El odio
El odio como expresión de la segregación implica separar y destacar rasgos para vehiculizar efectos de marginación, racismo y exclusión. Rasgos basados en diferencias reales o imaginadas que buscan un beneficio del acusador y un detrimento de su víctima. “Justifican” una acción basada en el rechazo al otro. El beneficio buscado es variado y múltiple, entre ellos tenemos el de nuclear a mayorías con fines electorales, un uso del odio como herramienta política. No es condición indispensable que esta mayoría identifique y dirija su odio hacia el mismo objeto, persona o discurso. Puede dirigirse hacia los inmigrantes, los gays, las lesbianas, el feminismo, etc. Herramienta actualizada con éxito por un tipo de discurso político que podemos nombrar como de derecha neoliberal o neofascismos que, explotando y amplificando sentimientos, generan una corriente de voluntad afines a sus ideas y propósitos. Un odio que alimenta los inconformismos. Y el “éxito” de las extremas derechas y las no tan extremas está siendo la capacidad de instalar la solución demagógica. Valga como ejemplo los casos Trump y Bolsonaro. Sin embargo, la eficacia del odio como herramienta política de esta nueva derecha no sería posible si no fuera porque la segregación es inherente a todo sistema simbólico. Y su presencia persistente en el siglo XXI es una constante en el malestar de la cultura. Lacan sitúa esta cuestión bajo la afirmación de que todo lo que existe se basa en la segregación. Sería ilusorio pensar un mundo sin segregación, y en el actual es el capital financiero el que se revela como racista. El Neoliberalismo utiliza, para sus fines, una voz y una mirada de carácter omnipresente. La voz que dice de diversas maneras y constantemente ‘tienes todo a tu alcance’, la mirada que muestra los objetos que universalizan, a todos se les ofrece la misma mercancía. Pero no se trata simplemente de consumo, sino del hecho de que toda la relación del hombre con lo real de los bienes se organiza en relación al poder no solo de poseerlos sino también de privar al otro de los mismos. Simplificando, sin restarle contundencia, dice y da a ver a un otro que te quita lo que es tuyo, pero no solo eso, sino que además no lo merece. Y no solo no lo merece sino que defiende valores, ideas, que son contrarios a los propios. Valgan como ejemplo la magnitud que tienen en las redes sociales las expresiones de odio, a través del insulto y la denostación del semejante. Ante esto recordemos que, en última instancia, la subversión freudiana ubica en la singularidad la discrepancia radical entre los sujetos y esto hace que sea necesaria la referencia a un tercero para que exista la posibilidad de comunidad. Es así como Lacan lee el amor al prójimo, ya que de lo que se trata, es que el sujeto quiere el mal del prójimo incluido en su goce. Claro está que la maldad habita no sólo en el otro sino en uno mismo. El odio aglutina ante el Otro diferente, portador de otro goce, mostrando que el nacionalismo no ha desaparecido por la globalización, sino que adquiere nuevas significaciones sostenidas desde lo pulsional. Ni la pulsión ni el dinero son humanistas, tampoco las derechas neoliberales en su ambición de control y manejo de gobernar la totalidad de lo existente a través de la utilización de diferentes aparatos que modifican comportamientos bajo los dispositivos de disciplina y la imposición de la lógica del capital. Una constante operación de sentido sosteniendo sistemáticamente la idea de que el Estado y la “casta política” destruyen y se apropian del esfuerzo personal. El odio del fascismo moderno en su discurso que busca la identificación pone en juego la pulsión de muerte, hay que reconocer que las derechas extremas logran trasmitir con un alto grado de convencimiento que son no solo los que tiene la “verdad” sino que son los dueños del futuro. Un discurso donde se sostiene una posición y también la contraria, si esto es conducente para sus fines, cuestión que en nuestro país lo vivimos casi a diario. No le pidamos coherencia, lo que interesa es la efectividad que alimenta una nueva subjetividad basada en el odio de quien se cree superior, de esta manera se justifica el racismo en el discurso público. Si el capitalismo es la condición para la supervivencia humana, hay que pulirlo y eliminar a todos aquellos a los que no se los considera aptos. De esta manera se va gestando una forma particular de “pueblo” que comparte un afecto a través del odio y se auto sostiene en ese deber ser superior que tiende a borrar, a extirpar lo diferente, lo que nombra y considera como inferior.
No está de más acentuar que la segregación implica también aquello que en el discurso no es lenguaje, es decir, remite al goce, por lo tanto, la segregación sostiene modos de gozar. Cuestión que, a nuestro entender, Lacan toma en sus textos posteriores a la segunda guerra mundial y al nazismo. En ellos, caracteriza la segregación anticipando los acontecimientos posteriores a la década del ’70 y también dándonos una perspectiva para situar el orden simbólico del siglo XXI. Nos referimos a las selecciones sociales implicadas en la técnica que, sumadas a los efectos del neoliberalismo, nos permiten la calificación de nuestra época como la de segregación por la vía del odio. Por lo tanto asistimos hoy a un sentimiento de incertidumbre producto del neoliberalismo, al cual la pandemia agregó una desorientación y confusión, sobre la cual se han montado los discursos del odio por la vía de la libertad negativa, es decir, aquellos que promueven la realización de su voluntad sin interferencias, sean del estado o simplemente de los otros. Son un caldo de cultivo a que figuras como Javier Milei hagan su agosto ubicando el mal en la “casta política”, la distorsión que generan los impuestos y a quienes los sostienen como aquellos grandes opositores al desarrollo natural de la economía. Un discurso del odio sostenido desde el narcisismo y expresión de un goce, mostrándose como portadores de una verdad sin discusión. Exponentes de una pasión ideológica por y desde la desigualdad dándole una marca para nada ilusoria al odio.
Aníbal Leserre