúa en tiempos de guerra: «En sentido estricto no está justificada, pues consiste en la destrucción de una ilusión. Las ilusiones se nos recomiendan porque ahorran sentimientos de displacer y, en lugar de estos, nos permiten gozar de satisfacciones. Entonces tenemos que aceptar sin queja que alguna vez choquen con un fragmento de la realidad y se hagan pedazos»₁.
Tratando de ser optimista, creo que allanar el camino, como dice Freud, en cada nueva generación para una transformación más amplia del instinto, será el vehículo de una civilización mejor, incluso sobre una base dudosa.
Wardi Haj-Nasrallah es doctora especialista en medicina oral, reside en Haifa.
Practicante en el Centro de consulta y tratamiento para jóvenes y niños “Pequeño Hans”, Haifa, Israel.
Traducción: Lorena Hojman
*Texto presentado en la mesa redonda «Democracia e Inconsciente» en la «La noche de filosofía» en Tel Aviv, organizado por el consulado francés.
Notas:
₁ Freud, S., “De guerra y muerte. Temas de actualidad”, Obras Completas. Amorrortu Editores, p. 282.